

Según está establecido, las elecciones presidenciales norteamericanas deben realizarse en años divisibles por cuatro y en el día martes que sigue al primer lunes de noviembre. Así, las elecciones del 2008 se realizaron el 4 de noviembre y las del 2012 tendrán lugar el 6.
Todo lo cual significa que al momento en que esta columna llegue al lector, faltarán 116 días para dirimir el liderazgo de la que es todavía, la nación más poderosa de la tierra.
Decir que su resultado es impredecible significa mucho más que afirmar lo obvio. En los últimos doce meses, ninguno de los dos candidatos, Barack Obama y Mitt Romney, han logrado sacarse más que escasos puntos de ventaja en las diferentes encuestas nacionales. Esto parece indicar que, quienquiera resulte ganador, lo será por un reducido margen, lo cual añade incertidumbre al momento de tratar de anticipar un resultado.
El problema radica menos en la falta de atractivo de las propuestas, puesto que a diferencia de lo que ocurrió en pasadas elecciones, Obama se ha situado en un posición claramente distante de los republicanos, acentuado su conexión con la clase media y los trabajadores en general, a pesar de que las cifras de desempleo no lo ayudan, mientras que Romney trata de presentarse como el campeón del mundo empresario, capaz de estimular el empleo por medio de recortes impositivos, desregulación y reducción de los gastos del Estado.
No, lo que sucede es que ideológicamente la sociedad norteamericana sigue estando dividida de una manera drástica en casi todos los temas relevantes, desde el papel de la religión y el rol del Estado, hasta la educación, la ciencia, la familia y la sexualidad.
Entre estos dos grandes bloques separatistas, se mueve una reducida masa de indecisos o votantes fluctuantes, que son los que terminan determinando el resultado de una elección.
En tiempos más críticos, como lo fue la campaña del 2008, este sector independiente se incrementa, no tanto porque se alimente de votos robados a los dos grandes bloques, sino porque suma sectores habitualmente indiferentes a la política, como sucedió con los votantes jóvenes, que se movilizaron masivamente en favor de Obama.
Cuando la efervescencia declina, el resultado vuelve a quedar en manos de los actores tradicionales, que es lo que insinúa sucederá el próximo noviembre.
Pero tratándose de los Estados Unidos, no puede ignorarse el rol que el dinero juega en el proceso electoral y en este sentido, la campaña del 2012 promete saltarse todas las barreras.
El dinero significa dos cosas: publicidad y organización. De allí que los candidatos, a esta altura del proceso, tengan un solo objetivo en mente: recaudar.
Que el dinero (y los que lo tienen) tenga tanta influencia en la decisión de quién gobierna no parece un saludable aporte a la democracia. El 1971, el Congreso trató de poner límites a las contribuciones, reemplazándolas por financiación del Estado. Pero sucesivas decisiones de la Corte Suprema terminaron removiendo estos límites, afirmando que estos límites violaban la libertad de opinión.
El tiro de gracia llegó en el 2010, cuando la Corte determinó que, en tanto los fondos no se aplicaran a un candidato en particular, sino a la difusión de ideas, podían ser ilimitados.
Esto dio nacimiento a lo que se denominan Super PACs (PAC es el acrónimo de Political Action Comité). Cada candidato tiene el suyo. Obama tiene Priorities USA; Romney tiene Restore Our Future. Entre estos dos gigantes, se alza una veintena de organizaciones menores.
Las diferencias son abismales. El Super PAC de Romney lleva gastados casi 54 millones de dólares en combatir a Obama; el de Obama 13.5 millones en combatir a Romney, según cifras del Center for Responsive Politics.
El mayor contribuyente a la campaña de Romney, el billonario Sheldon Adelson, dueño de casinos, aportó, junto con su esposa, la friolera de 35 millones de dólares. El mayor contribuyente a la campaña de Obama, Jeffrey Katzenberg, uno de los socios de Steven Spielberg en el estudio Dreamworks, donó 2 millones.
La campaña de Obama muestras evidentes signos de preocupación por esta brecha. Sus activistas aún cifran esperanzas en los resultados de las colectas online, que resultaron decisivas en la derrota de John McCain, en 2008.
Pero esta semana, al conocerse las cifras que daban a los republicanos una ventaja de 35 millones de dólares en las contribuciones aportadas durante junio, Obama hizo sonar una voz de advertencia en un mensaje enviado por correo electrónico.
Si las cosas continúan como hasta ahora, seré el primer presidente de la historia moderna en haber sido superado en gastos en su campaña de reelección, escribió.









