Hay tres verdades que nadie discute en la economía local de estos días: primero que la inflación bajó, segundo que sigue alta y tercero que la depreciación del peso contra el dólar la vuelve a recalentar. El movimiento del tipo de cambio en el país se puede definir, al menos, como curioso. De hecho, si el dólar sube en la Argentina (en realidad el que varía es el peso) hay más demanda minorista. Dicho de otra forma, si sube, los argentinos quieren más dólares. Tal situación genera, una escalada extra de los precios, aún cuando el tipo de cambio está atrasado para el mercado o poco competitivo si el que lo evalúa es un industrial.
Ayer, la oferta llegó y el precio del dólar se replegó, pero la caída se confirmó a media rueda porque la jornada fue muy volátil. En el arranque, la demanda seguía fuerte, lo que provocó subas por encima de los $ 17,30, pero cuando llegó a $ 17,35, los vendedores consideraron que era un buen precio de venta. Así, el cierre fue de $ 17,08 en el mercado mayorista.
Pero con un dólar en esos valores, la competitividad aún sigue siendo un dilema. Es que a pesar de la escalada de los últimos días, la inflación de enero a la fecha sigue por encima de la depreciación del peso. El Banco Central asegura que al menos algo de competitividad se logró en los últimos días. Es cierto, el Índice de Tipo de Cambio Real Multilateral (Itcrm), que mide el propio BCRA y que lo elabora teniendo en cuenta los distintos comportamientos de las monedas de los principales socios comerciales de la Argentina, ganó 10% desde mayo a la actualidad.
El dato no es menor, pero tampoco parece alcanzar. Los industriales dicen que para frenar las importaciones hace falta una devaluación mayor. El Gobierno asegura que está frenando las importaciones y que el problema es que hay industrias que no son competitivas. Además, cree que si en realidad libera el mercado pocas pymes quedan en pie. Los empresarios no lo refutan pero afirman que con este dólar, sin crédito barato y con una fuerte carga impositiva, la libre competencia es casi una ilusión.
De un lado o del otro, tal vez los dos tienen razón. Pero lo cierto es que el problema está lejos de tener una solución fácil: si el peso se devalúa, se gana competitividad pero también es probable que gran parte de lo que se gane se vaya por inflación a precios, y la rueda volverá a empezar.