Bienvenidos al pasado. En pocos minutos estarán aterrizando sobre cientos de años de historia. Pasen y vean la ciudad que resume siglos de luchas, conquistas, derrotas y choques de culturas. Bienvenidos al Cusco. Aquí empieza la travesía por el antiguo imperio inca. Esta ciudad es la introducción a una historia de realismo mágico en la que se mezclan, indistintamente, los hechos que alguna vez ocurrieron con la ficción de los recuerdos y los mitos. En el Cusco, todo y todos tienen que ver con la antigua civilización inca. De modo que, atención: será difícil separar historia de leyendas, misticismo de realidad. Cada cual decidirá cuánto entregarse a la imaginación y al encanto del lugar. Y si creer todo lo que se cuenta.

Capital de un imperio

A primera vista, las construcciones inca-coloniales y el aire fresco le otorgan una atmósfera de pueblo escondido entre las montañas, reservado para pocos. Sin embargo, el Cusco, como se escribe oficialmente en el Perú, es el principal destino turístico del país y una de las ciudades con mayor diversidad de nacionalidades del continente. Ostenta varios títulos que la hacen mundialmente conocida: Patrimonio de la Humanidad, Roma de América, capital histórica del Perú, capital arqueológica de América. Aunque la denominación que la hizo mundialmente famosa es la de antigua capital del imperio inca.

Dos leyendas explican el origen del Cusco histórico. Y ambas coinciden en que fue el líder inca Manco Cápac quien fundó la ciudad que sería la capital del futuro imperio. Hay quienes afirman que Inti, el dios sol, le reveló este lugar ubicado entre dos riachuelos y alejado de las etnias vecinas. Dicen que fue alrededor del siglo XI o XII. Manco Cápac construyó su palacio en la base de una meseta y erigió la ciudad alrededor del pantano. Luego, sus sucesores se ocuparon de secarlo con tierra extraída de las montañas aledañas y con arena del litoral costeño.

Aunque muchos historiadores dudan hasta de la existencia de Manco Cápac, lo cierto es que la ciudad nació bajo el nombre de Qosqo, que en quechua significa ombligo del mundo. Denominación que, lejos de ser pretenciosa, describió fielmente la realidad de la época. Porque Qosqo fue el centro político, religioso y cultural más importante del Tawantisuyu, el imperio que se desarrolló entre 1438 y 1532 y llegó a ocupar los territorios actuales de Bolivia, Perú, Ecuador, sur de Colombia y norte de Chile y la Argentina. Ni más ni menos que el mayor imperio prehispánico de América.

Según la cosmovisión inca, en Qosqo confluían los tres mundos: el uku pacha o mundo de abajo y de los muertos (representado por la serpiente), el kay pacha o mundo visible y de los vivos (cuyo símbolo era el puma) y el hanan pacha o mundo superior de los dioses (simbolizado por la figura de cóndor). Dicen que el gobernador inca Pachacútec diseñó la ciudad con forma de puma y ubicó la Plaza de Armas en el pecho y su palacio –la fortaleza de Sacsayhuamán– en la cabeza. La Plaza de Armas del Cusco fue y sigue siendo el lugar más importante de la ciudad. En la época del Tawantinsuyu era el punto donde coincidían los límites de las cuatro regiones (los suyos norte, sur, este y oeste) del imperio. A su llegada, los españoles tomaron la plaza y se instalaron en los palacios incas, que finalmente reemplazaron por mansiones, templos, capillas. En 1533, Francisco Pizarro fundó la ciudad de Cusco, redujo la extensión de la Plaza de Armas y dio inicio a la construcción de la catedral. Oficialmente, el imperio inca se había desintegrado.

El Valle Sagrado

Viajar al Cusco implica, necesariamente, visitar las ruinas de Machu Picchu. No se puede hacer una cosa o la otra. Porque si Cusco funciona como introducción a la historia de los incas, Machu Picchu representa el punto culminante. Y lo recomendable es recorrer el camino entre un lugar y otro dando un paso intermedio casi fundamental: el Valle Sagrado de los Incas.

Pocos kilómetros al norte de Cusco, es un conjunto de pueblos asentados en los Andes peruanos. Gracias a la riqueza de sus tierras, fue uno de los principales puntos de producción agrícola del imperio. Actualmente, los tres pueblos más visitados son Pisaq, Ollantaytambo y Chinchero.

El Valle Sagrado evidencia uno de los aspectos más característicos de la cultura inca: su fuerte unión con la naturaleza. A pesar de ser una civilización muy avanzada, se subordinaron a ella de manera casi simbiótica: sus dioses eran astros, animales y elementos como el agua y la Pachamama (madre tierra); fueron grandes astrónomos y sus construcciones estuvieron en total armonía con el cielo y la tierra. Asimismo, idearon técnicas avanzadas de cultivo, como los andenes de Pisaq –terrazas de dos o tres metros acondicionadas para sembrar sobre las laderas de las montañas– y las terrazas circulares de Moray, descubiertas recientemente. Ese enclave es considerado el laboratorio agrícola inca y es el lugar ideal para escaparse por un rato del circuito turístico tradicional.

