

Tiene un saco de pana violeta que hace fuerte contrapunto con su suéter verde botella. Lleva puestos unos 80 jóvenes años que brillan, espléndidos, en su calva reluciente. Camina con plasticidad y habla con desparpajo: son palabras soeces a veces, declaraciones exaltadas y gestos fehacientes. Su cuerpo es el mensaje, podría decirse parafraseando a Marshall McLuhan, el teórico de la comunicación que, en los ‘60, vaticinó la era de la información globalizada. A fines de los ‘70, Toni Puig se involucró en la reinvención de Barcelona como meca cultural y económica de Europa.
Actualmente, asesora a diversas alcaldías del mundo en temas de urbanismo y comunicación ciudadana. “Me interesan las ciudades que se reinventan con coraje, con audacia, con cultura. A los porteños les encanta viajar. Y adoran París. Es más: muchos de ustedes conocen más París que Buenos Aires. Pero tengo que decirles que la capital de Francia es un museo, perfecto pero frío. En cambio, Buenos Aires tiene una gran oportunidad para desplegarse. Ustedes, después de la crisis, cambiaron su forma de ver. Se dieron cuenta de lo que tienen de verdad, de lo que queda por hacer. Pusieron los pies en la tierra. Se vieron en las calles. Y yo, desde entonces, veo un cambio muy fuerte en Buenos Aires”.
Con estas palabras, Puig inició su conferencia en el Centro Metropolitano de Diseño (CMD). Y mientras presentaba fotos de diversas ciudades que sirven de anclaje a sus teorías, compartió su historia como gestor del cambio urbano desplegando acrósticos, juegos de palabras, enumeraciones y eslóganes que resumen su perspectiva de la modernidad y del rol de los ciudadanos para dar el cambio.
En ese sentido, consideró que “las ciudades necesitan algunas claves para poder insertarse en el siglo XXI. Estos cambios incluyen una fuerte inversión en cultura. Pero dinero bien invertido, sin derrochar: bibliotecas, revistas, centros culturales. No espacios pobres donde se hagan unos tallercitos para pasar el rato, sino lugares donde se trabaje el arte con los vecinos, con buenos gestores culturales, de modo de realizar producciones de gran envergadura y compromiso”. Entonces, contó de Barcelona y de la legendaria –e irreverente– revista de cultura Ajoblanco, cuyo comité de redacción integró él mismo en los años ‘70.
También destacó la red de trabajo que se estableció entre los centros culturales, hecho que permitió que la ciudad pasara de ser “sucia y peligrosa a convertirse en uno de los objetivos de los turistas de todo el mundo. ¿Qué vienen a ver los turistas a Barcelona, si no tenemos nada? Pues tenemos ciudad”, disparó. Y enseguida puso la mira en su anfitriona: “Aquí tienen grandes centros culturales. ¡Pero son todos autistas! Hay que trabajar en red y activamente. Porque no se puede centralizar la cultura: tiene que haber diseminación hacia los barrios, que son los factores indispensables para que haya una atmósfera creativa. ¡No recorten el presupuesto en cultura: inviertan! Recuerden que la delincuencia abandonó Barcelona por efecto de la irrupción de la cultura. Otro punto indispensable para la seguridad es la tolerancia: hay que superar las diferencias barriales. Y también es importante tener buenísimos servicios públicos de proximidad. Para eso hay que descentralizar y dar igualdad. Parece imposible, pero se puede. En Barcelona lo hicimos”, sentenció con orgullo.
Las tres bés
Con una regla nemotécnica –o un juego de coincidencias–, Toni Puig ha declarado al mundo su preferencia por las tres bés: Buenos Aires, Barcelona y Berlín. Tres ejemplos de ciudades que el urbanista considera vitales, activas, con fuerte potencial. “Berlín es mi favorita: tiene museos fantásticos y el mejor monumento del mundo en homenaje al Holocausto judío. Si fuera más joven viviría en Berlín, aunque tienen el defecto de hablar alemán, pero la gran ventaja de que son educados. Allí se permiten experimentar con pinturas de artistas en las calles: que una ciudad le brinde espacio a la cultura de sus habitantes es clave para su reinvención. Pero Barcelona es mi gran amor. Trabajé desde el ‘79 para revalorizarla.
