
Este verano boreal, el mercado de viviendas alemán se convirtió en Alicia en el País de las Maravillas: el rendimiento de los bonos a cinco años emitidos por bancos hipotecarios cayó a -0,2%, comparado con el nivel de 5% hace una década.
Eso significa que los inversores esencialmente están pagando por el privilegio de prestar dinero al sector inmobiliario más grande del mundo. La lógica económica se puso patas para arriba.
Además, en Dinamarca algunas instituciones financieras están ofreciendo a los tomadores de crédito hipotecas "negativas" que pagan intereses; los directores financieros de las grandes compañías alemanas murmuran sobre sus bonos que se negocian con rendimientos negativos; y los rendimientos de los bonos soberanos a 10 años en Francia y Suecia también entraron en terreno negativo, uniéndose a Alemania y Japón.
Se acumuló en el mundo deuda con rendimiento negativo superior a u$s 12,5 billones, cifra que quiebra el récord de 2016. Incluso en Estados Unidos, el rendimiento de los bonos del Tesoro a 10 años cayó por debajo de 2%. Podría no parecer dramático porque aún es positivo en términos nominales. Pero ajustado por inflación subyacente (cercana a 2%) equivale a una tasa real cercana a negativa. Esto es notable dado que EE.UU. acaba de anotarse un crecimiento económico de 3,1% en el primer trimestre.
Cuando las tasas negativas aparecieron por primera vez hace dos décadas en los mercados de yenes japoneses, provocaron tanta sorpresa que los sistemas de cómputos de los bancos locales colapsaron. Pero ahora están surgiendo con tanta frecuencia que los inversores se están acostumbrando a lo surrealista.
Parece haber un sutil cambio en la psicología de los inversores. El tema gira alrededor de las explicaciones detrás de los rendimientos negativos. Cuando aparecieron por primera vez, los inversores y economistas tendían a asumir que el patrón reflejaba ciertos eventos, como la crisis financiera asiática de 1997, la crisis financiera de 2008 y los dramas de la deuda de la eurozona, y el ablandamiento "de emergencia" de los bancos centrales.
Hoy es difícil decir que la culpa de las tasas negativas la tiene un "acontecimiento" específico, con la posible excepción de aquellos que piensan en la guerra comercial de Trump.
En cambio, los inversores, economistas y las autoridades que diseñan políticas, mencionan cada vez más a explicaciones estructurales de largo plazo para las tasas negativas. Citan la demografía, específicamente que el envejecimiento de las poblaciones del mundo desarrollado sofoca la demanda, y especulan con que la innovación tecnológica podría estar haciendo bajar los precios.
Es difícil probar en qué medida son responsables esos factores estructurales. Las opiniones en la FED y en el BCE son variadas. No es de extrañar: otro factor que hace bajar las tasas de interés es la postura ultra acomodativa de los bancos centrales. El BCE y el Banco de Japón compraron tantos bonos soberanos en un esfuerzo por estimular el crecmiento, que casi hay escasez de activos seguros para los inversores comunes y corrientes.
La conclusión es la siguiente: cuanto más empiece el consenso económico a atribuir las tasas negativas a temas estructurales, y no a shocks o al ciclo económico, más probable es que asuma que este patrón llegó para quedarse.














