Cada año, miles de pacientes se sientan en los consultorios con agujas en los brazos para recibir dosis de una droga milagrosa llamado Keytruda. Este medicamento contra el cáncer es uno de los más vendidos, y el año pasado generó ingresos por u$s 29.500 millones para MSD. Pero de a poco el tiempo de la farmacéutica estadounidense se está agotando.

La patente de Keytruda vence en 2028, lo que permitirá que sus competidores vendan el mismo fármaco a un precio más bajo. Los inversores están alarmados y las acciones de MSD se han desplomado un 35% en los últimos 12 meses. Si bien la compañía se ha esforzado por demostrar que está preparada, Daina Graybosch, analista de Leerink, afirma que el llamado "abismo de las patentes" se cierne sobre el negocio. MSD tiene por cubrir un "enorme agujero" en sus ingresos. "No pueden cerrarlo sólo con un fármaco", añade.

Perder los derechos de propiedad intelectual de fármacos de gran éxito es un ritual de larga data para las farmacéuticas, que suelen amasar fortunas cuando sus nuevos descubrimientos se venden por primera vez a los pacientes. Los gobiernos otorgan unos 20 años de vida a las patentes por fármaco.

Pero hasta la mitad de ese tiempo puede consumirse durante el desarrollo, antes de que el fármaco llegue al mercado. Cuando la patente vence, se permite a los competidores que lancen genéricos rivales, lo que para el propietario original podría significar pérdidas por miles de millones de dólares en ingresos.

MSD no es la única. La industria farmacéutica se enfrenta a uno de los abismos de patentes más pronunciados hasta la fecha. En 2027 y 2028 expirarán patentes por un valor aproximado de 180.000 millones de dólares en ingresos anuales, indica la firma de investigación Evaluate Pharma, lo que representa casi el 12% del mercado mundial. Bristol Myers Squibb y Pfizer también se enfrentan al vencimiento en 2028 de patentes de sus medicamentos más vendidos.

Si bien las crisis de las patentes se ven con años de antelación, los inversores no suelen ser tan previsores y pueden sorprenderse cuando ocurren, explicó Tim Opler, director general del grupo global de salud de Stifel. "La presión sobre la industria farmacéutica para encontrar la manera de aumentar los ingresos es extremadamente alta", señaló.

El ciclo de auge y caída es consecuencia de una transacción incómoda respecto de la financiación de innovaciones cuya creación es costosa, y sus copias muy baratas. Los gobiernos prefieren otorgar monopolios restringidos al sector privado en vez de financiar ellos mismos gran parte de una tarea esencial, pero arriesgada. Stephen Haber, profesor de ciencias políticas e historia en Stanford, afirma que sin patentes, los medicamentos no existirían.

Pero ocurre que casi nadie está del todo satisfecho con este arreglo. Los inversores y las compañías farmacéuticas no siempre se sienten adecuadamente recompensados en un sector donde el fracaso es frecuente. Objetan especialmente otras medidas destinadas a reducir los precios de los medicamentos durante el período patentado, pues consideran que socavan el acuerdo.

Los sistemas de salud se resisten a los nuevos medicamentos costosos, que se administran a más personas a medida que la población envejece. Los países en desarrollo tienen dificultades para acceder a la innovación hasta que expiran las patentes. En los gobiernos se hacen cambios marginales, por lo general proponiendo ajustes en la cifra de años de protección de patentes. Sin embargo, pocos se comprometen con un modelo completamente diferente.

Bhaven Sampat, economista de la Universidad Johns Hopkins, entiende que el sistema actual es "una herramienta poco eficaz para incentivar la innovación". "Compensa en exceso algunas invenciones y defrauda otras -comenta-. Nadie cree que funcione del todo bien".

Históricamente, para superar los periodos de crisis, las compañías farmacéuticas invertían en grandes cantidades; compraban biotecnológicas más pequeñas, que son las que descubren muchos fármacos innovadores, con la idea de completar sus líneas de producción antes del vencimiento de la patente.

