Texto: Jesica Mateu

La voz es una herramienta privilegiada del ser humano. No es poco. Pero en el caso de Susana Rinaldi es mucho más. Es protagonista. Una entidad autárquica. Su presencia es tan fuerte, tan contundente, que se atreve a trascender a la propia Tana y, en una pulseada amorosa, la convierte en su herramienta. De todas maneras, ambas tienen una relación tan amigable como simbiótica. También es cierto que, en no pocas ocasiones, la voz puso a Rinaldi bajo las luces de la polémica. Pero siempre se sintió orgullosa. O, por lo menos, agradecida. Por permitirle cantar –y contar– a viva voz, arte y pensamiento.

El poder de la palabra

Susana Rinaldi es. Le gusta ser. Y en ese dejarse ser, vive. Hasta el 27 de marzo protagoniza El patio de la morocha, un sainete musical compuesto por los legendarios Cátulo Castillo y Aníbal Troilo donde comparte cartel con figuras de la talla de Roberto Carnaghi, Julio López y Laura Bove. El espectáculo –con funciones de martes a domingos en Circo Criollo, en Vicente López– la hace sentirse magnífica. “Me convocó Lino Patalano y, al principio, me reí mucho porque no tengo edad para hacer de Morocha. Entonces, le hice una contrapropuesta: en ese texto hay un personaje que originalmente se llama El recuerdo y le confesé que me gustaría transformarlo en La memoria y hacerlo en vivo. Quiero decir: en la versión original, el personaje aparecía como una voz en off y raramente se mostraba en el escenario. La memoria, en cambio, está presente y se va metiendo en las distintas situaciones. Me obliga a interpretar desde otro lugar esas canciones que pertenecen a un repertorio que quiero mucho pero que nunca había abordado como parte integrante de esta obra para las que fueron creadas. Me hace bien porque implica revivir momentos que transcurrieron hace muchos años”, reflexiona con esa sonrisa plena que es su santo y seña.

La última vez que Rinaldi pisó las tablas como actriz integral fue con Vino de ciruelas, en 2002. “Pero era otra cosa. En realidad, creo que el último espectáculo teatral que hice donde se unía texto, interpretación escénica y cantábile fue Tiempos de mal vivir, en el Teatro General San Martín. Y si bien tuve un éxito muy grande de crítica y de público, las autoridades de la ciudad de Buenos Aires, en ese entonces administrada por Fernando De la Rúa, consideraron que era mejor que me fuera. Fue la última vez que pisé el San Martín: no volví ni como espectadora porque me ofendí. Ese es un teatro que prácticamente nació a la vida conmigo y me debe más de un ladrillo. Me ofendí porque siempre tuve una correspondencia especial con él y me pareció un cachetazo al plexo que fue simplemente de orden político. Dicen que los argentinos tenemos mala memoria. Pero yo no. Yo tengo una muy buena”.

Voz y memoria son sus señas de identidad. La memoria ha madurado. ¿La voz también se pone más sabia con el tiempo?
Parece que sí. Claro que no he dejado de estudiar ni de perfeccionar mi calidad vocal. Y algunas cosas siento que puedo interpretarlas mejor ahora. De todas formas, ya entré en una etapa docente donde hablar de la voz tiene un significado doble. Mi Fundación me permite dar becas y capacitar en interpretación, algo en lo que tiene mucho que ver el pensamiento y la instrucción permanente. Al mismo tiempo, es importante el discernimiento que cada uno de nosotros hace sobre cada cosa que toma para interpretar: hay que pensar si vale o no la pena, simplemente con nuestro criterio. Pero con un critero instruido.

Muñeca brava

Susana Rinaldi estudió en la Conservatorio Nacional de Música y en la Escuela de Arte Dramático. Debutó en 1957 en Canal 7 y, a partir de allí, comenzó una impecable carrera como actriz de cine, televisión, teatro y radio. Se destacó en clásicos como Vida privada, de Noël Coward; Fuenteovejuna, de Lope de Vega y El jardín de los cerezos, de Antón Chéjov, entre otras. Su talento interpretativo la llenó de elogios y de prestigio. Hasta que, en 1969, decidió lanzarse como cantante. Su presentación inicial fue en la primera emisión del programa La botica del ángel. Fue una etapa de descubrimiento personal y profesional poco –o nada– comprendida por el mundillo artístico de entonces. “Fue difícil. Por un lado, ni mis compañeros ni mis directores ni mis maestros entendieron porqué. Mi convicción era que, lo que hacía como actriz, muchas buenas actrices podían hacerlo. Pero lo que iba a hacer en el tango, no había nadie que lo pudiera hacer. Y no me equivoqué”, detalla. Porque a través de su compromiso con el tango fue que importantes autoras y compositoras que hasta entonces no eran valoradas, ganaron brillo popular en su voz: Eladia Blázquez, Carmen Guzmán y María Elena Walsh. “De eso me puedo vanagloriar. Fue una dura lucha. Y fui muy criticada porque decían que lo que cantaba no era tango. ¡Siempre con ese ánimo de denostar que tenemos los argentinos! Le debo mucho más a otros países la relevancia que conquisté como cantante”, se sincera.

