El escenario premeditado de la cadena nacional fue la victimización. Siguiendo la misma línea argumental del primer texto en facebook y del segundo en el blog presidencial. La sociedad argentina no precisaba ayer esa imagen teatral de una Cristina en silla de ruedas, con el yeso de su tobillo a la vista y una túnica blanca que remitía a las celebraciones cariocas de Iemanjá. Los argentinos esperaban a una Presidenta que diera garantías de fortaleza. No alguien que se refugiara en el marketing televisivo de la debilidad. El único débil, aquí, fue Alberto Nisman. El fiscal a quien el Estado no le pudo ofrecer las condiciones mínimas de seguridad. Ni pistas sólidas de porqué murió hace una semana.


La escena de la Presidenta de blanco sirvió, en cambio, para enmarcar una enorme derrota política. La implosión del aparato de espionaje estatal. Y sólo la muerte de un referente institucional como el fiscal Nisman pudo lograrlo. Porque los Kirchner siempre habían sido apasionados por la información conseguida a través de los servicios de inteligencia. "Todos en la Argentina tienen una carpeta", solía ufanarse Néstor. Y él las utilizaba para poner a raya a los empresarios, los jueces o a algún dirigente que le complicara sus objetivos políticos. Y tanto respeto tenía Cristina por los informes secretos de los "servis" que confió en uno de ellos que aseguraba que Sergio Massa no iba a enfrentarla en las elecciones legislativas de 2013. Pero la carpeta de la SIDE estaba equivocada. Y el error terminó en búmeran. Por eso se llevó puesto a Héctor Icazuriaga, el patagónico que hace dos meses debió pasarle la posta de jefe de los espías al obediente Oscar Parrilli.


Lo que la muerte de Nisman le demostró a la sociedad argentina es que nadie controlaba a los agentes de inteligencia. Ni Cristina, ni el resto de los funcionarios, ni la oposición ni los jueces. En el mundo inorgánico del espionaje cada cual hace la suya. Hay espías cercanos al Gobierno y otros que juegan en contra. Y aunque la ley de seguridad interior les pone límites, todas las fuerzas de seguridad tienen su propio servicio de información reservada. Recelándose, espíandose, compitiendo. Y el jefe del Ejército, el general investigado por su papel durante la dictadura César Milani, parece el verdadero jefe de inteligencia en las sombras.


Los muertos aceleran los cambios en estos tiempos de kirchnerismo. Los inocentes que murieron bajo los hierros del Ferrocarril Sarmiento dieron lugar mucho después a algunas mejoras en los trenes. Y ahora es la muerte misteriosa del fiscal Nisman la que fuerza una reforma de fondo sobre el sistema de espionaje. Es, en definitiva, una de las deudas mayores que arrastra la democracia restaurada. Y como tantos otros eslabones perdidos de esta Argentina dramática, lo tendrán que resolver los que gobiernen a partir del año próximo.