En la Argentina, el debate sobre la dolarización no marca un objetivo. Es, en realidad, un síntoma del agobio que genera la inflación y la necesidad de recrear una fórmula que sea deje atrás tantos años de controles de precios para resolver el problema de manera efectiva.
Desde que Javier Milei afirmara que dolarizar era una salida posible (idea que en realidad va en línea con otro "deseo" de su plataforma política, que es cerrar el Banco Central) hubo muchas voces que se pronunciaron en contra. Alejandro Cacace, un diputado de Juntos por el Cambio cercano a Martín Lousteau, se animó a expresar públicamente su voto dolarizador, y quedó sepultado por una catarata de críticas de todo calibre. El jefe de su partido, Gerardo Morales, lo tildó de "payasesco".
Más allá de la dolarización, lo que sí está sobre la mesa en estos momentos es el debate sobre si hace falta cambiar el régimen monetario.
Quien lo manifestó de manera más enfática en los últimos días fue Carlos Melconian. El economista, hoy al frente del instituto de investigaciones de la Fundación Mediterránea, presentó en la Bolsa de Comercio las directrices de un plan que la entidad ofrecerá a quien gane las elecciones presidenciales de 2023.
Melconian descalificó la dolarización, pero ratificó la idea de que la Argentina necesita barajar y dar de nuevo. En esa lista, no solo incluyó reformas previsibles, como la impositiva, la laboral y un nuevo esquema de coparticipación. Remarcó también que hace falta una regla monetaria que reconozca la bimonetariedad, expresada en la gigantesca tenencia de dólares que atesoran los argentinos.
No se trata de una nueva convertibilidad, cuyo centro era la paridad fija entre el dólar y el peso. Se apunta a reconocer la posibilidad de que pueda haber contratos fijados en dólares, para que las personas puedan usar la moneda de su preferencia. Es obvio que se trata de una estrategia que tiene que estar complementada con otras cuestiones igual de relevantes (por ejemplo, cómo hacer que los argentinos sigan aceptando los pesos para no caer en una dolarización de hecho, como en Venezuela).
En el fondo, el cambio que propone Melconian tiene una base cultural. Cristina Kirchner lo reconoció en su primera carta abierta, en octubre de 2020, cuando señaló que el funcionamiento bimonetario de la economía es un problema estructural que no es ni ideológico ni de clase ni producto de las híper. Por esa razón, en ese momento había remarcado la conveniencia de abordarlo a través de un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos y empresarios.
Todavía falta para 2023. Es positivo que se trabaje para lo que viene. Pero crea desaliento percibir que los consensos que pedimos para los próximos cuatro años son imposibles de desear para los próximos 12 meses.