Y lo logramos: pasamos de una urbe sucia, llena de violencia, temida por los ciudadanos y evitada por los viajeros, a tener 75 mil turistas anuales. ¿Cómo hicimos? Se trató de darles a los ciudadanos el orgullo de vivir en su ciudad, un valor que los identificara y que compartieran. Se basó, especialmente, en invertir en cultura. Porque el presente de la economía ya no son los servicios ni, mucho menos, la industria. El futuro de la economía es el conocimiento: la ciencia, la tecnología y la cultura, cada una con sus inauditas posibilidades para el avance humano. Así, por ejemplo, transformamos un barrio entero, de 22 manzanas que habían sido fábricas, en un campus universitario de primer nivel, un eje cultural que dio nueva vida a la ciudad”, proclamó.
Para el urbanista, entonces, se trata de realizar un trabajo lento y silencio de transformaciones profundas: “No debemos confundir espectáculos en las calles con cultura. Entretenimientos y parques temáticos no son cultura. ¡Dejemos esas gilipolleces para otros! No queremos un rediseño de opereta. Queremos cambios que, con el tiempo, comiencen a ser valorados por los ciudadanos”.
Por supuesto que estas transformaciones en la trama social fueron acompañadas, en el caso de Barcelona, por grandes obras de infraestructura: “Aeropuerto ampliado, puerto más competitivo, vías de acceso y salidas ferroviarias, conectividad con el área metropolitana, modernización del sistema público de salud y educación, reurbanización, planes para la radicación de nuevas empresas, redes de equipamiento para la cultura. Nos endeudamos mucho, pero bien endeudados. Y hoy la ciudad rankea entre las más modernas del mundo”.
Y ahora, Buenos Aires
Tras la conferencia, Puig conversó en exclusiva con Clase Ejecutiva. Afinando el foco.
¿Cómo ubicar a Buenos Aires en la red mundial de ciudades modernas?
Una de las cuestiones clave para el rediseño es contar con los ciudadanos. Si no, no hay rediseño: hay escenografía. Y para implicar a los ciudadanos hay que darles un valor. El valor está ahí, hay que buscarlo y encontrarlo en la gente, en las calles. Valor es una flecha disparada, es energía, es alma, es civilidad. Pero, ¿cuál es el valor? Es la gran pregunta. Hay que meterse en el corazón de la gente, de sus calles, de su clima y de sus palabras para dar con ese valor. En Barcelona, en un momento de crisis, se tomó una decisión brillante: comenzamos a comunicar desde el marketing. “Barcelona más que nunca / més que mai”, dijimos en las calles. Y pintamos una B con los colores optimistas, mediterráneos, de Joan Miró. Y eso cohesionó el entusiasmo de los ciudadanos a tal punto que facilitó el cambio de actitudes que necesitábamos. Aquí no sé si es Haciendo Buenos Aires... Pero el valor está en la calle y hay que comunicarlo para reunir voluntades, para que todos se sientan implicados en el rediseño de la ciudad.
Concretamente, ¿qué cambios propondría?
Una ciudad moderna implica una vida cotidiana cómoda, con espacios públicos que atraigan a los ciudadanos, que den ganas de estar allí, con calles peatonales y sitios para descansar. Y para todos: turistas, gente joven, adultos mayores. También es clave combinar modernidad con sitios históricos y dar espacio a la creatividad de los ciudadanos: implicarlos en la producción de cultura y en la convivencia.
Muchas veces son temas presupuestarios los que entorpecen la posibilidad del cambio...
