

Los Estados Unidos y China están enfrentados en el terreno económico, tecnológico y estratégico, generando tensiones que afectan a todo el mundo y que, en la peor de las hipótesis, podrían derivar en choques armados. El agudizamiento del conflicto entre China y Taiwán es el principal factor de esa posibilidad.
La fábrica china proveía de bienes baratos que permitían abaratar sus canastas de consumo y producciones y esperaban que la introducción del capitalismo privado en la gigantesca fortaleza socialista asiática, la convertiría en una democracia al estilo más o menos occidental.
En 1978 China lanzó un programa de desarrollo de su economía, basado en una singular combinación de apertura e incentivos al capital privado y planificación estatal, que generó un rápido crecimiento económico y en una notable transformación de la economía y la sociedad.
China se convirtió en un proveedor de bienes de bajo costo para el resto del mundo y en un mercado para las inversiones extranjeras. A partir de ahí numerosas corporaciones estadounidenses y asiáticas se asentaron en el territorio chino para producir y, desde allí, exportar a todo el mundo. Un punto culminante de esta integración al mercado mundial fue la incorporación de China a la Organización Mundial de Comercio (OMC), en diciembre del 2001.
El nuevo escenario plantea, por lo tanto, la necesidad de fortalecer las políticas de desarrollo económico y tecnológico y la educación y capacitación laboral.
Durante casi tres décadas, los Estados Unidos y las demás potencias capitalistas glorificaron esta evolución por dos grandes motivos: el primero era que la fábrica china los proveía de bienes baratos que les permitían abaratar sus canastas de consumo y sus producciones, el segunda consistía en que esperaban que la introducción del capitalismo privado en la gigantesca fortaleza socialista asiática, la convertiría en una democracia al estilo más o menos occidental.

Esta visión entró en crisis en el siglo XXI cuando China pasó de especializarse en bienes de baja complejidad a otros de mayor contenido tecnológico que compiten con los que tradicionalmente ofrecen los países más desarrollados, desplazando o arrinconando a empresas que señoreaban en el mercado.
Por otra parte las expectativas de cambio de régimen político no se cumplieron y, por el contrario, el éxito económico y las mejoras sociales que introdujo, consolidaron la legitimidad del Partido Comunista Chino en el poder.
A partir del ascenso de Xi Jinping a la cumbre del poder en 2013, el Gobierno chino cambió su estrategia de bajo perfil y espera de un mayor desarrollo, por otra activista que confronta con EE.UU. en el tablero del poder mundial y puja por influir más profundamente en las reglas de las relaciones económicas y políticas internacionales.
En este nuevo escenario, en 2018, el gobierno de Estados Unidos, dirigido por Donald Trump, lanzó una guerra comercial contra China, en la forma de aumento de aranceles para las importaciones desde ese país. Paralelamente impuso restricciones a las empresas estadounidenses para que vendieran tecnología considerada sensible para la seguridad nacional a los chinos.
El país asiático se convirtió, muy rápidamente, en el principal adversario estratégico de Estados Unidos. El gobierno de Joe Biden siguió en esta línea y diseñó políticas para el desarrollo tecnológico.
China respondió con medidas comerciales similares, alimentando la escalada de sanciones y también desplegó programas de estímulo para el avance tecnológico de empresas públicas y privadas.
La agudización de la competencia tecnológica entre los grandes países provoca un incremento en el atraso tecnológico relativo de los países periféricos que invierten menos en ciencia, tecnología y educación.
Pero, además, a partir del ascenso de Xi Jinping a la cumbre del poder en 2013, el Gobierno chino cambió su estrategia de bajo perfil y espera de un mayor desarrollo, por otra activista que confronta con Estados Unidos en el tablero del poder mundial y puja por influir más profundamente en las reglas de las relaciones económicas y políticas internacionales. Este cambio de rumbo se fortaleció a partir de la ofensiva estadounidense.
El enfrentamiento se agudizó, además, a partir de la invasión rusa a Ucrania y el alineamiento de China con el agresor, en una Asociación Estratégica Integral sin límites.

El choque de las potencias estresó las redes comerciales y de inversión internacionales profundizadas en las décadas de "gloriosa globalización" y decidió a muchas empresas extranjeras a reducir sus inversiones en China y, en mucho casos, a mover inversiones en ese país hacia otros asiáticos o cercanos a Estados Unidos, en lo que se ha llamado deslocalización y desglobalización.
Hasta el momento esa deslocalización es, por muchas razones, limitada y se observa más bien un aumento de la regionalización (ya existente) de las redes productivas y por lo tanto una nueva forma de globalización o reglobalización.
Estas tendencias tienen un fuerte impacto en la Periferia, incluyendo América latina. Mientras algunos países pueden beneficiarse de la llegada de inversiones que salen de o que no quieren ir a China, otro sufren los aumentos de costos que producen las guerras comerciales.
Por otra parte, la agudización de la competencia tecnológica entre los grandes países provoca un incremento en el atraso tecnológico relativo de los países periféricos que invierten menos en ciencia, tecnología y educación.
De este modo, la brecha histórica en los niveles de poder económico y político y la fragmentación de las sociedades entre los segmentos laborales tradicionales y los más vinculados a la tecnología y a los rubros dinámicos del mercado mundial se está profundizando.
El nuevo escenario plantea, por lo tanto, la necesidad de fortalecer las políticas de desarrollo económico y tecnológico y la educación y capacitación laboral.













