En los últimos meses las noticias económicas y la nutrición se entrelazaron en tres cuestiones: una iniciativa legislativa sobre reducción de IVA en productos de la canasta básica de alimentos, un reciente informe del Instituto IARAF sobre la elevada carga impositiva en alimentos y la discusión emergente sobre el etiquetado frontal de alimentos. En el fondo de la cuestión hay dos elementos centrales: cuánto cuesta comer y cómo elegir inteligentemente alimentos que conformen una dieta saludable.
¿Es la canasta básica de alimentos una buena medida del valor de una dieta saludable? Definitivamente no; elaborada por el Indec, la canasta básica refleja el valor de lo que comen los hogares que se sitúan en la frontera de la pobreza, ajustado a un valor normativo de calorías, proteínas y algunos nutrientes esenciales. Así conformada esa canasta tiene casi nada que ver con las recomendaciones oficiales de las recientes guías alimentarias del Ministerio de Salud. Se trata apenas de una canasta para terminar con el hambre, pero no para tener una dieta saludable.
En tiempos en que más de la mitad de la población tiene malnutrición por sobrepeso y obesidad y solo 17% de los argentinos alcanza la recomendación de tres de los cinco grupos de alimentos recomendados en aquellas guías, se impone la discusión acerca de qué tipo de alimentación se pretende promover o cuáles precios de alimentos cuidar, desgravar o advertir a través de una etiqueta frontal.
Comer saludablemente en la Argentina actual le cuesta a una familia unos $ 12.000 mensuales, tres cuartas partes de los cuales se originan en los alimentos de mayor calidad nutricional (verduras, frutas, lácteos, legumbres, granos y cereales integrales y aceites); ese es el segmento que hay que cuidar si se pretende mejorar la calidad global de la dieta. Es el segmento más saludable de una canasta adecuada a nuestras guías alimentarias.
El objetivo final de cualquier política nutricional para los próximos diez años debería medirse en puntos de calidad nutricional por mejorar. Actualmente, medida según índices de calidad de dieta bien descriptos en la bibliografía, la dieta promedio de los argentinos apenas alcanza un 40% de la meta posible.
Paradójicamente, alimentos saludables que representan casi la mitad (45%) de la calidad aún pobre de nuestra mesa, son los que más impuestos tributan. Cada vez que pasamos por la caja para pagar aceites, leche, yogur, avena, cereales integrales, huevos, agua mineral, carne de cerdo, pollo, pescado o galletitas con granos, dejamos $ 800 de aquellos $ 12.000 solamente en IVA e impuestos internos.
Más aún, si prosperase alguna iniciativa poco acertada de etiquetado frontal de alimentos varios de estos alimentos sumarían a la alta carga impositiva una advertencia que desaliente su consumo.
Argentina merece una discusión seria, basada en evidencias, para lograr en los años por venir una alimentación más saludable y hacer más lenta la progresión de obesidad, en especial en las familias con niños pequeños.