Es sólo la vanidad lo que hace que alguien crea que ellos son especiales o “diferentes”. Asia no pensó que la larga historia latinoamericana de crisis financieras podía ofrecerle lecciones útiles en 1997; pero lo hizo. Lo mismo ocurre con Europa, que hoy corre peligro de ser víctima de la misma vanidad.

Pensemos en la llamada “gran bazuca” del primer ministro británico David Cameron. En América latina de los ochenta, a esos extensos programas se los conocía simplemente como “el paquete”. Por supuesto, el paquete es sólo el comienzo del fin de una crisis. El verdadero desafío está en su implementación, que requiere liderazgo.

Los gobiernos tecnócratas pueden funcionar. Fernando Henrique Cardoso, por ejemplo, era un académico antes de ser ministro de finanzas de Brasil y dos veces presidente. Pero hay que tener en cuenta que Cardoso tenía un mandato popular.

Argentina es un caso. En 2001, pasó por una serie de gobiernos antes de anunciar el mayor default del mundo en aquel entonces. Hasta el brillante economista Domingo Cavallo no logró cambiar el curso de la situación. Para recuperar la competitividad sin quebrar la paridad cambiaria —como la de euro— de Argentina, diseñó un a “devaluación sintética”. Los subsidios generales a las exportaciones y aranceles a las importaciones salieron directamente de los libros, pero no funcionaron. Tal como a menudo hacen ahora en Europa, los inversores veía que la dinámica de la deuda del país todavía les jugaba en contra.

Los temores al default provocaron alzas en los rendimientos de los bonos, lo que condujo a un crecimiento inferior y a menores ingresos para el gobierno. Eso aumentó las probabilidades de una cesación de pagos en un proceso que pronto se completó. Después de tres años de recesión, gran parte del sur de Europa ya llegó a este punto.

Hasta el respaldo a un préstamo por parte de un ente multilateral —sea el Fondo Monetario Internacional o el Banco Central Europeo puede empeorar las cosas. ¿Por qué? Porque una condición para su ayuda es tener prioridad en la estructura de la deuda soberana. Eso convierte a los inversores privados en “bonistas subordinados”. Y las grandes intervenciones oficiales puede producir el efecto contrario: que los inversores corran hacia la salida.

La siguiente fase la conocen todos. Los ciudadanos retiran sus ahorros antes de que se los conviertan en liras o dracmas o pesos devaluados. A eso le sigue una corrida bancaria. Para evitar el derrumbe del sistema de pagos, el gobierno anuncia una devaluación, en general en un fin de semana largo. Al siguiente día, se desata el infierno.

Esas escenas no son impensables en Europa, y para evitarlas, se necesita un plan viable. Otra precondición para el éxito: no debe ser visto como una imposición del extranjero. Sin apoyo nacional, a un plan de ajuste fallido le sigue otro plan de ajuste fallido.

El dinero fresco que apoya a un paquete nuevo se otorga en préstamo bajo el encabezado: “otorgar y fingir”. Finalmente, algún plan es aceptado. Pero en el período de intervención, puede surgir una extraña fauna política. Esto ocurrió particularmente en América latina, donde la democracia en aquel entonces apenas cubría los tobillos. Sin embargo, ¿es raro que el nuevo ministro de defensa italiano sea un militar y no un civil? La democracia española tiene sólo siete años más que la brasileña, e Italia unificada tiene dos terceras partes de la edad que ttienela mayoría ría de las repúblicas latinas.

Finalmente hay que tener en mente que el ajuste es muy doloroso. La “década perdida” de Latinoamérica significó años de menores salarios reales y mayor desempleo. A medida que crece el descontento social, en general aparecen los viejos chivos expiatorios. En América latina, con su historia colonial, la reacción fue contra el “consenso de Washington”. En Europa, donde Alemania es el banquero, quizás sea la historia del S.XX. Pero no sorprende el creciente enojo. ¿Cuándo dijo un deudor algo agradable sobre su acreedor?

Por supuesto, Europa no es América latina. En todo caso, está en peor situación. Está más endeudada y probablemente esté menos en condiciones de digerir duros programas de ajuste. “No saben sufrir”, señaló Ernesto Zedillo, ex presidente de México, refiríendose al sur de Europa.

Los bancos europeos también forman parte de la crisis, que es un problema tanto de excesivo otorgamiento de préstamos como de excesivo endeudamiento. Al menos en América latina, los bancos eran en su mayoría extranjeros. Europa debería tener un factor a su favor. Con instituciones más sólidas, debería llegar más rápido a la solución correcta. Pero a mayores costos económicos siempre le siguen políticas pobres y tardías.