En Hong Kong todo pasa por la mirada. Cada mañana, hombres y mujeres se visten siguiendo las últimas tendencias de París y Milán, salen de sus diminutos departamentos y desfilan por esa pasarela callejera enmarcada por edificios que es la metrópolis china. Entran y salen de los subtes, frenan en alguna panadería a por un café, comen apuradamente un plato de noodles en una esquina mientras observan la pantalla de sus celulares último modelo, atraviesan el laberinto de shoppings -donde aprovechan para hacer alguna compra, siempre exprés- y recién entonces llegan a la oficina. Así, día tras día: los hongkoneses caminan apurados, se mezclan en los negocios, atiborran restaurantes y bares, se pierden entre los cientos de carteles de publicidad que penden de los rascacielos... El impactante skyline de la isla de Hong Kong confirma que esta ciudad es la más vertical del mundo.
Y también una de las regiones más densamente pobladas del planeta: según las estadísticas, en la isla hay 16.400 habitantes por kilómetro cuadrado. Basta caminar unos pasos por el downtown para aseverar que no solamente es una urbe acelerada, abarrotada y frenética, sino que también es uno de los destinos más narcisistas de Asia. Las calles no son solamente desfiles de moda, sino arenas donde las tiendas de primeras marcas y los restaurantes de lujo dan batalla por los clientes frente a la resistencia que oponen los mercados al aire libre y los puestos callejeros de comida. La Región Administrativa Especial (RAE) de Hong Kong, ubicada en el sur de China, sobre el mar de la China Meridional, es una península de 1.100 kilómetros cuadrados habitada por 7 millones de personas.
Consta de cuatro áreas diferenciadas: la isla de Hong Kong, que ocupa 81 kilómetros cuadrados y alberga a 1 millón y medio de habitantes; la isla de Kowloon, de 47 kilómetros cuadrados y 2,7 millones de personas; los Nuevos Territorios, de 747 kilómetros cuadrados, donde vive el 68 por ciento de la población; y las 234 islas circundantes, que ocupan un 20 % del territorio y están escasamente habitadas. Sin embargo, un 75 % de la R.A.E. de Hong Kong está constituida por reservas naturales, lo que significa que la población se concentra solamente en el 25 % del área total. De allí su inusualmente elevada concentración de almas.
Tras más de 150 años de dominio británico y un período de régimen japonés, Hong Kong volvió a manos de China en 1997. La isla goza de autonomía política y mantiene un sistema económico capitalista, si bien todavía depende de China continental en asuntos como relaciones exteriores y defensa militar. Gracias a sus bajas tasas impositivas y su libertad de comercio, es uno de los centros financieros líderes del mundo, y donde el precio del metro cuadrado, como es de esperar, rankea entre los diez más altos del mundo.
La lógica de Hong Kong
La arquitectura de esta megaurbe casi no conserva evidencias de los 150 años de dominio británico: en una ciudad donde el espacio es un bien escaso, muchos monumentos y construcciones históricas fueron demolidas y reemplazadas por megatorres. Pero es en el idioma, la cultura y la idiosincrasia de los hongkoneses donde aún se trasluce ese siglo y medio de influencia occidental. Al mismo tiempo, la isla es un importante centro de cultura popular, donde se producen películas, música y literatura de exportación.
Y es, además, un sitio donde muchas de las tradiciones y costumbres que desaparecieron en China continental durante la Revolución Cultural de Mao, se mantienen. Si bien el 95 % de la población es de ascendencia china, Hong Kong es considerada una ciudad alfa -a la altura de Londres, Nueva York, París y Tokio- por su alto nivel de globalización y su rol protagónico en el sistema económico mundial.
Aquí, el diseño urbano sigue la lógica del shopping: los cientos de malls, mercados, negocios y tiendas están ubicados estratégicamente para formar parte inseparable (y obligatoria) de la rutina diaria. De hecho, cada estación de la extensa red de subtes tiene un pequeño centro comercial a la salida -y aún bajo tierra- con panaderías, cafés, farmacias, quioscos, zapaterías y tiendas de ropa. Algo para no desestimar si se tiene en cuenta que el 90 % de los traslados diarios se realiza utilizando el transporte público.
