Para el Partido del Congreso, que gobernó India 54 de los últimos 67 años, la única duda sobre estas elecciones generales es el tamaño de su derrota. Después de una década del liderazgo cada vez más debilitado de Manmohan Singh, el electorado de 815 millones de personas está decidido a votar en contra del actual gobierno.

Los votantes están rechazando no sólo los últimos diez años. Hay una gran reacción contra la política paternalista representada por las empresas familiares, dicho de otro modo el partido del Congreso. Narendra Modi, líder del partido nacionalista hindú Bharatiya Janata (BJP), no es metropolitano, no pertenece a una élite y definitivamente no es miembro de la dinastía Nehru-Gandhi. Sería difícil imaginar una persona mejor parada para aprovechar políticamente la desilusión del pueblo.

La explicación más común de la inminente implosión del Partido del Congreso es que su desempeño fue horrible. Mientras estuvo en el poder, el crecimiento de India se descarriló. La tasa de expansión se redujo a la mitad, algo que no puede decirse del índice de corrupción. La inversión se detuvo. La confianza disminuyó. En su segundo mandato, Singh hizo poco más que calentar la silla para Rahul Gandhi, el biznieto de Jawaharlal Nehru.

Este relato tiene algunas verdades, pero hay otra explicación que refleja una India moderna diferente. Y es que Congreso, al avanzar en su misión de erradicar la pobreza, no se ocupó del resto.

El partido del Congreso en 1991 abandonó su socialismo nehruviano y, obligado por la crisis, liberó el enjaulado potencial de crecimiento de India mediante reformas del mercado.

El BJP, que condujo el país desde 1998 hasta 2004, supervisó la posterior expansión económica. El crecimiento de la década pasada con el gobierno de Congreso promedió el 7,7%, que no es poca cosa. Pero la tasa cayó por debajo de 5% en la previa de este año electoral. Eso ha sido suficiente para más que duplicar el ingreso per cápita, que ahora es superior a u$s 4.000 sobre la base del poder de compra, según el FMI.

En otras palabras, India en 2014 no es el mismo país que era en 2004. Instituyó el derecho a trabajar y a recibir planes alimentarios. Pero esos programas son costosos y propensos al robo desenfrenado. Al presionar al Tesoro, provocaron inflación. Eso a su vez obligó al banco central a subir las tasas, lo que bajó el crecimiento.

Desde el punto de vista electoral, si no humanitario, los indigentes conforman un electorado cada vez menor. Según datos oficiales, 935 millones de indios escaparon de la miseria y buscan algo mejor.

La mayoría de los indios ya no se conforman con los programas de ayuda o la entrega de alimentos, que son la especialidad de Congreso. Muchos quieren trabajo y oportunidades.

India también está atravesando una transformación demográfica. La mitad de su población de 1.200 millones tiene menos de 26 años. En estas elecciones votarán por primera vez unos 70 millones de jóvenes. Ellos no recuerdan cuál era la tasa de crecimiento de India antes de 1991. Conocen sólo una economía que, si bien en forma desigual, ofrece la posibilidad de mejorar la calidad de vida.

La India a la que le habla el Partido del Congreso está desapareciendo rápidamente. No logró comprender la magnitud de los cambios sociales y económicos que ayudó a generar. Ahí está su error.