Para una potencial economía de mercado emergente, ansiosa de ponerse al nivel de sus rivales occidentales más ricos, ¿cuál es la mejor manera de aprovechar los mercados de capitales internacionales?
Hasta hace poco tiempo, la respuesta era relativamente simple: cuanto más, mejor. El crecimiento de los mercados financieros estaba ligado al avance económico. El capital extranjero reducía los costos de financiación, fondeaba las inversiones, premiaba el espíritu emprendedor y estimulaba las políticas sensatas enfocadas al crecimiento. Desde los primeros años de la década del 2000, los flujos brutos de capital hacia los mercados emergentes se han quintuplicado.
Ya se habían aprendido las lecciones de crisis anteriores. Los mercados cambiarios locales se expandieron para reducir los peligros de depender de la deuda en dólares. Se liberó el tipo de cambio y se ampliaron las reservas como defensa contra ataques especulativos.
Pero a medida que la Reserva Federal de EE.UU. reduce sus compras de activos a gran escala, los mercados emergentes van mostrando claramente inestables; y esta inestabilidad se extendió desde Argentina, pasó por la región asiática en desarrollo, llegó a Turquía y por último a Brasil.
Una explicación común es que la agitación por la reducción del estímulo de la Fed ha sido mayormente idiosincrásica, resultado de debilidades específicas de cada país. Pero esa idea se pone en duda en una investigación publicada por el FMI.
Como parte de su último informe de estabilidad financiera mundial, el FMI examinó los flujos hacia los mercados emergentes y llegó a una sorprendente conclusión: en lugar de enfocarse más en las fortalezas de los países, los flujos de inversiones de cartera se estaban volviendo más sensibles a las condiciones financieras mundiales. Incluso cuando los políticos habían aprendido de los anteriores problemas e implementaban buenas políticas, sus países seguían corriendo el riesgo de perder flujos de capitales (y ser desestabilizados) por cambios en otras partes.
Esta nueva vulnerabilidad se debe en parte al crecimiento rápido de los flujos de bonos de los mercados emergentes, especialmente de inversores minoristas. Según el FMI, los fondos de bonos son mucho más sensibles al ánimo mundial que los bonos institucionales como pensiones, seguros o fondos soberanos. En los 90, los ingresos de capital de riesgo eran más importantes. Pero esos inversores tienen diferentes propósitos. Compran historias de crecimientos corporativos o de países. Por el contrario, los recientes flujos hacia los bonos de mercados se vieron impulsados por una búsqueda de rendimiento, en una era de tasas de interés muy bajas. Por eso la sensibilidad a los rendimientos de EE.UU es mayor.
La volatilidad sube cuando los inversores pueden retirar dinero fácilmente de fondos abiertos. El impacto es aún mayor cuando regulaciones más estrictas reducen la liquidez del mercado de bonos local.
Una manera de interpretar los resultados del FMI es que los mercados de capitales internacionales se han vuelto demasiado grandes para muchos mercados emergentes. Cuando los gestores de fondos retiran capital, no existen suficientes compradores locales que intervengan. Inevitablemente, sobreviene la agitación.
¿Qué pueden hacer los mercados emergentes? No pueden volver el tiempo atrás; los fondos de bonos de mercados emergentes llegaron para quedarse. El FMI recomienda que las economías emergentes aceleren el desarrollo de la base inversora local. Eso funcionó para las economías de la periferia de la eurozona golpeadas por la crisis, donde los bancos locales compraron las deudas de los gobiernos cuando otros huyeron en el momento más álgido de la crisis económica de la región.
