Habían pasado apenas cinco días de las elecciones de 2011. Durante las jornadas previas, los operativos de control se habían hecho presentes y, sobre todo, evidentes en ese verdadero ejército de inspectores que interpelaba coleros y potenciales compradores del billete. Fue un día viernes donde alguno dijo "se viene" y definitivamente la restricción se hizo presente: no exento de incredulidad, el público comenzaba a aprenderse las reglas: a partir de lunes, la AFIP debería autorizar toda adquisición de divisas. Por allí asoma entonces la voz de Amado Boudou, quien señalaba que la medida nada tenía que ver con un control; que eran sólo reglas para favorecer la transparencia contra el lavado del dinero. Con el rompecabezas lanzado, el cepo estaba en marcha.
Ninguna duda. El objetivo del cepo fue, siempre, preservar los dólares del Banco Central en una serie interminable de barreras que se le presentaron a la entidad que conduce Mercedes Marcó del Pont para poder sumar divisas. Hoy, con menos de u$s 39.000 millones en el haber (en aquél momento estaban en u$S 45.000 millones) las luces de alerta parecen más vigentes que nunca. De ahí que el cepo goza de buena salud y que es improbable, en opinión de los expertos, que pueda ser desmantelado.
De fondo, corría la fuerte presunción que la dolarización preventiva que estaba en marcha y cuyos últimos meses coincidieron con el inicio del cepo, tenía poco que ver con la incertidumbre pre-electoral y mucho con la intuición de que el atraso cambiario pronto obligaría a abandonar el parsimonioso deslizamiento del dólar, gran ancla inflacionaria del modelo.
Pero en aquel momento el objetivo fue ponerle freno a la demanda de dólares. Para los individuos, para las empresas, para todos (y todas), las restricciones marcarían medidas consecutivas que ganarían terreno para cercenar las posibilidades de dolarización.
Es cierto: bloqueadas las salidas y cerrados los grifos, la fuga de capitales se desplomó. En 2012, y según datos del Banco Central en su Balance Cambiario, la fuga de capitales (entendida como la formación de activos externos) se redujo a u$s 3404 millones, una caída del 84% desde los u$s 21.504 millones que se "fugaron" en 2011. El dato es relevante si se tiene presente que en el período que va de 2006 a 2011, los argentinos sacaron u$s 81.946 millones del sistema financiero.
De todas formas, el ahorro de dólares en el último año (unos u$s 18.100 millones si se toma la diferencia entre 2011 y 2012 de la formación de activos externos) podría encontrar rápidamente una contrapartida en los efectos secundarios que generó la aplicación del cepo, incluso pasando por alto la magra performance económica del 2012.
Por ejemplo, en el período que va de enero a diciembre de 2012, el Gobierno debió desprenderse de unos u$s 7500 millones en concepto de venta de dólares por pasajes y turismo, un rubro que creció en forma sostenida apuntalado por las medidas de la AFIP y el BCRA, que desviaron la demanda de dólares (que antes quedaban incluidas en las compras por atesoramiento) y presionaron la ventanilla de venta de divisas por ese concepto (uno de los pocos permitidos), incrementándolas en un 54% con respecto a los niveles de 2011.
Las medidas del cepo
Fueron muchas e ininterrumpidas. Desde el permiso de la AFIP necesario para realizar operaciones cambiarias, pasando por medidas para facilitar oferta de divisas por parte de entidades, la prórroga de los controles a las hipotecas en dólares por parte de las entidades financieras, el visto bueno del BCRA necesario para que las empresas puedan girar dólares al exterior, mantener una cuenta en moneda extranjera en la Argentina para poder retirar dólares por cajero en el extranjero, la solicitud para comprar dólares vía web de la AFIP o la restricción para atesorar, las declaraciones para el turismo, los recargos del 15 y luego, del 20% para los consumos con tarjeta en el exterior... Un universo de restricciones tuvo lugar. Son al menos una treintena, que fueron avanzando en el mapa de un modelo que buscó limitar sensiblemente el alcance de los pesos como forma de llegar a los dólares.
Durante todo ese tiempo, de fondo, una de las preocupaciones más relevantes fue la falta de ingreso de divisas, y la consecuente caída en las reservas del BCRA. A la creciente dificultad para recomponer las arcas y la necesidad de cancelar créditos externos que en su momento habían servido para camuflar la sangría, se sumó un goteo manejable pero persistente en el sistema financiero que augura la muerte lenta de los dólares bancarios.
El sistema bancario entero vio reducido así su fondeo a una enorme masa de liquidez, pero casi enteramente en moneda local. Los depósitos en dólares cayeron de los u$s 15.000 millones a menos de u$s 7000 millones, para quedar representando apenas el 0,07% del total del fondeo.
Los argentinos, mientras tanto, volvieron a hablar de brecha cambiaria y un desdoblamiento desordenado que se fue convalidando sobre la marcha. Dólar blue, green, celeste, casino, Colonia, etc. Cueveros y arbolitos prosperaron a la sombra de esa brecha. Hoy la distancia difícilmente alcanza el 70% pero habrá de recordar que superó el 100% hace unos días. En su versión más reciente, podría ir bajando aún más, con su delivery de dólares paralelos, su credo de discreción y su culto al spread. El dólar oficial apenas apuró el paso, accesible sólo bajo la forma de viático mísero para el turista validado, que hoy también ve penalizados sus consumos con tarjeta.
Turismo, la última ventanilla
Mientras las posibilidades de llegar al mercado cambiario se fueron cerrando, otras ecuaciones menos vistosas recibieron la atención del público. Una de ellas fue la del dólar turista, que agencias de viajes y compañías aéreas pueden transformar a $ 5,26 sumado al 20% de recargo que finalmente se impuso para estos gastos. Con todo, la diferencia con respecto a los $ 8,50 que valía el dólar blue al cierre de esta edición reflejan que la ventaja sigue estando del lado de los potenciales turistas.
Las luces de alarma también se encienden en este sentido. El incremento en la demanda de dólares realizada al Banco Central por parte de este sector de la economía ha ido en aumento.
Los argumentos están a mano. Apuntan en el Estudio Broda que en abril los gastos en el exterior por turismo supusieron la salida de u$s 1000 millones contra u$s 426 millones en 2012 y u$s 353 millones en 2011. Esto es, se triplicaron en relación a dos años atrás. En lo que va del año, esta fuga suma u$s 3500 millones, cuando el año pasado fue de u$s 2100 millones y el anterior, de u$s 1450 millones.
Es más: el consumo de argentinos en el extranjero con tarjeta de crédito acaba de marcar un nuevo récord histórico. Según números publicados por el BCRA, el stock promedio en lo que va de mayo ya registra unos u$s 491 millones, lo que representa un incremento del 6% con respecto a los u$s 464 millones acumulados en el mes previo.
Claro reflejo de los tiempos que corren, al cierre de esta edición, las compañías de tarjetas de crédito han limitado aún más la posibilidad de pedir adelantos con tarjeta de crédito en el exterior vía cajero automático. El llamado "dólar Colonia" adopta así límites de u$s 100 trimestrales por banco y de u$s 800 mensuales para aquél que se va a otros países no limítrofes. Si bien las medidas vienen por cuenta de los bancos, el responsable de la flamante restricción es el Banco Central, que celoso de sus reservas, ya no admite mecanismo alguno para cederlas. ¿El peligro? Que la economía, y no sólo el ahorro de los argentinos, sufra la falta de divisas para pagar deuda o importar insumos que son claves en la industria. z we