Es comprensible que cuando la economía vive tiempos volátiles, la sociedad se pregunte si hace falta tomar precauciones adicionales cada vez que alguna variable registra movimientos inesperados. Lo que debe tener presente es que no es sostenible hacer un diagnóstico nuevo cada 24 horas y esperar que la ansiedad que moviliza esas acciones produzca un rumbo consistente con lo que pretendemos para el mediano plazo. El mundo financiero es el único que está diseñado para moverse al ritmo de un click. Porque las variables a las que está sujeto son volátiles por definición. Pero una economía tiene fuerzas productivas de mucha más larga duración. Cultivar un campo, operar una fábrica, hundir capital en un proyecto minero o energético, generan impactos que no se borran por los factores que pueden afectar el precio de un bono o la variación de una moneda. Es entendible la preocupación que genera la escasez de reservas, un insumo clave para todos los ciclos productivos. O ver con inquietud el ritmo al que se ajustan los precios. Pero pelear para ver quién consigue primero un bien escaso o uno que aumenta no fue una salida que funcionara en el pasado y nada hace pensar que funcionará ahora. La solución individual nunca es solución. Los economistas de otros países que invierten tiempo en estudiar la economía argentina se preguntan cómo teniendo tanta experiencia en crisis, no conseguimos aún aprender a esquivarlas. Hay respuestas de todo tipo para esta inquietud. Pero una que sobresale rápido es que la obsesión por el cortoplacismo no genera diagnósticos duraderos, y por ende, tampoco produce respuestas duraderas. Es válido señalar que la política tiene un alto grado de responsabilidad en que sigamos usando esta lente deformada, pero nadie nos impide cambiar de anteojo. Los argentinos amamos los atajos (como lo demostraron en su reconocido libro Javier González Fraga y Martín Lousteau). Esquivamos los semáforos, disfrutamos encontrar rutas más cortas, doblar con un volantazo, hacer filas antes que los demás para subir más rápido a los aviones y poner primero nuestro equipaje, compramos las ofertas antes de comprobar que en la misma góndola hay un producto más barato. Y por lo general, nunca nos queda claro que consecuencias generamos con esos actos. Los atajos difícilmente terminen en la puerta correcta. Diseñar las políticas que deben dar respuesta a los episodios de crisis llevan tiempo. Correr no nos pone más cerca de la salida. Solo garantiza que la foto que necesitamos para hacer el diagnóstico correcto va a salir movida. La ansiedad nunca es buena consejera.