Sin embargo, las remeras que rezan Lost in Hong Kong no mienten: por más fácil que parezca ir de un punto a otro, será imposible no perderse al menos una vez, aun siguiendo el mapa, los carteles de señalización y las indicaciones del GPS. Sucede que aquí no existe la ley de la línea recta como distancia más corta entre dos puntos: en muchos casos, para llegar a un lugar ubicado en la vereda de enfrente, no quedará otra opción que subir la escalera de la esquina -muchas calles prohiben el cruce de peatones-, atravesar el puente, ingresar obligatoriamente a un shopping (¡y resistirse a la tentación de los sales permanentes!), bajar por el ascensor, volver a la calle, nadar entre el mar de gente que avanza -siempre apurada, siempre con bolsas-, intentar no distraerse con los carteles publicitarios que contaminan el cielo, pedir indicaciones a algún transeúnte y (¡finalmente!) encontrar el destino original.
En Hong Kong, hay tres actividades primordiales para las cuales no existen horarios definidos: aquí todos trabajan, consumen y disfrutan en cualquier momento del día. La rutina de los hongkoneses es una réplica del ritmo que lleva la city que los cobija: siempre desborda de actividades. Aquí, los tiempos muertos no existen: los viajes en subte y colectivo se aprovechan para enviar emails, hacer llamadas, mirar películas o leer un libro digital. En Hong Kong, cada segundo vale oro. Sin embargo, detrás de la vorágine consumista, en la península aún se esconden costumbres, tradiciones y lugares verdaderamente asiáticos. Fuera del laberinto de rascacielos, es posible dar con templos budistas y taoístas, así como pequeños altares con ofrendas que evidencian el sentido de religiosidad de los nativos.
Y, si se mira más allá de las máquinas excavadoras, las demoliciones y los sitios en construcción, también se pueden encontrar mercados locales donde los peces se secan al sol, casas construidas a orillas del mar sobre finas varillas y restaurantes donde el menú está explicado únicamente en cantonés. Sin contar con que en Kowloon y en los Nuevos Territorios aún sobreviven las aldeas de pescadores, donde la vida es más lenta, silenciosa. ¿Otro dato curioso? Hong Kong es, probablemente, la ciudad global con mayor cantidad de espejos en el espacio público. Si bien han sido colocados estratégicamente -según los preceptos del feng shui- para repeler a los espíritus y energías negativas, también se convirtieron en una necesidad básica en esta isla donde la imagen lo es todo: no hay quien no dedique algunos segundos de su caminata apurada a contemplarse, sin pudor, frente a alguna de las superficies reflectantes desparramadas por la ciudad. Por eso, en una urbe tan narcisista como quienes la habitan, surge la duda de quién dio origen a quién. Porque la isla de Hong Kong es soberbia y pretenciosa: no solamente quiere verse bien a toda hora, sino que disfruta mirándose a sí misma desde todos los ángulos posibles.
Por si fuera poco, cada noche, las fachadas de los edificios que conforman el skyline protagonizan un show sincronizado de luces para ser admirado desde la bahía de Kowloon, en la orilla de enfrente. Y The Peak, la cima de una de las montañas de la isla de Hong Kong, es uno de los lugares preferidos por propios y ajenos para contemplar la ciudad entera. Orgullosamente imponente. Inquietantemente silenciosa.
Macao, ciudad amarilla
Imaginar una réplica de Las Vegas inserta en un tranquilo pueblo del mar Mediterráneo. Un lugar donde los nombres de las calles se indican en portugués a pesar de que nadie habla ni entiende el idioma. Una ciudad donde los habitantes no se guían por los mapas sino por los prominentes megahoteles que sobresalen en el horizonte. Una isla donde las callecitas empedradas, los faroles, los parques internos y los colores pastel de las casas bajas se mezclan sin piedad con el dorado brillante de los casinos más kitsch y voluptuosos del mundo.
Todo ello -todo junto- en una pequeña península en el medio de Asia. He aquí Macao: fusión más que extraña entre casinolandia, ciudad colonial y cultura china. La Región Administrativa Especial de Macao, ubicada 65 kilómetros al sudoeste de Hong Kong, está conformada por la península de Macao, las islas de Coloane y Taipa y Cotai, región en disputa entre las dos islas. Con una superficie de 29 kilómetros cuadrados, ocupa poco más del tercio de la isla de Hong Kong y tiene una de las densidades de población más altas del mundo.
