
Cuando Lázaro Cárdenas, el presidente más reverenciado de México, dio en aquel entonces el revolucionario paso de nacionalizar la industria petrolera de México en 1938, no sólo los mexicanos y latinoamericanos sino todos las naciones pobres se alegraron. Finalmente un país pobre saqueado desde hacía mucho por depredadoras potencias extranjeras, había ejercido su derecho de propiedad sobre la riqueza de su subsuelo. Había despedido a los países ricos que creían tener el derecho de acceder a esos recursos a muy bajo costo.
El petróleo es nuestro era el slogan del momento. Ahora 75 años después, Enrique Peña Nieto, el actual presidente, anunció planes para abrir la industria azteca de gas y de petróleo a los capitales extranjeros y privados. Es un jugada audaz, cuidadosamente armada y cargada de ideología sobre la nacionalización de recursos.
Peña Nieto analizó cada línea del hasta ahora sacrosanto artículo 27 de la Constitución que consagra la propiedad nacional y pública de los hidrocarburos e insiste que esta reforma sigue al pie de la letra la forma y el fondo de la intención de Cárdenas.
Este énfasis no sólo deja en claro que el presidente está manteniendo los cánones de la retórica corporativista del Partido Revolucionario Institucional, que recuperó el poder después de haber gobernado México durante la mayor parte del siglo pasado. A pesar de que en América Latina y en el mundo emergente las petroleras nacionales han buscado tecnología y capital extranjeros para explotar mejor reservas de difícil acceso, cualquier cambio a la propiedad nacional de estos recursos puede ser delicado.
Es cierto que a veces es difícil diferenciar la ideología aplicada a los recursos nacionales de la demagogia, o del interés nacional de los intereses creados. El nacionalismo de los recursos en Rusia quizás refleje el deseo de un grupo de proyectar poder, eliminar rivales y maximizar ingresos. En Venezuela, el difunto Hugo Chávez tomó recursos estratégicos para propagar su revolución bolivariana. Bolivia y Ecuador siguieron sus pasos. Pero aun en ese caso, el fin parecía menos una adquisición directa y más una apuesta para obtener mayores ganancias.
El año pasado Argentina, por supuesto, expropió YPF de Repsol, la petrolera española. Pero nadie pondría su brújula al amparo del peronismo, con su manera ligera de acercarse no sólo a la apropiación de los recursos soberanos sino a todas las gallinas de huevos de oro desde jubilaciones privadas hasta las reservas de los bancos centrales. Buenos Aires, siempre con falta de dinero para financiar sus políticas populistas, está tratando de seducir a Repsol para que regrese a sus reservas de shale gas de la Patagonia mediante un acuerdo intermediado por Pemex, la petrolera estatal azteca.
México también necesita dinero y tecnología para explotar su riqueza petrolera, especialmente en el mar. Se pasó al lado pragmático del nacionalismo de recursos, junto a Brasil, pero con una condición: México quiere compartir utilidades más que producción, lo que normalmente significa que las compañías inversoras no pueden registrar la propiedad de las reservas. La sombra de Cárdenas es grande pero México no está sólo en esta insistencia de que el petróleo es nuestro.
Lo gran hazaña de Cárdenas en 1938 quedó evidenciada más tarde en Irán, donde Mohammad Mossadegh, un nacionalista, fue derrocado en un golpe anglo-americano en 1953 por tratar de nacionalizar la industria petrolera de Irán.
Sin embargo, si uno habla hoy con miembros de la industria petrolera en Irán, surgen dos cosas: el petróleo es de ellos; pero les gustaría poder tener acuerdos con compañías extranjeras de primer nivel.
El nacionalismo de los recursos, en resumen, puede tratarse de la creación de naciones y de la construcción de instituciones o del robo y dilapidación de los recursos. El resultado probablemente dependa más de lo bien que esté regulada la compañía petrolera y no tanto a quién pertenece la propiedad de los recursos. No obstante, es difícil ver porqué la obsesión por la propiedad del petróleo es un anacronismo cuando se trata de una compañía nacional, pero no cuando proviene de una internacional. Las petroleras a las que les preocupa que el modelo de utilidades compartidas ofrecido por México no les permite tener reservas en los libros, sin duda podrán encontrar bancos que, por una comisión, conviertan los flujos de utilidades compartidas en activos tan sólidos como cualquier roca petrolífera.