MSD continúa buscando objetivos para expandir su negocio mediante adquisiciones. "Actualmente estamos impulsando la línea de producción más grande y diversificada en la historia de la compañía", incluyendo una línea de producción en fase avanzada que se ha triplicado desde 2021, declaró la firma al Financial Times. Se estima que para mediados de la década de 2030 el potencial de oportunidades comerciales ascenderá a u$s 50.000 millones, solo con estos candidatos en fase avanzada, añadieron.

Un clima político incierto ha provocado que el sector en general se muestre cauteloso. En primer lugar, las empresas temían que la agresiva Comisión Federal de Comercio del expresidente estadounidense Joe Biden pudiera frenar en seco los acuerdos. Posteriormente, llegó la amenaza de Trump de imponer aranceles al sector. La industria tampoco tiene claro cuánto podrán cobrar por los medicamentos, ya que los políticos las presionan para que bajen los precios.

Linden Thomson, administradora de carteras de salud en Candriam, una gestora de activos, afirma que las empresas están realizando la debida diligencia en los acuerdos, aunque muchas se están frenando debido a la inestabilidad mundial. Pero pronto tendrán que enfrentarse al abismo. "No me sorprende que mediten sobre el riesgo de desembolsar millones cuando desconocen la situación de los aranceles, los precios europeos y los estadounidenses -comentó-. Pero sin duda va a suceder, tiene que suceder".

El sistema de patentes se estableció en Gran Bretaña durante la Revolución Industrial y se formalizó por primera vez en Estados Unidos, acota Haber.

La protección de la propiedad intelectual fue esencial para el desarrollo de la industria farmacéutica a finales del siglo XIX y para su auge en países como EE.UU., el Reino Unido y Alemania. "No es casualidad que solo unos pocos países en el mundo sean grandes productores farmacéuticos", afirma Haber.

Cuando la patente de un medicamento expira, otras empresas pueden solicitar la aprobación de sus imitaciones. Estas suelen fabricarse mediante ingeniería inversa y se basan en las solicitudes de patente del titular. Luego, las imitaciones se someten a pruebas para garantizar que sean equivalentes al medicamento de marca. La clave, no necesitan volver a pasar por el costoso proceso de ensayos clínicos.

Si bien todas las innovaciones pueden patentarse, la industria farmacéutica sufre la escasez de patentes de un modo que no viven otros sectores, como el tecnológico. Esto se debe principalmente a que el ingrediente activo clave de un medicamento está protegido por una patente principal, que es difícil de inventar, y las fórmulas químicas son relativamente fáciles de copiar.

Sampat, de la Johns Hopkins, afirma que el promedio de patentes por medicamento es de tres a cinco, no las miles que cubren, por ejemplo, a un iPhone. "Por lo tanto, el vencimiento de una patente no es tan importante para un iPhone como para un medicamento", aclara.

Además, a diferencia del iPhone, pocos pacientes son fieles a sus marcas y los sistemas de salud están ansiosos por reducir costos pasándose a versiones genéricas poco después de su lanzamiento. Muchos países tienen leyes que permiten a los farmacéuticos cambiar automáticamente las recetas de marca por genéricos. Esto significa que las farmacéuticas deben concentrarse incansablemente en renovar sus líneas de producción antes de que sus productos más vendidos pierdan la protección patentada.

Actualmente, las compañías tienen mucho dinero para invertir en acuerdos debido al éxito de medicamentos con patentes prontas a expirar, además de una iniciativa de alcance sectorial que apunta a la contracción. EY estima que las compañías descansan sobre 1,3 mil millones de dólares en capacidad de negociación.

Pero después de un año de grandes negociaciones en 2023, que incluyó la adquisición por parte de Pfizer de la biotecnología oncológica Seagen por u$s 43.000 millones, y la compra por Amgen de la productora de drogas autoinmunes Horizon Therapeuticspor u$s 28.000 millones, los últimos 18 meses fueron tranquilos. Las compañías están a la busca de objetivos ideales, ni demasiado grandes ni demasiado pequeños.

