Jerry DeLemus enfrenta un dilema, y es un dilema que deben confrontar los puristas ideológicos del movimiento del Tea Party en todo Estados Unidos en este momento en que los republicanos se preparan para nominar a su candidato presidencial. Lo que deben decidir es si se tapan la nariz y aceptan unirse a la base republicana en su apoyo por Mitt Romney, el candidato que para muchos tiene más probabilidades de obtener la nominación y ganarle a Barack Obama, aunque ellos piensan que es demasiado progresista. O bien optan por respaldar a otro aspirante a la nominación, aun corriendo el riesgo de que el presidente obtenga un segundo período en la Casa Blanca.

Dado que falta sólo un mes para que se realicen las asambleas electorales (caucus) del estado de Iowa, esta es una decisión que encaran ahora los activistas del Tea Party de todo el país.

"No quiero que Obama vuelva a la Casa Blanca, pero no quiero poner allí a alguien que sea exactamente igual que él, sólo que un poco más lento", dijo DeLemus, uno de los organizadores de los Granite State Patriots, un grupo de miembros del movimiento en el estado de New Hampshire (denominado "el estado de granito), que celebrará sus primarias el 10 de enero.

"Voy a poner el nombre de cualquiera antes de votar por alguien como Romney", aseguró DeLemus y se lamentó de lo que considera la tendencia izquierdista en EE.UU.: así es como terminamos con un marxista en la Casa Blanca, resumió.

El movimiento nacional del Tea Party, tras tener éxito en su objetivo de lograr que el Partido Republicano girara abruptamente hacia la derecha, y conseguir instalar una ruidoso grupo de conservadores duros en el Congreso, ahora enfrenta un nuevo desafío.

Los candidatos para la nominación que son leales a las raíces del movimiento -o sea, los conservadores en el plano fiscal y social como Michele Bachmann y Rick Perry- se han estrellado en las encuestas, y parece que lo mismo ocurrirá con Herman Cain.

Newt Gingrich, el expresidente de la Cámara de Representantes cuya ubicación en las encuestas de opinión ha subido en las últimas semanas y que, en algunos de estos sondeos, supera a Romney, es sin dudas un conservador. Pero, después de tres décadas de actuación en la política nacional, es el símbolo del hombre de Washington al que el Tea Party desprecia.

El hecho de que no exista un candidato claro es una enorme fuente de frustración. Esta vez no hay un [Barry] Goldwater, ni un [Ronald] Reagan para liderarlos, comentó Bill Schneider, un analista político que ha cubierto todas las elecciones estadounidenses durante cuatro décadas, haciendo referencia a los conservadores que resultaron nominados por el Partido Republicano para las elecciones de 1964 y 1981.

Algunos analistas piensan que, para resolver ese dilema, el movimiento podría tratar de presentar el candidato de un tercer partido como alternativa a Romney. Pero eso no ayudaría a cumplir con su propósito de echar a Obama de la Casa Blanca. Considerando que enfrentan este problema, es probable que el año próximo el Tea Party concentre su poder el fuego en el Congreso, donde ha logrado instalar a decenas de sus aliados ideológicos, además de ejercer una poderosa influencia sobre todos los republicanos.

En realidad, sus miembros ya están muy ocupados promoviendo, para las elecciones legislativas, candidatos que sean leales a las creencias del movimiento. Pero incluso en ese frente las cosas no serán fáciles: cada vez es más frecuente que el público general vea al movimiento bajo una luz negativa.

Un informe publicado el mes pasado por el Pew Research Center halló que el Tea Party no sólo perdió apoyo en toda la nación, sino también en los distritos que están representados en la Cámara de Representantes por miembros del propio movimiento. En parte, eso se debe a su influencia sobre los republicanos en el Congreso, que fue vista con más severidad por la gente durante el debate por el techo de la deuda, durante el verano boreal, cuando los republicanos se negaron a negociar.

Matt Kibbe, presidente de FreedomWorks, un grupo de Washington que respalda al movimiento del Tea Party, resta importancia a estos resultados y los considera el precio inevitable del liderazgo. Para Kibbe, los activistas y los nuevos legisladores del Tea Party han redefinido el debate sobre la deuda nacional y son atacados por obligar a ambos partidos a confrontar su gasto.