El Banco Mundial no es propenso a hacer profecías específicas de catástrofe, más bien se suele retorcer las manos y hablar vagamente del riesgo. Por ello, es muy llamativo que hable sin rodeos de una "próxima ola de crisis de la deuda" en los mercados emergentes. No es sorprendente que estemos al borde de una serie de defaults. El fin de un largo periodo de tasas de interés superbajas a nivel mundial, el golpe al crecimiento de la pandemia, la enorme incertidumbre derivada de la invasión de Ucrania por parte de Rusia, en particular la conmoción que ha supuesto para los importadores de materias primas la suba vertiginosa de los precios de los combustibles y los alimentos, y la suba del dólar han aumentado rápidamente la carga de la deuda denominada en dólares. Es importante mantener esto en su contexto y no empezar a convertirlo en un juego de moralidad sobre los irresponsables gobiernos de los países en vías de desarrollo. Antes de la pandemia, los mercados emergentes no se lanzaron a pedir préstamos en masa. Tampoco se trata de un tsunami: el Banco Mundialestima que no veremos un episodio que se asemeje a la crisis latinoamericana de los '80 ni al fenómeno de los países pobres muy endeudados (heavily indebted poor countries o HIPC, por sus siglas en inglés) de los 2000. Sin embargo, los vulnerables y los que han cometido errores políticos se están viendo afectados. Aparte de la propia Rusia, Zambia y Sri Lanka, entre otros, ya han incumplido sus obligaciones, en sus casos afectados por el elevado costo de las infraestructuras y la caída de los ingresos de exportación procedentes del cobre y el turismo, respectivamente. Hay más países, sobre todo en el África subsahariana, que van por el mismo camino. Cuando llegue la ola, ¿están los prestamistas y las instituciones como el FMI preparados para resolver estos problemas de forma constructiva y favorable al crecimiento? Se podría pensar que, tras décadas -incluso siglos- de práctica, los países acreedores habrían encontrado una forma predecible y razonable de reestructurar los bonos soberanos. Habrían contado con la naturaleza cambiante de los flujos de capital internacionales y la desorganización de los acreedores. Y esta vez China es un nuevo factor importante. Han habido múltiples intentos de regularizar las reestructuraciones soberanas para lograr una distribución justa de las cargas entre los acreedores. El 'Club de Londres' de los bancos comerciales se creó en 1976, cuando gran parte del endeudamiento soberano se realizaba a través de préstamos bancarios, y fue muy utilizado durante las crisis de la deuda soberana de los '80. Pero no ha sido realmente relevante después de que el endeudamiento se trasladara a los mercados de capitales. En cuanto a los acreedores oficiales, el 'Club de París' se creó en 1956 para hacer frente a la crisis de la deuda de -¿dónde más? - el defaulteador serial, Argentina. El Club de París desempeñó un papel fundamental en la resolución de episodios como la iniciativa de alivio de la deuda de los HIPC, pero siempre ha tenido problemas para obligar a los acreedores del sector privado a reducir también la deuda soberana. Hace veinte años, el FMI intentó heroicamente, pero fracasó, establecer un procedimiento oficial de quiebra (el mecanismo de reestructuración de la deuda soberana) para rescatar a los inversores privados. Los prestatarios han añadido cada vez más cláusulas a los contratos de bonos soberanos para facilitar la reestructuración, pero su cobertura y eficacia son imperfectas. Las quiebras soberanas con rescates oficiales y acreedores privados se siguen resolviendo ad hoc, a veces con comités de acreedores rivales. La resolución puede prolongarse especialmente cuando intervienen litigiosos inversores de deuda en apuros. La Unión Europea intentó establecer su propio acuerdo formal para incluir a los acreedores privados en la reestructuración, la propuesta de Deauville, en 2010, en plena crisis de la deuda de la eurozona. Pero se gestionó de forma tan caótica como el proceso de rescate oficial en general y finalmente se abandonó. El G20 creó un Marco Común para el Tratamiento de la Deuda durante la pandemia de 2020, pero es demasiado vago para proporcionar seguridad. Así que la nueva ola de defaults se abordará con el habitual y amañado marco de acreedores, a lo que se suma ahora la incertidumbre por la aparición de China como un importante acreedor bilateral oficial. China no es miembro del Club de París, lo que forma parte de su continua reticencia a unirse a grupos liderados por países ricos. Sus préstamos proceden de una variedad de organismos estatales con diferentes enfoques, incluidos los desarrollos de infraestructuras impulsados políticamente en la Iniciativa de la Franja y la Ruta.Prefiere negociar el alivio de la deuda por partes, de forma bilateral y en privado. La resolución de las crisis de la deuda es uno de los ámbitos políticos e instituciones (la Organización Mundial del Comercio es otro) en los que una China cada vez más poderosa es acusada a menudo de opacidad, desprecio por los principios multilaterales y una negativa general a cumplir las reglas. A menudo se trata de una crítica razonable pero, por otro lado, los países ricos no pueden enorgullecerse de las reglas que han ideado para la reestructuración, sobre todo a la hora de dirigirse a los acreedores privados, que por lo general poseen mayores porciones de deuda soberana en varios países africanos que China. Es probable que la resolución de la próxima crisis de la deuda de los mercados emergentes sea aún más lenta y dolorosa de lo habitual ahora que China está involucrada. Esta sería una buena oportunidad para elaborar un tratamiento más sistemático que vincule a todos los acreedores, públicos y privados. Pero la experiencia de China en otros foros políticos, y la debilidad de los esfuerzos incluso antes de que se convirtiera en un acreedor importante, sugieren que ese no es precisamente el resultado más probable. Los defaulteadores deben prepararse para unas negociaciones complicadas.