

Cuando hablamos del largo plazo en economía hacemos referencia a un período que abarca al menos un lustro. Ese etéreo lugar donde se suele identificar el momento dónde todos los planes e ilusiones se hacen realidad. A pesar de la famosa frase "En el largo plazo estamos todos muertos", dicha por Keynes en un contexto que probablemente le daba sentido.
Lo cierto es que la planificación de largo plazo a través de una continuidad y coherencia en las políticas de Estado -las cuales estén por encima del gobierno de turno-ha sido la constante que sacó a los países desarrollados del ciclo de marchas y contramarchas económicas en el que alguna vez han estado y del cual Argentina es especialista.
Sin embargo, el corto plazo es acuciante y definitorio. La pobreza no espera y no únicamente por el hecho de que los ingresos no alcancen para comprar la canasta básica total, más allá de que por ahora el INDEC la mida de esta manera unidimensional (que es una métrica fundamental y debe ser continuada consistentemente en el tiempo).
La pobreza e indigencia traen aparejadas otras condiciones estructurales que pueden definir a los individuos de manera permanente tales como el acceso a un cuidado sanitario de bajísima calidad, condiciones laborales precarias y un nivel educativo paupérrimo (si es que no tienen que abandonar los estudios para insertarse al mercado laboral de manera precoz para sobrevivir).
El capital humano de un sujeto se compone esencialmente de la educación, el estado de salud y la experiencia laboral que haya amasado a lo largo de su vida. La evidencia indica que dicho capital tiene gran incidencia como factor explicativo de los procesos de desarrollo económico y en este sentido, la pobreza actúa como un monstruo implacable que destruye no sólo los sueños de los que la sufren sino los de una nación entera y sus futuras generaciones.
Las implicancias detrás de los números que dio a conocer el INDEC trascienden la permanencia del gobierno de turno. El 47,4% de los niños entre 0 y 14 años son pobres en nuestros país y la indigencia alcanza 9,6% de dicho segmento etáreo. Casi el 40% de los argentinos entre los 15 y 29 años están en condiciones de pobreza. Números que antes que alarmarnos, deberían dolernos.
Por su parte la asistencia social ha sido cada vez más amplia, desde las 500 mil personas alcanzadas por las cajas PAN de Raúl Alfonsín hasta la creación de la Asignación Universal por Hijo que alcanzó inicialmente a 3,3 millones de niños y la ampliación a Monotributistas que elevó el número de beneficiarios a aproximadamente 4 millones. A pesar de todo esto, la pobreza se mantiene persistentemente en un rango que oscila entre 25% y 30%.
Lejos de ser inútil, el consenso indica que los planes de asistencia social son efectivos para contener la indigencia (en un orden del 6%) aunque claramente han mostrado poco poder de fuego para reducir la pobreza estructural. Es decir, la asistencia social siempre funciona como medicina paliativa del dolor pero de ninguna manera resuelve el problema central que supone habernos convertido en una sociedad desigual mas allá de ruido de los bombos o el brillo de los globos coloridos.
Una de las características más inquietantes de la situación es que lejos de ser un fenómeno mundial, se puede apreciar que desde los años 70 estuvo reduciéndose en otros países donde cada vez es menor la cantidad de gente que vive con dos dólares diarios.
Echando un vistazo a nuestros vecinos, vemos que la región redujo los niveles de pobreza en la última década: en Uruguay la pobreza pasó de 32% en 2006 a 9,7% en 2016, para el mismo período Perú la bajó de 44,5% a 21,8%, Brasil de 30% a 18% y Colombia de 44 a 27,8%.
En Argentina tomando el mismo punto de partida, que es el último año previo a la intervención del INDEC, la pobreza marca un promedio anual de 29,2%. Si bien no es adecuado comparar este número con el recientemente publicado por el INDEC debido a los cambios metodológicos, está claro que entre 29,2% y 32,2% difícilmente se pueda argumentar que hemos avanzado sobre la pobreza en los últimos 10 años. En suma, vemos que mientras el mundo es cada vez un lugar con menos pobres, aca la tendencia es la inversa.
Qué pasaría si pensáramos el problema desde un lugar diferente, equiparando a los pobres con víctimas de guerra. ¿Por qué no buscar acuerdos de largo plazo entre los dirigentes que se parezcan a acuerdos de paz? Donde dejen de tirarse los números de pobres unos a otros y coloquen la mirada en el futuro, en la solución.
Imaginemos una foto con Macri, Cristina Fernández, Sergio Massa y demás dirigentes de peso, todos juntos ¿Luce incomoda? Así es, porque eso supone un acuerdo entre personas que piensan diferente, pero lo relevante no son ellos sino la posibilidad que busquen y encuentren puntos en común que determinen políticas de estado que los trasciendan.
Para que eso suceda, los políticos, por una vez en la vida, deberían pensar en alqo mas que ellos mismos. Ese es el verdadero desafío.










