

En Castilla-La Mancha se encuentra un pueblito que parece detenido en el tiempo. Rodeado de naturaleza, marcado por siglos de historia y con una arquitectura que desafía a la lógica, este rincón combina como pocos la belleza paisajística con el patrimonio cultural.
Se trata de un pueblo que ha logrado conservar su autenticidad, a pesar de mantenerse alejado de los circuitos más masificados del turismo. Un destino que sorprende con sus casas excavadas en la roca, una playa fluvial de aguas cristalinas y un castillo de origen árabe que lo observa todo desde lo alto.
Alcalá del Júcar: un pueblo entre rocas, historia y agua
Alcalá del Júcar, un pueblo declarado Conjunto Histórico-Artístico en los años ochenta, se encuentra en una peña que domina el curso del río Júcar a su paso por la provincia de Albacete. Su estructura, escalonada y orgánica, se adapta al relieve como si hubiese nacido de la propia montaña. Las calles, estrechas y empinadas, conducen a rincones donde el tiempo parece haberse detenido.

El nombre del pueblo procede del árabe al-kala, que significa castillo, en alusión a la fortaleza que corona la cima del cerro. Esta edificación, de origen musulmán y datada en el siglo XII, fue testigo de la Reconquista y del posterior dominio del marquesado de Villena. Desde sus almenas se obtienen vistas espectaculares del entorno, con el río serpenteando entre las casas cueva y los cortados de piedra caliza.
No menos destacable es el Puente Romano -construido en el siglo XVIII pese a su nombre- que conecta ambas orillas del municipio. A sus pies comienza un laberinto de callejuelas adoquinadas que guarda joyas como la ermita de San Lorenzo o la iglesia de San Andrés, con su imponente torre de 70 metros.

Casas cueva: tradición excavada en la roca
Una de las señas de identidad de Alcalá del Júcar son sus casas cueva, viviendas excavadas directamente en la montaña que mantienen una temperatura estable durante todo el año. Algunas de ellas aún están habitadas, mientras que otras se han reconvertido en alojamientos rurales, bares, restaurantes e incluso museos.
Entre las más populares destaca la Cueva del Diablo, donde se combina historia, tradición y unas vistas inigualables. También merecen una visita las Cuevas de Masagó, un entramado de túneles con bodega medieval, exposiciones y un bar excavado en la roca. El acceso cuesta 3,50 euros e incluye una consumición.

Dormir en una de estas cuevas es una experiencia inolvidable. La Casa Cueva Las Tinajas de Naya, por ejemplo, permite disfrutar del encanto rústico sin renunciar a las comodidades modernas. En cada rincón del pueblo, el vínculo entre arquitectura y naturaleza se hace palpable, generando una atmósfera que no se encuentra en ningún otro lugar de Castilla-La Mancha.
La playa fluvial de Alcalá del Júcar: un remanso de agua en el interior
Aunque no tenga mar, Alcalá del Júcar cuenta con una playa que nada tiene que envidiar a la costa. Se trata de "La Playeta", una zona de baño fluvial formada por las aguas tranquilas del Júcar. Rodeada de vegetación, peñascos y casas excavadas, esta piscina natural ofrece un entorno idílico para refrescarse en verano.

Con poca profundidad y aguas limpias, es ideal para familias con niños o para quienes buscan un lugar donde relajarse sin aglomeraciones. Además, en los alrededores se pueden practicar deportes acuáticos como el piragüismo, el paddle surf o el rafting.
Junto a la zona de baño, un chiringuito sirve platos tradicionales manchegos bajo la sombra de los árboles. Perfecto para un picnic o una sobremesa al aire libre después de un día de exploración.