En 2009, antes del último gran abismo de patentes, se produjeron varias megafusiones: Pfizer compró Wyeth en u$s 68.000 millones; MSD adquirió Schering-Plough en u$s 41.000 millones, y Roche se quedó con Genentech por u$s 47.000 millones.

Sin embargo, no se ha producido una megafusión en el sector farmacéutico desde 2019, cuando Bristol Myers Squibb compró Celgene por u$s 90.000 millones. Estas grandes operaciones cayeron en desgracia a los ojos de muchos inversores, preocupados por la vigilancia antimonopolio y por las dificultades que perciben a la hora de integrarse.

Gareth Powell, inversor en el sector sanitario de Polar Capital, coincide con muchos otros al afirmar que las empresas deberían evitar las megafusiones y la reducción de costos, y centrarse en el crecimiento de los ingresos a largo plazo para impulsar las ganancias.

Los objetivos más pequeños pueden ser relativamente baratos, ya que el mercado biotecnológico cayó un 50% desde el pico en febrero de 2021, y muchas empresas en fase inicial cotizan por debajo de su valor de mercado.

Pero el ideal de las grandes farmacéuticas es buscar biotecnológicas con medicamentos que podrían salir al mercado pronto y venderse por miles de millones.

Thomson afirma que las valoraciones pueden parecer "súper atractivas" en el sector, aunque existen pocas empresas con medicamentos en fase avanzada que puedan generar miles de millones de dólares en ingresos.

Debido a la "inmensa presión" de accionistas y consejos de administración, las empresas empiezan a replantearse esta estrategia y se dan cuenta de que podrían tener que invertir antes, cuando los medicamentos aún se encuentran en las primeras etapas de los ensayos, observa Zahid Moneer, director global de Banca de inversión en Salud de BNP Paribas. "En respuesta a la crisis de patentes, las grandes farmacéuticas están considerando la fase 2, o incluso antes, si creen que será transformadora", afirma.

Una diferencia desde la última gran crisis de patentes es que las empresas ahora buscan medicamentos para comprar en China. A menudo adquieren derechos sobre medicamentos innovadores en fase inicial y luego realizan ellos mismos los ensayos de fase posterior, para poder proporcionar datos globales a los reguladores occidentales. En lo que va del año se firmaron acuerdos de licencia entre empresas chinas y socios estadounidenses y europeos por un valor de hasta u$s 35.000 millones, indica EY.

Nanna Lüneborg, socia general de Forbion Capital, una firma europea de capital de riesgo que ha pactado varias operaciones en China, afirma que el auge del sector chino fue "absolutamente fenomenal". "Creo que todos estamos completamente sorprendidos por la escala y la calidad de los activos procedentes de China", aseguró. Pero China también pone nerviosos a los compradores, aclaró, porque cuando hacen la debida diligencia sobre una empresa estadounidense o europea, tienen poca idea de si existe un buen competidor en China que podría entrar en el mercado y socavar el negocio.

Daniel Parisotto, director gerente de banca de inversión en salud de Oppenheimer, afirma que las grandes farmacéuticas se sienten atraídas por los activos chinos -por lo general, derechos para desarrollar y vender medicamentos fuera de China- porque tienen menores costos iniciales que los acuerdos occidentales, donde gran parte del precio está vinculado a que el medicamento alcance ciertos hitos, como ensayos clínicos o autorizaciones.

Si bien las fusiones y adquisiciones son el método más obvio para recuperarse de la crisis de las patentes, la industria farmacéutica también adopta estrategias para prolongar la vida útil de sus medicamentos existentes. Robin Feldman, profesor de derecho de la Universidad de California en San Francisco, afirma que el récord de extensión de una patente más allá de su vencimiento original supera los 30 años.

Antes de Keytruda, el medicamento más vendido del mundo era Humira de AbbVie, un fármaco milagroso que combate la artritis, la enfermedad de Crohn y otras inflamaciones. En 2020, AbbVie obtuvo u$s 16.000 millones solo en EE.UU. gracias a Humira; el costo del fármaco era de u$s 77.000 anuales, señaló un informe del Congreso de 2021.

