

La historia de nuestro país vuelve a ponernos ante una encrucijada, como lo supo hacer en el pasado. Ante un oficialismo que plantea el modelo de ajuste y especulación financiera como única forma de encarar presente y futuro, los actores del campo nacional debemos mostrar que existe una alternativa: la producción. Para eso tenemos que construir una nueva mayoría.
A cada paso, el gobierno nos ha metido en un círculo vicioso que va de ajuste en ajuste, que nos dice que tenemos que resignarnos a achicarnos. Un modelo que doblega la voluntad nacional; que nos divide, que nos hunde en nuestros dilemas históricos y que nos quita soberanía.
Argentina puede y debe ser un país industrial si quiere ser un país desarrollado con oportunidades para todos. Decirlo es más fácil que hacerlo, en un mundo que está en una carrera geopolítica por reindustrializarse. El desarrollo no es un proyecto naif, implica construir una base de sustentación política amplia para revertir las consecuencias del modelo actual, y luego avanzar con una agenda de largo plazo.
El objetivo de esa agenda es dejar de ser un país que exporta ahorro e importa deuda, ser los dueños y no los inquilinos de nuestras riquezas naturales, ponerles trabajo e innovación argentinos y salir del corset de la especulación financiera que ahoga a los que producen y trabajan. Estamos jugando el partido por nuestra soberanía, que este gobierno puso en jaque. La soberanía de un país es mucho más que una fórmula jurídica: una masa crítica que amalgama fuerza política y económica, para conseguir independencia y libertad. Algo que Cambiemos nunca entendió o no quiso entender, y por eso generó una deuda que vino acompañada por el aumento de la pobreza, el desempleo, la recesión y la desinversión.
Los argentinos necesitamos cerrar la brecha entre lo que somos y lo que podemos ser. No es cierto que vivamos por encima de nuestras posibilidades, sino que producimos por debajo de nuestras capacidades. Si entendemos esto, entenderemos la solución: producir más. El desafío es cambiar de modelo para construir una gran nación o abandonarnos al destino del Gobierno y, en el mejor de los escenarios, ser una factoría próspera.
El futuro, para el nuevo gobierno que asuma a partir de diciembre, demandará un esfuerzo mayúsculo. Por eso tenemos que definir un plan para sentarnos a una mesa y discutir cómo crecer juntos en lugar de pelearnos por quién se achica menos. Por eso vamos a propiciar la creación de un Consejo Económico y Social, que el oficialismo actual se negó a discutir, para delinear las grandes directrices y políticas que avancen sobre los objetivos.
Una certeza funciona como prólogo para quienes queremos sentar las bases de esta nueva mayoría, el adversario es sólo uno: el modelo de ajuste y subdesarrollo, y quienes levantan su bandera, porque el daño que produce a la economía productiva crece día a día. La foto es muy mala, pero la película será mucho peor si no actuamos ya. Con cada pyme que cierra, con cada empleo que se pierde, con cada máquina que se para el modelo dinamita activos que son indispensables para la recuperación futura.
Si el Gobierno profundiza el rumbo será un golpe letal para economía productiva, la única salida viable de esta crisis. La capacidad emprendedora y de innovación de los empresarios, la aptitud transformadora de las nuevas generaciones industriales y la calificación de los trabajadores recibirían el golpe de gracia. Perderíamos los mejores actores para la recuperación de una Argentina desarrollada e inclusiva.
Hoy es la hora electoral. Y con ella, llegó el momento de construir la expresión política de esa nueva mayoría. Pero el armado tiene que ser el reflejo de ese proyecto de futuro, que en el medio no puede tener una grieta sino un puente. En juego está nuestro futuro, que no es poco.










