

Tienen mala fama y se las acusa de llegar siempre tarde. Calificaciones impolutas a instrumentos que eran una bomba de tiempo le valieron en el 2008 un golpe reputacional en EE.UU. que casi las saca del juego. Pero ahí están. Standard & Poors, Fitch y Moodys, las agencias que suben o bajan pulgares en materia de calidad crediticia, los tres pesos pesados de un tablero de notas que los inversores no pueden obviar y que aún logran irritar con bastante eficiencia a más de un gobierno.
Pero, ¿qué impacto real tiene hoy un cambio de calificación? ¿Cuánto daño puede hacer la humillación de una rebaja o la palmadita de una mejora? Según Goldman Sachs, bastante poco. Salvo cuando se pierde el grado de inversión, el santo grial que pone tu solvencia en el paraíso de los confiables. Ahí, parece, duele un poco más.

Las calificadoras están sacudiendo la escena por estos días. Y de hecho, tienden a ser bastante activas. Desde 1998, por ejemplo, las tres agencias hicieron 400 cambios de calificación a lo largo y lo ancho del mundo emergente. Si bien es cierto que los movimientos tienden a ser más frecuentes en momentos de crisis, son aproximadamente cinco cambios por trimestre.
Y en estos últimos tiempos hubo algunos hitos. Por primera vez en casi 30 años, Moodys le bajó la calificación a China en mayo y la dejó con "panorama negativo". Valga aclarar que, poco amigos de esta hegemonía calificadora, los chinos ya crearon su propia agencia, Dagong, que curiosamente le otorga al país casi la máxima calificación. Brasil, sin ir más lejos, perdió en 2015-2016 su grado de inversión por parte de las tres jugadoras (conquista impensada que había alcanzado en 2008) y a fines de mayo tanto Moodys como S&P levantaron las cejas al cambiar su perspectiva a negativa. Por último, hoy hay bastante convulsión en Chile, soberano en la gloria del grado de inversión desde 1992 con nota A por parte de las tres agencias, ya que Fitch y S&P advirtieron sobre una inminente degradación de su estatus por primera vez en 25 años. Claro que Chile debería bajar seis escalones para poner en peligro su "investment grade" pero no por eso respiran más tranquilos.
Acciones, las más sensibles
El informe de Goldman se plantea cuál es el impacto en el tiempo de un cambio en el rating y para eso analiza a 16 grandes emisores soberanos emergentes desde 1998. La primera conclusión es que el mercado tiende a adelantarse al cambio de calificación, aunque existe una "reversión" considerable de ese efecto después del hecho.

En lo que hace a spreads, en los seis meses previos a una rebaja, la sobretasa soberana a cinco años por encima de la del bono del Tesoro americano se expande 85 puntos básicos (pb) pero una vez concretado el anuncio, se vuelve a achicar 60 pb, con lo cual el efecto final es un aumento de 25 pb. El shock es más bien menor y efímero. Otra constante es la asimetría, ya que el castigo de los "downgrades" es mucho más ostensible que el premio por los "upgrades". Cuando la nota mejora, el spread se reduce 30 pb. en los seis meses previos pero rebota tras el cambio de nota, con un impacto definitivo de un retroceso módico de 15 pb..
Las acciones, en cambio, tienden a ser más sensibles. Cuando una nota empeora, las acciones tienen un desempeño un 5% inferior al promedio en los seis meses previos y no registran mayores cambios después del evento. En el caso de una suba de calificación, las acciones tienen una performance 8% superior a la media en la previa pero además suben otro 2% adicional en relación a sus pares después del upgrade.
Por último, cuando se trata de las monedas, tienden a sufrir bastante. Se deprecian 6% antes de una mala noticia de una calificadora (y casi no se recuperan a posteriori) y se aprecian 2% después de una mejora en la calificación, avance que suelen retener.

Caerse del podio
El golpe es más duro y mucho más duradero cuando lo que está en juego es el grado de inversión. En los últimos 20 años hubo 10 casos de emergentes que fueron excomulgados de esa tierra dorada de los créditos más sólidos. La historia reciente muestra que los spreads soberanos se amplían 220 pb en los seis meses previos, con un modesto recorte posterior que congela el efecto final en un aumento de 135 pb. El rendimiento de las acciones es un 17% inferior al benchmark y el desempeño de la moneda local un 11% peor. El shock, en estos casos, es bastante más palpable.
De todos modos, un país necesita perder el grado de inversión por al menos dos de las grandes agencias para caer en desgracia. Recién ahí, los grandes fondos de pensión, con restricciones en términos de la calidad de los activos en los que invierten, se ven obligados a desarmar sus posiciones. El éxodo ahí es inevitable.
La Argentina, claramente, está lejos de este tipo de disquisiciones, embarcada en una lenta escalada por volver a subir peldaños en la escalera de las calificaciones. En abril, S&P mejoró nuestra nota de B-a B. Antes estábamos en default selectivo, o sea, tierra de nadie. Aún hoy, nos codeamos con Ecuador, Camerún, Etiopía y Nigeria. Al menos ya sabemos que si nos mejoran la nota, no habrá que emocionarse más de la cuenta. Son los downgrades los que más duelen. Los ascensos aportan poco y se disipan rápido. Salvo, claro, en términos políticos. Ahí siempre se saca rédito de una mejora en el boletín.













