La impresión de un nuevo billete de $ 50 es otra forma de negar la inflación. Se dificulta la vida cotidiana de la población emitiendo valores de muy bajo poder adquisitivo. Se está tentado a pensar que se omitió un cero por error. Para ser un homenaje a los caídos o una reafirmación de soberanía hubiera tenido que ser de $ 500. Y aún así compraría menos de u$s 40. Ahora resulta que el billete de mayor denominación de la economía argentina,
$ 100, compran menos de u$s 10. Si se excluye Venezuela, cuyo mayor billete es de 100 bolivares, en cualquier otro país el billete de mayor denominación compra muchos más dólares que los que se compran en la Argentina. El billete de mayor denominación de Brasil (100 reales) equivale a u$s 35 y el de México ($ 1000) a mas de 65; el mayor billete de Chile ($20.000) compra u$s 32, el de Perú (200 nuevos soles) equivale a u$s 65 y el de Costa Rica (50000 colones) compra más de u$s 90. Y la nómina se puede ampliar. Se sostiene que el poder adquisitivo de los $ 100 debe calcularse con relación al pan o al boleto de colectivo y no respecto del dólar; se ha dicho incluso que los billetes pequeños obligan a la bancarización y también que es una forma de combatir las transacciones en negro y el narcotráfico. Ocultamiento del problema. Sólo faltaría que se argumente que la impresión de billetes de baja denominación es una medida keynesiana de estímulo a la demanda agregada y al empleo, ya que de ese modo se requieren mas cajeros, mas máquinas de contar billetes y más zapateros que arreglen la gastada suela de la población que debe concurrir al banco con mayor frecuencia.