Se pueden discutir muchas cuestiones sobre el presente de Venezuela. Hugo Chávez y el chavismo han sido siempre amigos de las polémicas. Y bienvenida la discusión de estos años en América Latina. Pero hay cifras y hay palabras que no se debaten. Se condenan o se avalan con el silencio. Seis muertos en las calles durante las protestas. Más del 50% de inflación en el último año. Inseguridad, desabastecimiento y restricciones crecientes a la libertad de expresión. La debacle no se discute. La cuentan los venezolanos en las redes sociales. La certifican los enviados periodísticos que están o estuvieron en un país con recursos naturales y humanos suficientes como para compartir los dones de la prosperidad.
Sólo hay que escucharlo al presidente Nicolás Maduro para advertir la gravedad de la crisis. La amenaza de expulsión a la cadena estadounidense CNN es un síntoma evidente de la impotencia de estos días. La libertad del dirigente Leopoldo López, el diálogo abierto con la oposición y la búsqueda consensuada de respuestas son piezas indispensables de la reconstrucción. No hay peor conspiración, lo sabemos bien los argentinos, que el encierro en la trampa del autoritarismo y la violencia.