Cualquier taxista cusqueño sabrá cómo llegar, e incluso oficiará de guía. Las terrazas circulares son hoyos naturales concéntricos que fueron utilizados por los incas para construir terrazas con sus respectivos canales de irrigación. El hoyo mayor tiene una profundidad de 150 metros, y entre un escalón y otro hay casi 2 metros de altura. Cada círculo tiene su propio microclima, con una diferencia de 15 grados entre la parte superior y el fondo, gracias a lo cual los incas pudieron adaptar todo tipo de plantas para consumo humano.

Ollantaytambo, otro de los pueblitos que conforman el Valle Sagrado, es la única ciudad inca habitada del Perú. En este lugar se puede apreciar la avanzada arquitectura prehispánica, con sus construcciones antisísmicas y su materia prima por excelencia: la piedra. Para ellos, era un elemento sagrado: creían que dentro vivía el espíritu, por eso la adoraban y la consideraban fuente de energía.

Los templos y las viviendas importantes se construían con piedras pulidas y perfectamente encastradas unas con otras, como un rompecabezas, sin utilizar materiales para unirlas. Las construcciones de menor importancia se realizaban con piedras de menor calidad y se pegaban con barro. Aun hoy no se sabe cómo realizaron determinadas construcciones y cómo transportaron piedras que pesaban toneladas desde el valle hasta las alturas. Sin embargo, uno de los mayores misterios está escondido entre las montañas y se llama Machu Picchu, que en quechua significa montaña vieja.

La ciudad perdida

Aunque están separadas por sólo 130 kilómetros, el viaje entre Cusco y Machu Picchu ya es una odisea en sí. Para aquellos que quieran viajar de manera cómoda y rápida, el tren es la mejor opción. Claro que quienes disfrutan del trekking tienen la posibilidad de llegar en tres o cuatro días, surcando a pie el famoso Camino Inca. Y los más osados y pacientes, si se animan, pueden tomar el camino más impredecible: ir de pueblo en pueblo, subiendo y bajando de colectivos, combis y taxis, hasta llegar, finalmente, a destino.

Lo que suceda en esos kilómetros dependerá del sendero elegido por cada uno. Pero todos conducirán a Aguas Calientes, también conocido como Machu Picchu Pueblo. Con apenas 2 mil habitantes, está ubicado en un valle y es la parada obligatoria para subir al Santuario Histórico de Machu Picchu, construido en la vertiente oriental de los Andes Centrales. Una buena opción es pasar la noche allí y ascender los 8 kilómetros hasta Machu Picchu por la mañana, para pasar todo el día en las ruinas. Una vez adentro, es recomendable sumarse a algún tour o contratar un guía para comprender mejor la disposición de las construcciones y el significado de cada sector de la ciudadela. Y luego, que el instinto marque el camino.

Según dicen, el Huayna Picchu –aquel cerro que se ve de fondo en las postales de Machu Picchu– representa la cara de un indígena: el punto más alto es la nariz y las pequeñas ondulaciones forman la boca y el mentón. La nariz del Huayna Picchu ofrece la mejor vista panorámica de las ruinas, especialmente si se sube bien temprano, cuando la niebla todavía cubre la ciudadela. Tras una hora y media de caminata se llega al punto más alto. Una vez allí, la única tarea será elegir una piedra para sentarse y esperar que el viento disipe las nubes y deje ver Machu Picchu desde el cielo. Recién en ese momento podrá descubrirse la inmensidad de esta obra de arte construida entre las montañas. La cima del Huayna Picchu es, además, el mejor punto para elegir –o imaginar– una teoría acerca de este lugar: hay quienes creen que fue la residencia de Pachacutec, el más grande emperador inca; también se piensa que fue un lugar sagrado; otros afirman que cumplía la función de fortaleza militar. En este caso no habrá una respuesta correcta. El final de la historia queda a elección de cada uno.

Epílogo a mil voces

Otra vez, la Plaza de Armas de Cusco, lugar que inevitablemente se volverá a pisar al regresar de Machu Picchu. Es imposible obviar el capítulo inca de la historia al caminar por sus callecitas: cada piedra carga con un pedazo de pasado, cada peruano mantiene viva la tradición. Basta con pararse en medio de la plaza: chicos vestidos con tejidos andinos deambulan ofreciendo galletitas y bebidas; mujeres persiguen a los turistas para ofrecerles tours; hombres invitan a los visitantes a pasar a los restaurantes criollos. Por la pasarela desfilan asiáticos, americanos, europeos.

Y si uno se cansa de mirar, basta con sentarse en un banco y afinar el oído. Cusco bien podría llamarse la ciudad de los mil idiomas y de las mil ofertas. “Compre señorita, lleve los cigarrillos del Inca, son buenos para la salud , afirma un niño de siete años mientras sostiene contra su pecho un cajón de madera lleno de golosinas, chocolates y cigarrillos. Dice la frase con inocencia, no se da cuenta de la magnitud de sus palabras. Repite el eslogan una y cien veces, tal vez con la intención de ganarse unos soles para el almuerzo, tal vez para entablar conversación con alguno de los miles de turistas que pisan la plaza histórica cada semana. Y si no le prestan atención, él simplemente se da vuelta y sigue caminando entre la gente, mientras su voz se pierde entre el coro de vendedores ambulantes que pasean día y noche por esta ciudad histórica del Perú.