En su estrategia de largo plazo, Francisco optó por visitar a Fidel Castro en su casa y saludar al presidente Raúl Castro en el Palacio de la Revolución, antes que mantener una reunión pública y protocolar con la oposición política al gobierno comunista. El Papa conoce los reclamos de la disidencia y supo de las detenciones a decenas de activistas antes de su misa en la Plaza de la Revolución, pero prefirió una crítica sutil al régimen antes que un cuestionamiento directo al sistema de poder que impera en Cuba desde 1959.

“Nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a las personas”, alertó Francisco cuando promediaba su misa en la Habana. En las primeras filas, desafiando al sol caribeño que caía implacable, estaban Cristina Fernández y Raúl Castro. Vestían de blanco y saludaron al Papa cuando concluyó la ceremonia. El encuentro fue efímero y quedará como una anécdota en la historia de las relaciones diplomáticas entre Cuba, Argentina y el Vaticano.

- ¿Se puede explicar la visita de Cristina a Cuba? - preguntó este enviado especial a un miembro de la delegación.

- No - contestó el funcionario mientras secaba su transpiración en el lobby del hotel Nacional.

Cuando Francisco llegó a la Nunciatura después de la misa, se confirmó que Fidel Castro estaba dispuesto a una reunión informal con el Papa. Fidel conoció a Jorge Bergoglio cuando acompañó a Juan Pablo II en su gira a Cuba y avaló que Francisco desplegara a la diplomacia vaticana para acercar posiciones entre Washington y la Habana. Ambos son políticos de raza y entienden la lógica del poder mundial.

En un cónclave distendido, Francisco explicó su posición sobre la Tercera Guerra Mundial por etapas y su perspectiva acerca del cambio climático y la versión actual del capitalismo. Fidel estaba rodeado por sus hijos y nietos, exhibió su conocimiento de la coyuntura en Medio Oriente y sorprendió al Papa con un regalo que encierra un gesto ideológico: le entregó sus largas conversaciones con el fraile dominico Frei Betto, que plantean un interesante contrapunto entre marxismo y Teoría de la Liberación.

Betto conversó durante 23 horas con el exlíder cubano, su libro Fidel y la Revolución se vendió alrededor del mundo, y su texto sirvió para acercar posiciones entre Cuba y Juan Pablo II, que había prometido terminar con la Unión Soviética.

El regalo de Fidel a Francisco es una señal y un recuerdo: cuando aún era sólo conocido como Bergoglio, escribió un libro de conversaciones entre Fidel y Juan Pablo II, que también dio vuelta al mundo y aportó su dialéctica para evitar que el marxismo y el cristianismo aparecieran como ideologías absolutamente contrapuestas. Betto jugó un papel en el acercamiento de dos mundos distantes, así como ahora Francisco actúa en el acercamiento entre La Habana y Washington. Ese gesto reconoció Fidel, regalando al Papa su libro de conversaciones con Betto.

CFK también tuvo su reunión con Fidel. Ocurrió después de la visita del Papa, y la presidente se negó a dar los detalles del encuentro. “Nou coment, nou coment”, respondió Cristina en su conocido inglés cuando se le preguntó en una improvisada conferencia de prensa en el aeropuerto José Martí. La Presidente sólo se explayó sobre su cena con Raúl Castro, lo más importante que hizo en sus 52 horas en la Isla.

Mientras CFK abordaba su avión, Francisco y Raúl se encontraban en el Palacio de la Revolución. Fue un diálogo franco que apuntaló la agenda común que tiene el Papa y el Presidente cubano. Castro se comprometió a profundizar la transición democrática y Francisco en lograr que Estados Unidos atenúe aún más los efectos del bloqueo que dictó cuando se libraba la Guerra Fría. El presidente cubano hablará con su gobierno y el Papa con Barack Obama en la Casa Blanca.

Tras la reunión a puertas cerradas con Castro, el Papa encabezó la Celebración de las Vísperas con sacerdotes, religiosos y seminaristas. En la Catedral de la Habana, para que no queden dudas respecto a su apuesta ecuménica en Cuba, Francisco entregó a los fieles su homilía escrita, que explica sin eufemismo su posición sobre la libertad y el discurso único: “Es frecuente confundir unidad con uniformidad; con un hacer, sentir y decir todos lo mismo. Eso no es unidad, eso es homogeneidad. (…). La unidad se ve amenazada cada vez que queremos hacer a los demás a nuestra imagen y semejanza. Por eso la unidad es un don, no es algo que se pueda imponer a la fuerza o por decreto”, dijo Francisco en un mensaje directo al gobierno cubano.

Castro inició una tenue apertura que intenta respetar la libertad de culto, pero esta libertad languidece cuando el Papa abandona Cuba y todo vuelve a su inercia original. Con ciertos matices, sucedió después de las visitas de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Por eso, el desafío de Francisco es que Castro mantenga abierta las puertas y no ceda al poder que ejercen los sectores del régimen más reacios a iniciar una transición política.

“Me alegra a ustedes verlos aquí, hombres y mujeres de distintas épocas, contextos, biografías, unidos por la oración común. Pidámosle a Dios que haga crecer en nosotros el deseo de projimidad. Que podamos ser prójimos, estar cerca, con nuestras diferencias, manías, estilos, pero cerca. Con nuestras discusiones, peleas, hablando de frente y no por detrás. Que seamos pastores, prójimos a nuestro pueblo, que nos dejemos cuestionar, interrogar por nuestra gente”, sostuvo el Papa en clara alusión a la facción más ortodoxa de la revolución comunista que volteó al dictador Fulgencio Batista.

Francisco demostró en la Habana que tiene una agenda geopolítica y un programa religioso. En cuanto a las relaciones exteriores, se ha transformado en un canciller global que apunta a consolidar los procesos de paz y por eso hizo alusión a las negociaciones de las FARC y el gobierno de Colombia.

Pero no se olvida de su rol institucional en el Sillón de Pedro y busca fortalecer la influencia de la Iglesia Católica tras un largo período de declinación empujado por la corrupción en el banco Vaticano y los innumerables casos de pedofilia. El Papa combate a la curia romana y empuje procesos de transparencia para que esa plaga no vuelva a azotar al pequeño estado europeo.

Francisco puede exhibir un balance positivo de su escala en La Habana. Fijó su posición pública frente al gobierno cubano, conversó con Fidel sobre la agenda mundial y ratificó su hoja de ruta religiosa y doméstica con Raúl Castro. El Papa se manejó con cautela y privilegió su apuesta estratégica: mejor una transición lenta que una primavera cubana que termine como las experiencias trágicas de Egipto y Libia, adonde el poder se atomizó y la sociedad volvió a pagar con sangre sus deseos de libertad.