

Fue un año atravesado por la ansiedad pre-electoral con sus vientos cargados de vaticinios para el día después. Buena parte del 2013 discurrió, en efecto, bajo el influjo de esa frontera invisible del 27 de octubre y la anticipación de los sobresaltos que podían aguardar más allá de las urnas. Una incertidumbre potenciada por el brusco alejamiento de Cristina y el entramado de dudas que surgió en torno a su salud.
Su reaparición tras el golpe electoral, histriónica pero en principio anodina con la imborrable escena del perrito Simón, vino seguida por un cambio de aire ministerial que sació en parte la expectativa de una Cristina que retomara el control, con el inquietante ascenso de Kicillof y la vitoreada salida de Moreno. Pero el efecto Gabinete y esa nueva impronta dialoguista que pareció despuntar empieza a parecer un espejismo en este diciembre abrasador y otra vez salpicado de reclamos salariales, cortes de luz y tensión social.
El día después electoral finalmente no validó los fatalismos que auguraban un shock cambiario. Pero la rápida evaporación de reservas obligó a tomar medidas, como el ultra-anticipado aumento del recargo al turismo, que ya había hecho del prepago de viajes el evento cambiario del año. Es que los dólares siguieron escurriéndose de las arcas incluso después del voto. En los dos meses de la víspera electoral ya se habían quemado casi tantos dólares como en la previa de las elecciones de 2011, coronada luego por el cepo. Pero ante una oferta de divisas escuálida, en noviembre se terminó vendiendo tanto como en octubre ( u$s 2.000 millones), mientras que la caída de reservas se aceleró de u$s 1.500 millones a u$s 2.400 millones.
En perspectiva, resulta que la Argentina terminará este año con una sangría récord en torno a los u$s 13.000 millones, cuatro veces más que el año pasado. Son casi tantos dólares como los que logró incorporar a las reservas Néstor en su mejor año (u$s 14.000 millones en 2007). Así, en los últimos tres años de kirchnerismo se habrá dilapidado la mitad de los casi u$s 42.000 millones que se supusieron cosechar en los primeros siete años del ciclo.
Hoy la directiva parece ser defender sin mayores miramientos el nivel de los u$s 30.000 millones. Y en efecto, con la llegada de Juan Carlos Fábrega al Banco Central (y la ayuda de los dólares que aportó Chevron y la nueva letra dollar-linked para cerealeras) las arcas se estabilizaron, al menos por el momento. También se disparó el paso de la devaluación oficial: el tipo de cambio se depreció 6,6% (40 centavos) en sólo un mes, mientras que la intervención vía bonos logró que el contado con liquidación (la cotización que surge de la dolarización vía títulos públicos) se redujera en casi 8%, lo que ayuda a neutralizar una sublevación del blue, estacionado por debajo de los $ 10 (y no precisamente gracias al invento fallido del Cedin).
Así y todo, el Central terminará con saldo vendedor en el mercado cambiario por primera vez desde 2008, el año de la gran crisis internacional. Pero en 2013 habrá desembolsado 10 veces más que en aquel entonces (u$s 5.000 millones) para poder administrar la marcha ascendente del dólar. Y si bien esa eventualidad ha tenido un efecto contractivo (al retirar pesos de la calle), nadie habla por ahora de moderar la emisión para financiar al Tesoro. Este año llegaría a los $ 96.500 millones, el equivalente al 3,5% del PBI. Es el doble que el año pasado y casi cinco veces la asistencia del 2010, cuando la emisión del BCRA para solventar el déficit fiscal representaba 1,3% del PBI.
Quizás la modesta aspiración oficial de pasar el verano sea cumplible. La cosecha gruesa, después de todo, no está tan lejos. Pero esta Argentina 2013, que es también la de los 30 años de democracia, se merecería otras metas. Y la oportunidad de evitar esta vez la trampa de las salidas salvajes.













