Por diseño del negocio, los bancos tienen una duración del pasivo (básicamente los depósitos que reciben) superior a la de su activo (los préstamos que otorgan). Por lo tanto, un incremento no anticipado en el encaje hace que el banco tenga que contraer los préstamos que otorga, por lo que no tiene incentivos a renovar los créditos que van venciendo. Además, el tener que renovar depósitos a tasas más altas, cuando ya se pactaron préstamos más largos a tasas menores, supone un costo para la entidad. Por supuesto, los bancos podrían tratar de compensar ese problema con una carga de tasas mucho más altas sobre los créditos nuevos. "Sin embargo, un teorema muy conocido en el área de finanzas -referido al racionamiento de crédito- afirma que, en situaciones de fuerte iliquidez, a los bancos les resulta muy difícil ganar dinero subiendo las tasas de interés sobre préstamos ya que, junto con la elevación de las tasas, empeora el pool de deudores", revela un informe de la consultora Abeceb. "La consecuencia es que la rentabilidad del banco se resiente, porque lo que gana por suba de tasas lo pierde por suba de atrasos o directamente no pagos. No sorprende, por lo tanto, que el banco decida no prestar bajo esas condiciones. Es lo que se conoce como racionamiento de crédito", agregan. Esto es lo que ya ocurre, como muestra la caída del stock de los créditos. Por supuesto, la primera víctima de un banco que presta poco es la rentabilidad. No son tiempos buenos ni para el ROA, que son los retornos sobre los activos, ni para el ROE, que es la utilidad propiamente dicha.