El freno que vive la economía no afecta a todas las empresas por igual. Las exportadoras miran más el tipo de cambio, las industrias están pendientes de la apertura comercial y las importaciones, los bancos están preocupados por la volatilidad de las tasas y las firmas que miran el consumo interno esperan estabilidad para que una inflación contenida o en baja les devuelva poder de compra a los consumidores.
Cada una tiene una foto particular y por eso el zapato no aprieta igual a todas. Pero a medida que el diagnóstico baja a la diaria, crecen las coincidencias sobre la necesidad de ponerse al día con asignaturas que llevan años o décadas de atraso. Se trata de cuestiones que tienen nombre y apellido y que se repiten una y otra vez, pero quedan en la mitad del camino: actualizar los marcos laborales (la aspiración de una reforma hoy hasta suena grande) y simplificar el esquema tributario.
Son temas ineludibles en la agenda del coloquio de IDEA, en donde las palabras competitividad y productividad se transforman en objetivos para pocos, ya que el peso del Estado en sus costos no es igual para todos. En las exposiciones de ayer, tanto los economistas como los empresarios y en este caso los políticos, sumaron su voz a favor de acelerar con estas deudas. La discusión ya no pasa tanto por el contenido como por la oportunidad. El pedido de "armen una mesa con todos los involucrados y háganlo" ya suena casi como un ruego.
El propio ministro de Economía, Luis Caputo (que grabó su participación antes de participar del viaje a Washington con el presidente Javier Milei y de asistir a la asamblea del FMI) lo puso como una meta para trabajar después de las elecciones legislativas, con la esperanza de que la nueva composición del Congreso esta vez cambie las chances de debatir propuestas. Hoy el Gobierno ya no puede anunciar una reforma, porque lo ha hecho en más de una ocasión. Y aunque existen estudios y trabajos previos sobre los ajustes a llevar adelante, todavía tienen siguen en el tintero.
Ignacio Torres y Martín Llaryora, dos gobernadores que integran hoy el nuevo centro de Provincias Unidas, auguran respaldo para estas discusiones. Pero lo hacen porque es el discurso que espera un auditorio empresario que ya no pide hazañas, sino tener la chance de operar en un país que vive a tono con un mundo que ya no duda en aferrarse a tecnologías que la legislación laboral y tributaria argentina en muchos casos solo conoce de oído.
Es triste que una empresa prefiera no contratar personal porque no sabe si la volatilidad argentina la dejará a mitad de camino y, como si fuera poco, sus leyes hagan que su capital se evapore en litigios interminables. Entre los empresarios el 26 de octubre ya crea hasta cierto hartazgo. Lo más es probable es que el resultado de ese día determine que el Congreso quede dividido en tercios y que, como sucedió hasta ahora, el Gobierno tenga que negociar. No se trata de sacrificar el enorme terreno ganado en materia fiscal o de reordenamiento del Estado, sino retomar desde ahí. El cambio más anhelado es poder ser, alguna una vez, un país normal.