Hace diez años la economía global sufría el peor golpe desde la Gran Depresión. Se temía que, junto con el derrumbe de la producción y el desempleo masivo, el mundo cayera en el proteccionismo de la década de 1930.
Como parte del esfuerzo de mantener la economía mundial abierta, Estados Unidos elevó el estatus del grupo G20 de grandes economías para comprometer a las cabezas de los gobiernos; y en la cumbre en Washington de noviembre de 2008, prometió abstenerse de tomar acciones proteccionistas. En el evento, la promesa se mantuvo menos de 36 horas, hasta que Rusia siguió adelante con su plan para elevar los aranceles a automotores, y en las siguientes semanas hicieron lo mismo otros mercados emergentes.
Si bien el posterior avance del proteccionismo fue muy inferior al que muchos temían, es extremadamente difícil afirmar que el G20 tuvo mucho que ver con eso. Los acuerdos de compras para el sector público incluidos en el marco de la Organización Mundial de Comercio y Nafta, por ejemplo, en vez de ser promesas vagas, impidieron que Estados Unidos favorezca a productores locales en sus posteriores programas de estímulo federales.
El G20 volvió a ser importante en el mundo del comercio en vísperas del encuentro que tendrán los jefes de gobierno esta semana en Buenos Aires, cuando el presidente de Estados Unidos Donald Trump se reúna con su par chino Xi Jinping. Nadie sabe cuál será el resultado de ese encuentro. Un presidente tan impredecible como Trump, que por momentos habla cariñosamente de Xi en medio de una total guerra comercial por las exportaciones de China, podría bien anunciar algún tipo de acuerdo, ya sea real o para aparentar.
Pero parece poco probable que el mismo G20 ofrezca un mecanismo disciplinador, y no simplemente un teatro donde Trump pueda hacer su espectáculo.
La cumbre del Foro de Cooperación Economía Asia Pacífico a principios de este mes, donde se puso a prueba la capacidad del multilateralismo de contener la tensión entre EE.UU y China, no produjo siquiera un comunicado conjunto. China, que hizo pesar su poder con total libertad durante la cumbre, rechazó con firmeza las sugerencias de que estaba violando el libre comercio. De hecho, el borrador del comunicado para el G20 de esta semana omite la tradicional promesa de combatir el proteccionismo para evitar otro conflicto.
Incluso sin el desprecio personal de Trump por los organismos multilaterales, el G20 siempre ha fallado en una de los exámenes básicos que debe aprobar un acuerdo o una institución internacional si influye o no significativamente en el cálculo político local de los países firmantes. En el caso de los acuerdos y promesas comerciales, los pactos deberían inclinar el poder hacia los productores orientados a las exportaciones que, a través del mercantilismo mutuo con los exportadores, promueven el libre comercio.
Pero a Trump no parece importarle a qué electorados locales les afecta su campaña de subas de aranceles, y el débil efecto del comercio en las elecciones legislativas norteamericanas probablemente no haya cambiado su opinión. El compromiso de China hacia una estrategia de desarrollo intervencionista sin mencionar el imperativo de que se lo vea como contraatacando los aranceles de Trump también parece estar sobreviviendo.
Los anfitriones argentinos del G20 de esta semana, probablemente tomen como una victoria que la cumbre termine sin una gran ruptura pública entre Estados Unidos y China.