La empresa de la zona de Chicago intentó durante años conservar su medicamento. La patente básica de Humira caducó en 2016, pero AbbVie obtuvo otras 132 patentes para la administración y fabricación del fármaco, lo que en esencia reforzó la exclusividad de Humira con una "maraña de patentes". La última de estas patentes vence en 2034.

Los legisladores estadounidenses se mostraron reacios a aceptar el elevado costo de Humira y demandaron a AbbVie. La ciudad de Baltimore alegó que se pagaban millones de dólares innecesariamente a la compañía y que su estrategia de patentes violaba la ley antimonopolio. Pero en 2022 un tribunal de apelaciones se pronunció a favor de la compañía; sostuvo que no hay nada de malo en poseer muchas patentes. El tribunal de tres jueces agregó que las grandes empresas tecnológicas disponen de un arsenal de patentes mucho mayor.

Sin embargo, la industria farmacéutica se enfrenta a un renovado escrutinio político por estas tácticas. Trump criticó duramente los altos precios de los medicamentos. En marzo dos de sus aliados en el Senado presentaron un proyecto de ley para combatir la maraña de patentes.

Otras estrategias que las empresas pueden implementar para proteger sus medicamentos son las barreras del "secreto comercial", acota Indradeep Bhattacharya, socio del estudio de abogados Baker McKenzie. Si bien las patentes suelen ser públicas, la legislación de secretos comerciales implica mantener la confidencialidad de una invención.

En Europa, algunos reguladores antimonopolio y de la competitividad se están volviendo más activos, apunta Bhattacharya, y "ponen la mirada sobre compañías farmacéuticas que intentan manipular el sistema de patentes para extender injustamente sus monopolios".

Otra estrategia para cuando llega al mercado una versión no patentada es evitar que sea incluida en los planes de salud. Opler, del grupo de atención médica de Stifel, afirma que en Estados Unidos las compañías farmacéuticas lograron mantener a sus rivales fuera del mercado ofreciendo descuentos a mayoristas y administradores de beneficios farmacéuticos en una gama de medicamentos, a cambio de que no ofrezcan el rival más económico de la droga de marca sin patente.

A pesar de las predicciones de una caída drástica en las ventas, el precipicio de 2027-28 podría ser más bien una "pendiente empinada", matiza Frank Lichtenberg, profesor de Gestión sanitaria en la Escuela de Negocios de Columbia.

Los medicamentos de gran éxito cuyas patentes están por vencer son casi todos biológicos (no químicos) y son más difíciles de replicar que las pastillas. Lichtenberg cree que podrían pasar cinco años hasta que las ventas se desplomen en un 75%, mucho más tiempo que los pocos meses que transcurrieron la última vez hasta que los genéricos reemplazaron a algunas pastillas exitosas.

Los "biosimilares" (versiones genéricas de los biológicos) son más difíciles de producir con ingeniería inversa y están sujetos a leyes diferentes, lo que significa que los fabricantes de medicamentos de marca solo comparten información general acerca del proceso de fabricación. Cuando los "biosimilares" llegan al mercado, las farmacéuticas estadounidenses no pueden, por ley, sustituirlos automáticamente por alternativas más económicas, como sí pueden hacerlo con los genéricos. Y cuando lo hacen, el descenso de los precios no es tan pronunciado. Lichtenberg estima que se venden a la mitad del precio, en lugar del 10 o 20 por ciento que ronda un genérico.

Estados Unidos fue mucho más lento que Europa en la adopción de "biosimilares", pero eso podría cambiar pronto. La Dirección de Drogas y Alimentos (FDA) ya está acelerando su proceso de aprobación y un decreto reciente de Trump ordenó a la entidad que busque formas de apurar las aprobaciones.

El gobierno de Trump también trabaja en políticas que facilitarían a los farmacéuticos la sustitución de "biosimilares" por una droga comercial, como ya se hace en Europa.

Merck se encuentra ahora en la misma situación que muchas farmacéuticas que deben soportar la caída de ingresos tras el vencimiento de la patente. En última instancia, se convirtieron en víctimas de su propio éxito.