Charles Darwin nunca habló de empresas ni de mercados, pero sí dejó una enseñanza que vale oro en el mundo de los negocios: no sobreviven las especies más fuertes ni las más inteligentes, sino las que mejor se adaptan al cambio. Cuando observó las islas Galápagos, entendió que cada ave había modificado su pico para alimentarse con lo que el entorno ofrecía. Esa adaptación al contexto marcaba la diferencia entre prosperar o extinguirse.
La economía argentina atraviesa un cambio de ciclo profundo. Donde antes había inflación desbordada y tasas de interés reales negativas, hoy emergen escenarios de estabilidad y tasas positivas. Lo que antes eran márgenes abultados que permitían cierta holgura, ahora se transformó en márgenes magros que exigen precisión. La velocidad del consumo dio paso a caídas en las ventas. El comercio exterior, antes lleno de trabas, enfrenta un camino de apertura. El dinero, que giraba rápido, hoy se cobra con plazos cada vez más largos. A eso se suma el fin de un modelo basado en stocks altos y resultados de tenencia: acumular mercadería era más rentable que producir y casi nadie invertía en máquinas ni en mejorar la productividad. El mapa es distinto y obliga a nuevas destrezas.
¿Cuáles son esas habilidades que empresarios y ejecutivos deben incorporar o fortalecer? La primera es el costeo preciso. Durante los años de márgenes altos, una cierta imprecisión no cambiaba demasiado el resultado. Hoy cada peso cuenta. Conocer bien la estructura de costos, distinguir qué productos ganan y cuáles pierden, y calcular con detalle cada variación es vital para sostener la rentabilidad.
La segunda es la capacidad de análisis económico riguroso para la toma de decisiones. Ya no alcanza con la intuición ni con replicar recetas pasadas: es necesario crear escenarios, proyectar qué ocurre si se baja un precio, si se posterga una inversión o si cambia el tipo de financiamiento. La gestión actual demanda simulaciones y comparaciones que antes parecían un lujo académico, pero que hoy son una herramienta de supervivencia.
La tercera habilidad es la planificación financiera. En contextos de alta inflación, las empresas vivían con la lógica de gastar rápido en stock para no perder valor. Ahora, la estabilidad y los márgenes ajustados obligan a evitar baches de caja y a prever con claridad los momentos de excedentes o tensiones. La liquidez debe gestionarse con lupa, anticipando curvas y preparando colchones.
La cuarta competencia es el conocimiento del mercado de capitales. Con un entorno distinto, los excedentes deben canalizarse hacia instrumentos financieros. Y eso implica entender qué alternativas existen, cuáles rinden mejor según el contexto, y cómo se ajustan a los plazos y al perfil de riesgo del propio negocio. El “instrumento estrella” cambia con rapidez: en lo que va del año ya pasamos de los BOPREAL a las cauciones, con escalas en bonos dólar hard. Comprender cómo se comporta cada opción y cuáles son sus riesgos es hoy una habilidad indispensable.
Finalmente, una quinta habilidad clave es el fortalecimiento de los sistemas de medición y la definición de indicadores claros. Gestionar con datos confiables permite tomar mejores decisiones y reaccionar a tiempo ante cambios de rumbo.
En definitiva, el empresario argentino enfrenta un terreno distinto al que recorrió en los últimos años. Así como aquellas aves de Darwin modificaban su pico para sobrevivir en cada isla, hoy nuestras empresas necesitan afinar sus herramientas de gestión. La adaptación al nuevo contexto no es opcional: es la condición misma para seguir jugando el partido.
- El autor es Profesor de IAE Business School, Magíster en Dirección de Empresas (IAE) y Contador Público (UBA)