Si la excusa para no mejorar la ciudad es que no tienen plata... ¡pues róbenla! Es decir, la plata siempre se encuentra. Primero hay que rediseñar: el dinero después aparece. Cuando reformulamos Barcelona no teníamos plata, pero nos endeudamos muy bien porque pusimos un gestor económico. Hoy, sólo debemos 300 mil euros mientras que Madrid, en cambio, debe 100 millones de euros. Lo que no se puede hacer es derrochar estúpidamente el dinero organizando carísimos festivales frívolos para una poca gente o espectáculos masivos arcaicos.
¿Cuáles son los males de las grandes urbes?
Ocurre que han crecido y que gestionar grandes masas de personas y grandes desplazamientos es difícil. Gestionar Venecia es fácil. Pero las megalópolis, las ciudades de mucha densidad de población, son complicadas. Además, cada una es diferente. Y cada experiencia en la misma ciudad es distinta. Yo la paso muy bien en Berlín, pero hay gente que no puede entrar al código de la ciudad. Pero el principal problema es que el mundo se está convirtiendo en una ciudad. Yo pienso los países como una red de ciudades. Y los continentes. Porque Europa, en realidad, es una red de urbes: cuando ves dónde ir, ves las ciudades, no los países. Entonces, la ciudad es el punto álgido del futuro. Y la pregunta es hacia dónde van y cómo las gestionaremos en el futuro.
¿Qué significa reinventar una ciudad?
Las ciudades que se reinventan se colocan en la red del futuro. Son ciudades donde da gusto estar, vivir, porque ofrecen bienestar, cultura, intercambio, cercanía entre las personas. Son ciudades creativas. Quiero decir: comparten inteligencia, cambian, ejercen ciudadanía. La ciudad que no evoluciona, va para atrás. En este punto, tenemos que escoger: avancemos todos, estemos todos. ¿Por qué? Porque los hombres y las mujeres no estamos para jodernos los unos a los otros. La diferencia con otros animales es que nacemos para compartir, para sumar, para incluir. En este punto, Buenos Aires tiene un gran desafío. Y tendrá que escoger. Porque, además, tiene un fuerte competidor en la región: Bogotá se ha reestructurado, económicamente le va bien, tiene muchos centros culturales y empieza a tener clase creativa de verdad. Pero, para ello, ha gastado tiempo y dinero.
¿Cómo generar el orgullo para que cada ciudadano revalorice su urbe?
Se trata de encontrar el valor diferencial. ¿Qué es lo realmente importante ahora? Hay valores indiscutibles: la igualdad, la democracia, la libertad. Y hay que hacer algo de verdad: no proyectos a largo plazo cuya concreción nunca se vea, sino cosas concretas que la gente pueda disfrutar. Si la gente no se puede trasladar, si las ciudades son poco seguras, si no hay espacios públicos interesantes, si la gente no puede compartir, ¿dónde vive?
¿Cuál es la solución a la violencia urbana?
Tenemos el caso de Medellín, que era la ciudad más violenta del mundo. Y se propusieron reducir la violencia en el término de tres años. ¿Cómo? Haciendo museos y bibliotecas en cinco áreas calientes. Pero no bibliotequitas de barrio, sino edificios modernos, con cafetería, con todos los diarios por la mañana, con acceso a Internet, para que los vecinos quisieran desayunar e informarse allí. ¡Funciona!
La dicotomía norte-sur sigue vigente en Buenos Aires. ¿Cómo podría superarse?
Reconstruyamos los núcleos urbanos en lugar de apostar a la expansión. Una ciudad habitada está siempre más cuidada. Es simple: que los ciudadanos vivan en la ciudad, que desplieguen sus actividades, su estudio, su trabajo y su creatividad en la ciudad. La vida diaria compartida es una experiencia que enriquece. Recuperemos la zona céntrica porque, cuando se abandona, aparecen los guetos. ¿Por qué cada día hay más ciudades que apuestan por la cultura como ideal? Porque se enamoran de las cinco cés: cultura para la creatividad en una ciudad de calidad compartida. Esa es la clave.











