La noticia tiene todos los condimentos para conmocionar a esta Argentina de dramatismo fácil. La internación de la Presidenta en la Fundación Favaloro abonó la teoría de un episodio grave. El Gobierno tardó ocho horas en hacer pública la internación que al mediodía había anticipado la agencia Noticias Argentinas. El vocero presidencial, Alfredo Scoccimarro, recién informó durante la noche que el 12 de agosto Cristina había sufrido una caída y que por eso le habían hecho una tomografía computada de cerebro. Si a todo a eso le sumamos la falta de credibilidad que el kirchnerismo ha ido sumando en estos años, el escenario que alumbra el país a 20 días de las elecciones legislativas es de una incertidumbre creciente.
Los principales dirigentes del peronismo nada sabían sobre las dolencias de la Presidenta. Ni siquiera estaban al tanto del secreto los principales integrantes de la Cámpora, el grupo de militancia rentada que estructuró Máximo Kirchner y en el que Cristina se venía recostando cada vez más. Y si no se adelanta la reasunción de la Jefa de Estado, el muy cuestionado Amado Boudou será presidente el 27 de octubre, el día en que el kirchnerismo se dispone a recibir la derrota electoral más impactante de la década. El vicepresidente volvía anoche de Brasil y la sola mención de su figura genera irritación en buena parte del poder.
Con las encuestas negativas sobre la mesa, el peronismo tenía desde hacía varios días los cambios poselectorales en el gabinete y el destino de los dos últimos años de Cristina como hipótesis excluyente de trabajo. Esa discusión se acaba de acelerar dramáticamente. La salud presidencial es una cuestión de Estado y, en estos momentos, es cuando queda claro que ocultar la información siempre es la peor decisión institucional.