

La buena noticia es que la economía argentina está más cerca de salir de terapia intensiva. La mala es que aún tenemos garantizada una larga permanencia en el hospital. El juez neoyorquino Thomas Griesa aún puede patear la estantería, pero la urgencia ya fue cubierta. El Gobierno logró hacer un pequeño orificio en la pared que lo separa del mundo financiero, y los inversores no tendrán problema en soportar alguna pelea legal más en torno al bono adquirido mientras la Argentina les garantice el cobro del 9% en dólares que rendirá el título, un interés que duplica el que pagan los países vecinos y que traduce el alto precio que deberá afrontar la Argentina para financiarse hasta que el país no corrija sus desórdenes macroeconómicos.
El ministro Axel Kicillof se jactó públicamente de haberse ahorrado el pago de comisiones a los bancos. Chile, Colombia, Paraguay, por citar algunos, no tienen problema en utilizar sus servicios. Uruguay. incluso, se endeudó a menos de 4%, con lo cual queda claro que nuestro problema no son los intermediarios sino la tasa, que responde al riesgo soberano.
Sumar vías de crédito siempre será mejor, en definitiva, que depender exclusivamente de las condiciones poco transparentes del swap chino o de inversiones como la de Chevron, para las que no hay ni cepo ni trabas.














