A diez años del nacimiento de la Organización Mundial del Comercio (OMC), este organismo tiene mucho de qué enorgullecerse. Fue la primera institución multilateral creada para la nueva economía y, aunque enfrentó críticas y sospechas, ha logrado un buen desempeño. La adhesión de China es algo especialmente digno de señalarse, lo mismo que el notable historial del sistema de solución de diferencias. Además, se ha dedicado un enorme esfuerzo a detectar los problemas de comercio exterior específicos de los países más pobres.

Sin embargo, de tanto en tanto una organización debe examinarse y analizar la forma en que trabaja. Hace 18 meses me pidieron que presidiera una junta consultiva para analizar los desafíos institucionales que enfrentará la OMC en las próximas décadas. No se nos pidió intervención en temas de la ronda de Doha, pero la junta insistió en que se le debe dar prioridad absoluta a asegurar resultados valiosos en esa iniciativa. Además, la ronda fue útil para ilustrar algunas de las dificultades que la OMC enfrenta a la hora de cumplir con su mandato. Lanzar la ronda, cumplir con los plazos fijados, hacer progresos duraderos en temas sensibles; todas estas áreas producen profunda frustración. En sus reuniones en Seattle y Cancún, los funcionarios que tienen a su cargo el comercio exterior de los países debieron sufrir confusión, confrontaciones y fracasos.

El informe de la junta consultiva, dado a conocer este mes, sigue dos vías diferentes. La primera se refiere al multilateralismo y al papel esencial de la OMC. Estamos convencidos de que los líderes políticos y la propia OMC deben volver a los argumentos básicos en favor de la apertura comercial y de un sistema basado en las normas. Esto se ha perdido o quedó contaminado por la reacción, a menudo bien intencionada pero mal informada, contra los procesos, en general benéficos, de la globalización.

No hay duda de que los países pobres necesitan ayuda para integrarse con éxito en la economía global. Estas naciones necesitan desperadamente el comercio exterior. La OMC puede ayudar pero no puede ofrecer garantías, sólo oportunidades. Por amplio que sea el acceso a los mercados que se ofrece y por muchas condiciones especiales que se agreguen a las normas de la OMC para proteger a los miembros en desarrollo, siempre dependerá de los gobiernos y las empresas aprovechar esas oportunidades.

También intentamos rectificar algunas de las confusiones sobre la soberanía y el papel de las organizaciones internacionales, en las que los gobiernos ceden cierto espacio político a cambio de un bien superior, incluyendo el de la gestión más efectiva de la economía global.

Pero nuestra mayor preocupación es la erosión de la no discriminación. Este principio, que en esencia busca asegurar la igualdad de oportunidades entre los miembros del sistema, fue socavado por la proliferación de acuerdos especiales. Los beneficios de ser miembro de la OMC corren peligro de quedar muy reducidos por el incremento de las relaciones comerciales que se establecen por motivos políticos. Los gobiernos deben cuidar mejor el sistema multilateral de comercio o enfrentar graves consecuencias.

La segunda vía encaró cuestiones prácticas para mejorar el manejo institucional. La necesidad de mejorar los procesos de negociación y toma de decisiones presenta un gran desafío. La junta sugirió una variedad de opciones para activarlos, salvaguardando, al mismo tiempo, los derechos de los miembros. Ahora, ministros y funcionarios deben reflexionar sobre las recomendaciones. Espero que lo hagan con cuidado, convencidos de que las realidades (y no sólo los mitos) de la OMC merecen toda su atención.

El autor es ex director general de la OMC