El atuendo de la Presidenta puede engañar un poco: no cambió en nada desde el 27 de octubre. Cristina Kirchner sigue fiel al negro que eligió vestir desde ese día, cuando murió su marido Néstor en la casa que habitaban en El Calafate en los períodos en que preferían alejarse de Buenos Aires para planificar sus futuros movimientos políticos. Pero el país sí cambió en estos dos meses, o si se quiere ser más preciso, el paisaje político se modificó de manera irreversible:

El oficialismo se quedó sin candidato presidencial. Néstor Kirchner tenía, acaso como ningún otro dirigente de la Argentina, vocación e intenciones de competir por otro mandato K. Las encuestas le auguraban una victoria ajustada en la primera vuelta, pero una gesta casi imposible para el ballotage. Su pésima imagen entre más de la mitad del electorado nacional permitían suponer que cualquiera que se le pusiera enfrente en esa instancia, lograría aglutinar los votos antiK y conformar lo que los politólogos llaman una coalición mínima ganadora. Hoy, cuando se los interroga en público, los funcionarios de la Casa Rosada aseguran que Cristina Kirchner buscará la reelección, pero en privado admiten que no escucharon ninguna certeza de boca de la Presidenta y que el programa es seguir hablando de reelección todo el tiempo posible para evitar fugas pero estar atentos a un Plan B, que incluye a Daniel Scioli e incluso a Carlos Reutemann como miembro de la fórmula.

La oposición se quedó sin sparring. A Kirchner ya habían encontrado cómo pegarle, pero hasta hoy ni el radicalismo ni el Peronismo Federal encontraron una manera de hacer daños importantes a la imagen de su viuda, que consiguió una remontada en la consideración pública, aunque en las últimas dos semanas comenzó a estancarse o descender, incluso en las encuestas que paga el Gobierno. La proliferación de candidatos en la UCR y en el panradicalismo y la ausencia de contendientes de peso en el Peronismo Federal tendrá a esas dos fuerzas bien entretenidas durante el verano.

El Gobierno se quedó sin un estratega presente e incuestionable. Kirchner fue, desde que se acomodó en la Presidencia en 2003, un conductor indiscutible del oficialismo. Errático, ineficaz por momentos y autoritario casi siempre, el santacruceño había logrado domar al peronismo y construir bloques parlamentarios y grupos de gobernadores que lo acompañaban siempre, incluso hasta el borde del suicidio. Con la muerte del ex presidente, ese conglomerado supone que deberá seguir a Cristina, quien todavía no designó reemplazantes para acometer todas las tareas de las que se ocupaba su esposo en casi todas las horas que ocupa un día, sin feriados ni vacaciones. Sin embargo, suponer no es lo mismo que obedecer.

En este mes quedó en evidencia que el Gobierno carece de la capacidad de responder rápido a los problemas o, lo que es más grave aún, anticiparse a ellos para evitarlos o convertirlos en meras anécdotas. La represión y las muertes de los indígenas en Formosa, los asesinatos de los ocupantes de tierras en Villa Soldati y Villa Lugano, a lo que se agrega la muerte de Mariano Ferreyra: nunca hubo tantas muertes en protestas sociales desde el caos de De la Rúa. La violenta previa de la Navidad en Constitución es también una metáfora de esa situación: el Gobierno eligió tirar gases lacrimógenos a centenares de pasajeros furiosos por no poder volver a su casa en tren y no enviar 50 policías a sacar a 25 manifestantes que cortaron las vías por siete horas. Es cierto que ello no puede explicarse sólo por la falta de Néstor Kirchner, ya que cuando él vivía también el espacio público estaba degradado, se cortaba la luz en verano, faltaba nafta y no había plata en los cajeros igual que ahora, pero sin el jefe presente, los errores son tal vez más visibles. De todos modos, siempre habrá tiempo para adjudicárselos a Duhalde, Magnetto o el Partido Obrero.