La central obrera convocó a movilizarse el 18 de diciembre. Es contra la reforma laboral de Milei. El Gobierno había resuelto horas antes del llamado sindical retirar la cláusula que limitaba la cuota sindical compulsiva y busca un término medio. Operadores políticos le piden a los gremios no incendiar la pradera. El enfrentamiento parece más un ritual peronista que una batalla real.
La Casa Rosada sabe que no puede abrir todos los frentes al mismo tiempo. Por eso, en un movimiento calculado, resolvió retirar del proyecto, que será tratado en el Senado en los próximos días, la limitación a la cuota sindical compulsiva, un artículo que tocaba directamente la caja de los gremios y que hubiera desatado una guerra sin retorno. Esa concesión fue interpretada como una señal de que el Ejecutivo busca un término medio, evitando confrontar de lleno con un actor que, aunque debilitado, conserva capacidad de daño.
La reforma laboral enviada al Congreso apunta a aggiornar un sistema que considera obsoleto: planea flexibilización de contratos, reducción de cargas y nuevas modalidades de empleo. El Gobierno necesita mostrar que puede modernizar el mercado laboral para atraer inversiones, pero sin incendiar la calle.
En paralelo, en los últimos días, se supo que un excandidato a Presidente, con su estilo de operador discreto, pidió a los gremios “por lo bajo” que encontraran un punto de acuerdo. Quien dialoga con Moyano sabe que el sindicalismo necesita mantener la liturgia del enfrentamiento, pero también que el país no soporta un conflicto prolongado. Su mensaje fue claro: hagan ruido, pero no incendien la pradera.
El resultado es esta convocatoria que parece más un acto de folclore peronista que una verdadera pulseada de poder. La CGT necesita mostrar músculo ante sus bases, y el Gobierno necesita demostrar que puede gobernar sin romper puentes. Ambos se prestan al juego.
Al día de hoy, hay que tener en cuenta que la conducción de la central obrera quedó en manos de un triunvirato que refleja la diversidad del sindicalismo argentino:
- Jorge Sola (Seguros): referente de los “gordos” de servicios y comercio. Se lo considera un dirigente moderado, con capacidad de diálogo y vínculos sólidos con Héctor Daer y Armando Cavalieri. Su estilo es pragmático: sabe que la modernización laboral es inevitable, pero necesita cuidar la caja y la estructura sindical.
- Cristian Jerónimo (Vidrio): más joven, con perfil político y proyección generacional. Representa a gremios más pequeños pero aporta aire fresco. Su presencia en el triunvirato es una apuesta a mostrar renovación, aunque su poder real es limitado. Algunos a modo de chiste afirman que es parte de la cabeza de la CGT para demostrar algo más de transparencia en el medio de un sindicalismo siempre tildado de “oscuro”.
- Octavio Argüello (Camioneros): hombre cercano a la familia Moyano, encarna el ala más combativa. Con el poder de movilización de los camioneros detrás, garantiza capacidad de presión en la calle. Su estilo es confrontativo, pero también sabe que la negociación es parte del juego.
Del Consejo de Mayo, órgano de consulta, participa Gerardo Martínez (UOCRA), histórico negociador que suele actuar como puente entre gremios y gobiernos. Martínez es un dirigente con experiencia y capacidad de moderar tensiones, clave para evitar que el conflicto escale más allá de lo necesario.
El choque como folklore
La CGT, con su ADN histórico ligado al peronismo, reproduce una dinámica que se repite desde hace décadas: el choque ritual con el Gobierno de turno. La narrativa de resistencia, las marchas multitudinarias y los discursos encendidos forman parte de un guion que las bases esperan.
Pero la realidad es que, tras las banderas y los bombos, los dirigentes sindicales saben que deberán adaptarse. La economía argentina exige reglas laborales más flexibles, y los gremios, aunque se resistan en público, reconocen en privado que no pueden frenar el reloj de la modernización.
No es la primera vez que ocurre. En los años 90, la CGT enfrentó las reformas de Menem, pero terminó negociando. En 2000, resistió a De la Rúa, pero el sindicalismo quedó golpeado tras el estallido social. Con Macri, hubo paros y marchas, pero también acuerdos en los despachos. La historia se repite: ruido en la calle, negociación en privado.
Una postal clásica
El paro del 18 de diciembre coincide con el debate del Presupuesto 2026 en el Congreso, lo que añade un condimento político. La CGT busca instalar la idea de que la reforma laboral es un ataque a los trabajadores, mientras el Gobierno intenta mostrar que se trata de una actualización necesaria para atraer inversiones y generar empleo.
La escena será la de siempre:
- La CGT marchando con banderas y bombos.
- Los dirigentes pronunciando discursos encendidos.
- El Gobierno observando desde la Casa Rosada, asumiendo que es preferible eso y las manos levantadas en el Congreso.
Detrás, las negociaciones seguirán su curso. El proyecto final será en principio lo que resulte de la combinación que exige la modernidad para atraer inversiones y la moderación para no romper con los gremios.
La Argentina asistirá otra vez al espectáculo
Un sindicalismo que busca preservar su poder de representación y un Gobierno que, consciente de la fragilidad social, acelera negociaciones y concede gestos para evitar que diciembre se convierta en un mes de conflicto abierto.
La decisión de retirar la exigencia de límites a la cuota sindical no es menor: es una señal de pragmatismo, un intento de descomprimir la relación con los gremios y garantizar gobernabilidad en un contexto donde la paz social vale tanto como cualquier indicador económico.
El desenlace mostrará si estas concesiones alcanzan para sostener el equilibrio o si en verdad dilataran un choque que se dará solo, en cuestión de tiempo.