

No hay nada como un buen escándalo sexual entre gente poderosa para alegrar la vida de un periodista y el caso Petraeus es justamente eso. Una trama que parece ideada por un novelista y una galería de personajes que incluye a algunas de las principales figuras del aparato de inteligencia y de la plana militar de los Estados Unidos.
El protagonista central es David Petraeus, un súper condecorado general de cuatro estrellas, que fue comandante del Mando Central de los Estados Unidos, un comando unificado de seguridad responsable de los intereses norteamericanos en 27 países, incluyendo Irak y Afganistán, y comandante de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF), una misión multinacional de la OTAN para Afganistán, antes de ser designado director de la Agencia Central de Inteligencia en septiembre del año pasado. Petraeus tiene 60 años y está casado con su esposa Holly desde 1974. Probablemente se hubiera retirado cubierto de gloria y ligeramente encorvado bajo el peso de sus 45 condecoraciones, de no haber sido por la mala suerte. Algunos adulterios pecan de imprudencia, pero en el caso de Petraeus no fue, si no, una rabiosa mala suerte.
La dama en cuestión es una escritora, Paula Broadwell, 40 años, también casada, y autora de All in, la biografía de Petraeus que se convirtió en un best-seller. El affaire no fue demasiado extenso. Comenzó a fines de 2011, cuando Broadwell acopiaba información para su libro y terminó en el verano boreal de 2012.
La Broadwell, como Petreus y los demás personajes de esta historia, vive en Tampa, una ciudad de la costa oeste de la Florida, cerca del Golfo de México, cuya bahía conglomera un total de 58.310 millonarios, según Claritas, una firma de investigación de mercados.
Entre éstos se cuentan Jill y Scott Kelley, cuyas opulentas fiestas atraían a lo más selecto de la sociedad de Tampa, incluyendo a algunos altos jefes militares estacionados en la vecina base MacDill, de la Fuerza Aérea, como el general Petraeus y el general John R. Allen, actual comandante de las tropas en Afganistán y otro de los protagonistas de esta historia.
Jill Kelley es una hermosa mujer de 37 años, hija de libaneses maronitas que inmigraron a los EE.UU. a mediados de los 70. Su marido es un exitoso cirujano cancerólogo y juntos tienen tres hijos.
Evidentemente, Paula Broadwell debió haber sentido celos de Jill, ya sea porque sospechó que tenía intenciones románticas con Petraeus o con Allen. El caso es que comenzó a enviarle una serie de correos electrónicos anónimos, incluyendo uno al general Allen, donde le advertía acerca de las intenciones aviesas de la Kelley.
Allen le entregó el correo a Kelley, quien, alarmada, se puso en contacto con un agente del FBI quien, en circunstancias no explícitas había mantenido una extraña correspondencia electrónica con ella, incluyendo algunas fotografías de sí mismo con el pecho desnudo, pidiéndole que investigara el origen de de los correos anónimos. (Cuando el tema de las fotografías trascendió, el agente fue separado de la pesquisa.)
Esta investigación condujo a Paula Broadwell, identificada como la autora de los correos anónimos, pero al mismo tiempo, expuso la relación amorosa que ella había mantenido con Petraeus.
La infidelidad no es un delito en los Estados Unidos, pero que el director de la CIA esté envuelto en una relación extramarital clandestina torna vulnerable a todo el aparato de seguridad de los Estados Unidos. De allí que la renuncia de Petraeus haya sido inmediata.
En su investigación, el FBI encontró documentos clasificados en poder de Broadwell, aunque nada indica que le hubieran sido entregados por Petraeus.
También encontró correspondencia entre Kelly y el general Allen que, si bien no atestigua fehacientemente la existencia de un affaire, fue suficiente como para congelar la nominación de Allen como comandante supremo de las fuerzas de la OTAN.
El escándalo también agudiza la rivalidad entre el FBI y la CIA y plantea serias cuestiones acerca del derecho a privacidad de las personas.
La moraleja del caso es que en una época de hackers y fácil acceso a la información guardada bajo seguridad electrónica, si alguien quiere hacerle a otra persona una propuesta romántica, lo mejor es que se lo diga al oído.