En el siglo XVI, tras la llegada de barcos portugueses, la región se convirtió en el primer enclave europeo en el Lejano Oriente, aunque fue reconocida oficialmente como colonia de Portugal recién en 1887, tras el tratado firmado con la dinastía Qing. En 1999, luego de 450 años de dominio luso, Macao volvió a manos de China con la promesa de que, por cinco décadas, el sistema económico comunista chino no sería aplicado en la región. Es por ello que Macao, al igual que Hong Kong, goza de autonomía en todos los ámbitos administrativos, excepto relaciones exteriores y defensa. Y, actualmente, es uno de los lugares con mayor expectativa de vida del mundo.
Los cuatro siglos de administración portuguesa aún pueden advertirse en la arquitectura, la comida y los carteles públicos de Macao, aunque ya no tanto en sus moradores: el 98 % de sus 520 mil habitantes es de origen chino cantonés y hakka, ambos de la provincia vecina de Guangdong; los macaenses, de ascendencia mixta asiática y portuguesa, solamente conforman el 1 % de la población actual. Además, conviene tener en cuenta que, si bien los idiomas oficiales son el chino cantonés y el portugués, éste solamente se utiliza para designar las calles en los carteles oficiales. Como suele suceder, las referencias impuestas por los usos y costumbres dicen mucho acerca de la idiosincrasia local: si se le pregunta a cualquiera dónde queda la Avenida da Praia Grande, una de las principales, nadie sabrá responder; pero si, en cambio, se pregunta dónde está el casino Grand Lisboa, todos señalarán, sin dudarlo, al enorme edificio con forma de hoja que puede verse desde cualquier punto de la península. ¿La razón principal? Conviene recordar que la economía de Macao está sustentada tanto en el turismo como en la poderosísima industria del juego: es la única región de China donde las partidas de azar y las apuestas son legales.
Para tomar cabal dimensión del fenómeno, vale consignar que, en 2010, 25 millones de personas visitaron la isla: 50 % proveniente de China continental, 30 % de Hong Kong y el resto de Japón, Taiwán, Estados Unidos, India, Rusia y Medio Oriente. Pero la industria de las apuestas no es nueva en Macao: esta réplica asiática de Las Vegas nació en 1962 bajo el control monopólico de la Sociedade de Turismo e Diversões de Macau, en manos de Stanley Ho. Conocido como El Rey de las Apuestas, Ho es el entrepreneur más famoso de Macao y uno de los hombres más ricos de Asia.
Tras 40 años de trayectoria, su monopolio finalizó en 2001, cuando las leyes se desregularon y seis concesiones fueron otorgadas a distintos grupos inversores. En 2004, el Sands Casino eclipsó al famoso Casino Lisboa (propiedad de Ho) y, en 2007, el Venetian Macau se consolidó como el más grande del mundo.
Macao parece contener dos mundos opuestos en un mismo territorio. Si bien los casinos son una de las grandes atracciones y propuestas turísticas de la península, detrás de las luces de colores, de la pomposidad de los hoteles y de la adrenalina de las apuestas, se esconde una de las ciudades más híbridas y mejor preservadas de Asia que: durante la época colonial portuguesa, fue la puerta de entrada de los europeos y misioneros cristianos a esta región; durante el siglo XX, fue el refugio de inmigrantes chinos que huían de las guerras, las hambrunas y la opresión política; tras la Segunda Guerra Mundial y la Revolución Cultural de Mao, fue refugio de los exiliados.
Y aunque la prioridad de la visita sea lúdica, vale la pena perderse por ese laberinto de calles empedradas, iglesias, teatros, templos y fortalezas del centro histórico que fue designado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2005. Por su parte, las islas de Taipa y Coloane, accesibles por tierra desde la península a través de tres puentes, son sectores residenciales con encanto.
En tanto, Cotai, la región que une a ambas islas y que aún está en disputa, es una zona artificial creada con tierras ganadas al mar para albergar a los casinos y hoteles que ya no tenían espacio en la península de Macao. A este enclave surrealista llegan aquellos que se escapan un fin de semana para probar suerte en los casinos, y los que exploran el circuito colonial oculto tras la fachada del pecado. Por ello, Macao no puede ser definida solamente por una de sus caras. Pero, probablemente, todos los que la visiten -sin importar el motivo-, la recuerden como la ciudad amarilla. Por el color alimonado de sus construcciones coloniales, por el tono ambarino de las luces nocturnas, por su famosa egg tart -tarta portuguesa de huevo- que se vende como una delicia típica en toda ley, por los dorados carteles luminosos de los hoteles y por el brillo áureo que irradian sus megacasinos.
