Aunque la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación sea un objetivo ya clásico de los políticos populares; y la derecha admire que la Declaración de la Independencia americana reconozca que la búsqueda de la felicidad es un derecho de las personas, el tema ha tenido poco éxito en nuestra historia política.
¿Que político podría negar que la felicidad del pueblo debe ser su principal objetivo? Sin embargo, a la hora de la acción pocos toman en cuenta de qué manera es posible incluir en sus decisiones todas aquellas dimensiones que hacen que la gente se sienta más feliz. El problema es que pensar en la felicidad requiere ante todo una perspectiva sistémica, como la que tuvo en su momento la economía del bienestar europea. Exige que se piense y se actúe de manera compleja en un modelo que incluye obviamente la dimensión económica, pero también el derecho al acceso a bienes públicos eficientes, y aspectos sicosociales como el sentir que se tiene destino; que se es respetado, escuchado y querido. Son ya clásicos los ejemplos de la adhesión masiva al peronismo que despertó en sus comienzos la idea de dignidad; o el baby boom que produjo el entusiasmo juvenil de los 70, con su secuela de acceso masivo a las Universidades, y que seguramente hicieron felices a los ciudadanos
Contrario sensu, las crisis repetitivas; la inseguridad o la frustración que produce una educación que no sirve para imaginar y construir un proyecto de vida son fuentes de infelicidad.
¿Que puede hacerse desde la política para que la gente sea mas feliz? Ante todo, tomar conciencia de la complejidad y la dinámica en la que se desenvuelve su vida, y no suponer que se sabe todo sobre ella sin consultarla cotidianamente.
En nuestro ejercicio para tra
tar de conocer cual (y porque) es el nivel de felicidad de los bonaerenses (www.mapadelafelicidad.com.ar) aparecen cuestiones muy interesantes: en el extremo negativo la inseguridad, la perspectiva de futuro y la insatisfacción con la calidad de los representantes políticos; en el extremo positivo, los afectos. Los bonaerenses se sienten queridos y eso los hace felices.
¿Es posible influir sobre estas dimensiones? La seguridad es obvio; la calidad de la política se soluciona con más diálogo, menos corrupción, más eficacia en las acciones.
¿Y los afectos? Ayudando a la estabilidad familiar; reduciendo la violencia; ampliando las conexiones afectivas con amigos y parientes en el lugar donde se vive a través de múltiples acciones.
Pero también los bonaerenses manifiestan que el transporte afecta la calidad de su vida; que la educación les deja insatisfechos como herramienta de movilidad social; que no se sienten plenamente cubiertos en su salud; y todo eso les baja el nivel de felicidad.
Claramente lo que no hay que hacer es ignorar que cada individuo es importante; optar por la politización y el conflicto y rechazar a la eficiencia como un valor central de la acción pública. Se trata, en síntesis, de pensar en las personas al tomar decisiones y evaluar los resultados con esa perspectiva. Fácil de decir, pero complejo de realizar, aunque el premio sea luego muy significativo.