Si solo se miraran las condiciones objetivas del mercado cambiario, es probable que no haya muchas razones para esperar que se altere el fenómeno de relativa calma que se vive desde el verano. Las condiciones externas que impulsan el precio de los commodities no van a cambiar, y su efecto a nivel local de hecho deberían profundizarse, ya que en mayo se liquida el grueso de la cosecha.
Los mecanismos a los que apela la conducción económica para tener a raya las cotizaciones financieras gozan de buena salud, con lo cual tampoco hay un riesgo sobre los actuales niveles de brecha. Pero ya sabemos: el dólar es el dólar y en la Argentina nadie da por seguro su precio.
Dos fenómenos se combinaron en las últimas semanas para que algo haya cambiado. El primero es que muchos contribuyentes del impuesto especial a la riqueza se desprendieron de divisas en el mercado paralelo para afrontar su vencimiento. Eso deprimió su valor bastante por debajo de lo que muchos inversores consideraban razonable. Y apareció entonces la percepción de que estaba barato. El segundo fenómeno ratificó el anterior: fue la inflación de marzo, cuyo salto de 4,8% convenció a muchos (sin esfuerzo) de que era buen momento para buscar cobertura cambiaria.
Lo que hay en este momento es una reformulación de expectativas, porque el Gobierno está haciendo todo lo necesario para sostener sus proyecciones macroeconómicas, pero a contrapelo de lo que espera el mercado financiero. A los controles de precios y tarifas, le sigue agregando el deseo de aplicar más mecanismos que desacoplen los precios internacionales de los internos (inclusive una suba de las retenciones). Si no es un paso que haya sido resuelto (más allá del declaracionismo habitual), es porque existen diferencias de criterio internas que no le han aportado consenso a una decisión de esta naturaleza. Sobre todo porque implicaría escalar en un conflicto con el sector rural, que ya viene prometiendo algunas medidas desde que Comercio Interior reactivó los registros informativos para exportar.
El Gobierno necesitaría poner en la balanza algo más que controles si pretende que no se descarrilen más las previsiones. Ayudaría que al menos haya algún tipo de guiño del Club de París, que debe comunicar en mayo si acepta que exista un puente de tiempo de facto que permita refinanciar el vencimiento de u$s 2200 millones. Sin perspectivas de que pase algo más con el FMI hasta las elecciones (que además se harán un mes más tarde), cualquier señal sirve.
La actividad económica, inevitablemente, va a sufrir las turbulencias de la segunda ola Covid. Sería deseable que gobierno y oposición dejen de culparse de todo y tratar de recuperar el espíritu que aplicaron en 2020. El paso del tiempo no es gratuito, menos con el sistema sanitario al borde del colapso día tras día.