La Argentina entró de lleno en ese período en el que la agenda pública se divide en dos y cada una de ellas vive con la energía que le absorbe a la otra. La carrera electoral, que el Gobierno ya definió como esencial para garantizar su funcionamiento pleno en los dos años que le restan de gestión, está en pleno desarrollo. Y su influencia sobre la agenda de reformas económicas es innegable. El problema es que los inversores que deben tomar decisiones de mediano plazo no tienen por delante la certeza de que ninguno de estas dos procesos avance.

El Gobierno no tiene grandes candidatos para defender sus chances. Con la excepción de Lilita Carrió en Capital Federal, en todos los demás distritos deberá apelar a la gestión para potenciar su adhesión. Si Cristina Kirchner llega a postularse finalmente en la Provincia, el oficialismo tendrá un componente más para poner sobre la mesa: la comparación con el pasado.

Un alto funcionario bonaerense destaca que en los timbreos que hacen periódicamente, la primera confrontación se da con un presente económico muchas veces angustiante. Pero después de varios minutos aparece un "pero", y el deseo de no querer volver al pasado, el mensaje que iusiona a los hombres de María Eugenia Vidal.

Hasta agosto, la economía no mostrará mucho más que una baja de la inflación y una lenta recuperación del consumo. Brasil sigue en pie (su presidente esquivó un veredicto de la Corte que podía haber precipitado su salida del cargo) pero tambaleante. Y sin margen de impulsar reformas de fondo como la tributaria y una nueva coparticipación, las empresas que tienen planes de inversión se mantendrán a la espera de que la ecuación política acelere (o no) los planes oficiales. Mientras tanto, la obra pública actuará como parche de las dos agendas: el oficialismo tratará de que la infraestructura y los proyectos de cercanía se combinen para que inversores y votantes tengan la sensación de que la Argentina avanza.