Atrás queda más de una década de retiro obligado por una enfermedad neurodegenerativa que, primero le hizo olvidar quien era y finalmente le costó la vida. He sido un buen servidor del Estado y de los españoles, declaró en 1995 al ser preguntado por su labor al frente del gobierno, en un programa de televisión en el que elogió la figura del Rey que le dio la oportunidad de ser lo que más le gustaba y en el momento más complicado. Le quiero mucho, reconoció entonces Suárez, porque al nombrarle presidente del Gobierno, el Rey se jugó casi el reinado y porque le mostró su apoyo cuando estar a mi lado era casi un acto de heroísmo.

Ambicioso, joven e inexperto, Suárez recibió entonces las críticas de todos, los provenientes del franquismo y los que, tras él, protagonizaron también la transición, a quienes tuvo que demostrar que apostaba igual que ellos por la democracia. Y lo hizo gracias a un carisma que todos le reconocieron. Por encima de todo, Suárez poseía encanto personal, poder de seducción. El que necesitó para que todos hicieran concesiones al otro, para que cedieran en favor del futuro que hoy vive España.

Perteneciente a la clase política franquista, en la que alcanzó los cargos de ministro secretario general del Movimiento y procurador en Cortes durante dos legislaturas, asumió los deseos de cambio del pueblo español cuando, el 3 de julio de 1976, fue nombrado presidente del Gobierno. Llevó a cabo la Ley Fundamental de Reforma Política que desmontó la dictadura y abrió el camino a la democracia, pactó con los dirigentes de la izquierda procedentes de la clandestinidad o el exilio, como Felipe González o Santiago Carrillo, para hacer posible el proceso democrático que se inició el 15 de junio de 1977 con las primeras elecciones libres.

Durante su primer mandato (que se extendió hasta 1979), se consensuó y elaboró el texto de la Constitución que fue refrendado por los españoles el 6 de diciembre de 1978. Comenzó entonces, ya como primer presidente constitucional, la etapa más difícil de su Gobierno, asediado por el terrorismo, la inflación y el creciente desempleo, una descentralización del poder del Estado que dio lugar a las autonomías y con una crisis ideológica en el seno de su propio partido.

El 25 de octubre de 1977 se firmaron dos tratados que cambiaron este panorama desolador: el Acuerdo sobre el programa de saneamiento y reforma de la economía y el Acuerdo sobre el programa de actuación jurídica y política, que pasaron a la historia como los Pactos de la Moncloa. El primero de ellos estableció la incorporación gradual de medidas monetarias para fijar un cambio realista de la peseta, una reforma fiscal con enfoque social, la limitación de los aumentos salariales y los estímulos a la libertad económica de mercado. Estas medidas, junto a las enfocadas en la estructura jurídica y política, acompañadas por otras directrices clave (libertad de expresión, medios de comunicación social de titularidad estatal, derecho de reunión y asociación política, ley de enjuiciamiento criminal y reorganización de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado) pusieron los cimientos de la libertad democrática y de la transición española.

Las duras críticas a su gestión, la crisis interna de UCD y la falta de apoyos sociales llevaron a Suárez a dimitir el 29 de enero de 1981. Mi marcha es más beneficiosa para España que mi permanencia. Yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España, diría entonces.

Esas palabras cobraron dimensión cuando, tres semanas después el 23 de febrero de 1981, el teniente coronel Antonio Tejero entró en el Congreso de los Diputados con varias decenas de guardias civiles mientras se votaba la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo como presidente del Gobierno.

Fue el fundador de dos partidos políticos, la Unión del Centro Democrático (UCD) y el Centro Democrático y Social (CDS), creando un espacio que desde la disolución del primero de ellos se pelean el PSOE y el PP. Pero pasó a la historia por ser el principal artífice de la Transición, un protagonismo que nunca quiso asumir. Don Juan Carlos fue muy importante. Ganamos la libertad de expresión. Yo legalicé los partidos políticos. El proceso tuvo muchas dificultades. Hubo asesinatos y atentados. Y, sin embargo, logramos crear una situación impensable unos años antes. Creo que fue sobre todo un período de mucho sentido común.