Aunque este año cumplirá treinta de democracia ininterrumpida, la Argentina tiene una predilección adolescente por mirar hacia atrás y no aprender de sus tragedias. La última batalla histórica la están protagonizando ahora dirigentes políticos, empresarios y sindicalistas en torno al rodrigazo, la catástrofe económica de 1975 que fusionó una devaluación sangrienta del dólar; un aumento explosivo de los precios y una presión sindical salvaje que hizo colapsar al gobierno de Isabel Perón, de José López Rega y del entonces flamante ministro de Economía, Celestino Rodrigo, para debilitar sin remedio aquella etapa violenta del peronismo y facilitar el golpe militar que hundiría al país en el terrorismo de Estado.
El primero en desempolvar el fantasma del rodrigazo había sido Roberto Lavagna, a mediados del año pasado, aunque había hablado de un fenómeno que se estaba produciendo en cuotas. Pero esta semana fue el verborrágico presidente de la Unión Industrial Argentina, José De Mendiguren, quien retomó la película de terror económico que paraliza al peronismo. Después se rectificó pero ya era tarde. Es que, siempre alerta, Hugo Moyano, había aprovechado para transmitir el mensaje de que el rodrigazo ya había empezado.
En medio de la inflación creciente, del parate productivo post corralito del dólar y del arranque bravo de las paritarias, si hay alguna palabra que la Presidenta no quiere escuchar es precisamente rodrigazo. Las directivas se transmitieron enérgicas desde Vietnam para que los funcionarios no amplificaran la polémica y al Vasco De Mendiguren se le pidió, a los gritos claro, que le bajara los decibeles a su sinceridad brutal.
El dilema no es menor. ¿Está la Argentina a las puertas de un rodrigazo? Afirmarlo sería simplemente una exageración. La inflación es muy alta pero está lejos del 80% anual que registraba antes de junio de 1975. El dólar se va devaluando pero no duplica ni triplica sus valores comerciales y financieros como en aquellos días. Y la presión gremial es fuerte pero las negociaciones paritarias siempre terminan llegando a buen puerto. Y lo más importante: Cristina conduce firmemente a su gobierno mientras Isabel era el símbolo decadente de la debilidad política delegada. Y la violencia, que hace tres décadas era con balas y con muertos, hoy es económica y discursiva.
El resto lo hace la soja, que con los dólares que le aporta a la economía equilibra todavía el desbalance de una estanflación demasiado prolongada. De todos modos, sería suicida que el Gobierno siguiera sin entender el tembladeral sobre el que está parado. El rodrigazo no llegó aquella vez sólo por la ineficacia o la perversidad de un par de funcionarios. Llegó porque el control de precios, el cambio de las condiciones externas y la irracionalidad prepararon el escenario previo al estallido. Así terminaron 11 años de crecimiento seguido, de ingresos mucho mejor distribuídos que ahora y la Argentina se deslizó hacia la noche de una pesadilla de la que todavía nos faltan exorcizar varios capítulos para dejarla definitivamente atrás.
No estamos tan cerca del rodrigazo como para que la secuencia se repita. Pero creer que así todo está bien será la manera más rápida de dispararr otro descalabro económico y social.