La isla del feng shui
En la isla de Hong Kong hay más de 7.680 rascacielos. Aquí están 36 de los 100 edificios residenciales más altos del mundo. Y existe más gente viviendo o trabajando arriba del piso 14 que en cualquier otro lugar de la Tierra, incluso Nueva York. En un territorio donde no queda espacio para una megatorre más, el crecimiento debe hacerse forzosamente hacia arriba. Y Hong Kong sabe dominar el arte de la verticalidad inmobiliaria. A tal punto que esta ciudad es considerada un museo viviente de la arquitectura posmoderna. Sin embargo, todas las decisiones arquitectónicas son cuidadosamente premeditadas. Porque la isla es fiel a los preceptos orientales del feng shui, razón por la cual los skycrapers se orientan de manera "auspiciosa" con el objetivo de bloquear las energías negativas. En 2005, por ejemplo, la entrada principal del parque temático de Disney Hong Kong fue modificada en 12 grados para lograr un feng shui positivo. ¿Otro tip? La Torre del Banco de China, diseñada por Ieoh Ming Pei en 1990, es uno de los edificios más polémicos: muchos aseguran que sus terminaciones angulosas bruscas emanan una vibra poco auspiciosa en el corazón de la isla. No es todo: no falta quien compare a las dos antenas blancas colocadas en la cima con las dos varillas de incienso que, en la tradición china, se queman en ocasión de una muerte.
Brújula
* Aéreo: Qatar Airways cubre el tramo Buenos Aires-Hong Kong desde u$s 4.200 (Business). Para viajar de Hong Kong a Macao, lo más conveniente es abordar el ferry que conecta las dos regiones en menos de dos horas. Con partidas cada 15 mintuos, la cabina vip en Premier Jetfoil cuesta u$s 200. *Alojamiento: En la isla de Hong Kong: Mandarin Oriental, desde u$s 462, sitio web: www.mandarinoriental.com/hongkong; Four Seasons Hong Kong, desde u$s 577, sitio web: www.fourseasons.com/hongkong. En Macao: Grand Lisboa, desde u$s 324, sitio web: www.grandlisboa.com; Venetian Macao, desde u$s 385, sitio web: www.venetianmacao.com. (Las tarifas son aproximadas, por noche y por persona, en base doble). * Transporte: En Hong Kong, es conveniente adquirir el Tourist Day Pass, una tarjeta que permite utilizar el transporte público de manera ilimitada por un día (u$s 7) o la tarjeta Octopus, recargable, que es aceptada como medio de pago en tiendas y restaurantes. En Macao, los servicios gratuitos de shuttle permiten trasladarse de un casino a otro sin cargo. * Moneda: En Hong Kong se utiliza el dólar de HK y en Macao, las patacas. Ambas monedas son intercambiables y aceptadas en las dos islas. Un dólar estadounidense equivale a 8 dólares de HK y a 8 patacas de Macao. * Informes en la web: www.discoverhongkong.com y www.macautourism.gov.mo.
Gastronomía colonial
Solamente 10 mil de los 500 mil habitantes de Macao aún pueden llamarse a sí mismos macaenses: son aquellos que tienen ascendencia de mezcla portuguesa, china y/o africana y que se sienten más cercanos a la cultura occidental. Incluso, algunos todavía hablan patúa, idioma de base lusitana con influencias del cantonés y del malayo, y practican el catolicismo. Durante la administración portuguesa, los macaenses formaron parte de la élite social de Macao y fueron fieles al imperio. Existen varias discusiones acerca del significado exacto del término macaense. Y, si bien algunos consideran que la palabra debería ser el gentilicio universal aplicable a todos los oriundos de Macao, lo cierto es que los habitantes de origen puramente chino, nacidos y criados en Macao, se autodenominan chinos de Macao. En cuanto a la comida, en cambio, no hay discusión alguna. La gastronomía macaense es una fusión entre el recetario del sur de China y la comida portuguesa, con influencias asiáticas. Dicen que nació como un intento de las esposas de los navegantes lusitanos de replicar los platos típicos de Europa durante la época colonial. Hoy, en sus platos típicos se utilizan ingredientes y especias de América latina, frica, India, Europa, el Sudeste Asiático y China como cúrcuma (similar al jengibre), leche de coco, canela y bacalao. Los más conocidos son el pato de cabidela (guiso de pato con sangre y hierbas), el bacalao salteado con papas y vegetales, la galinha à portuguesa (pollo al horno con papas y arroz con curry a base de coco), la galinha à africana (pollo asado con salsa picante) e incluso la feijoada brasileña.