De hecho, en noviembre último, Rinaldi recibió el Premio Grammy en el rubro Excelencia musical. En su discurso de agradecimiento, le dedicó el galardón a “mis nietos, esos nietos que sabrán que una mujer luchadora, tenaz, empecinada y capacitada ha podido descubrir al mundo que el tango canción no es un maleficio sino un gran beneficio que durante muchísimos años la humanidad entera se ha perdido, lamentablemente. Doy mi homenaje a las grandes cantantes del mundo que me ayudaron a hacerlo”.

Sin embargo, recién ahora, admite Rinaldi, percibe un reconocimiento generalizado en su propia tierra. Aunque no sabe a qué atribuir el cambio. Supone: “Tengo demasiadas medallas colgadas como cantante de tango... Deben haberse convencido de que algo diferente hago”.

Tras tantos años, ¿le gustaría volver al cine?

Me interesaría porque siento, ahí sí como actriz, que hay personajes de la vida cotidiana porteña que no están vistos en el cine. Es muy bueno hablar artísticamente de la decadencia de los hospitales o de la indiferencia que sufren los docentes. No olvidemos que ha habido películas extraordinarias –inglesas, estadounidenses e italianas– donde, desde y con la educación, se han filmado obras magistrales. ¡Hablemos de las cosas que deberían pasar y que no pasan: eso también necesita de argumentaciones! En esas cosas sí me gustaría meterme. Pero sino, para lucir la cara, no. Además, ya no está para ser lucida (risas).

¿Es cierto que volverá al teatro en un rol de actriz, ya no como intérprete?
Sí, haré Ceremonia secreta, de Marco Denevi. Me tiene muy entusiasmada y pienso que sí, que esa puede ser una vuelta total al teatro. Tuve la suerte de conocer a Denevi, un autor que respeto y, al mismo tiempo, comparo con Tennessee Williams. Han tenido los dos una vida bastante similar en cuanto a no obtener el reconocimiento debido en su momento y en su propio terreno. ¡Un hombre de un bajo perfil total, una gran excelencia dramatúrgica! La obra se estrenaría en julio, con dirección de Oscar Barney Finn, y la joven en cuestión será Carina Zampini.

¿Cuáles son sus otros planes para 2011?
En realidad, jamás he tenido un plan para el futuro de mi carrera. Y no me ha ido mal de esa manera. Siempre sentí que proyectar era envejecer antes de tiempo. Y, por eso, a mí me gusta tanto improvisar.

¿Qué le aporta a su vida su desempeño en la Asociación Argentina de Intérpretes?
Siendo la vicepresidenta segunda (N. de la R.: El presidente de la entidad es el bandoneonista Leopoldo Federico) me siento exigida porque tengo la responsabilidad de interpretar las angustias y desesperaciones de los intérpretes. Lo que quiero decir con esta frase que parece hecha es que tenemos un reclamo permanente sobre el derecho de propiedad intelectual, que se debe cobrar porque es la respuesta a nuestra creatividad. Acabamos de organizarnos con otras entidades hermanas como Argentores (Sociedad General de Autores de la Argentina), Sadaic (Sociedad Argentina de Autores y Compositores) y Sagai (Sociedad Argentina de Gestión de Actores Intérpretes) en una entidad que nos engloba a todos. Es una manera de interesarnos por un actor, un compositor, un escritor... Si las dificultades aumentan, creo que la salida es aumentar nuestra capacidad resolutiva.

¿Cuál es su motivación a la hora de cumplir esas funciones?
El reconocimiento y la justicia. Para las dos cosas tiene que haber conocimiento, que es el aspecto cultural más noble. Pero conocimiento libre de dogmas, de especificaciones baratas y banales. Todo eso es fundamental para reconocerle al otro la importancia que queremos que nos reconozcan a cada uno individualmente. Es un acto de justicia para con aquellos intérpretes que han trabajado toda la vida para que nuestra cultura tenga la relevancia que tiene en todo el mundo. Porque los argentinos, queramos admitirlo o no, somos reconocidos por nuestra potencia cultural irrebatible.