En esta noticia
A los 28 años, Tomás Andersson sintió la necesidad de ir más allá de la consultoría, fue entonces cuando decidió hacer un giro inesperado: producir en Argentina el alimento que él mismo buscaba y no encontraba. Quería una opción práctica y saludable, sin conservantes ni aditivos, capaz de adaptarse al ritmo de vida moderno. Así nació Merlin Foods, una marca que en apenas dos años pasó de idea personal a empresa con planta propia, distribución nacional y planes de expansión regional.
Con una inversión inicial de u$s 30.000, lanzó en 2023 su primera línea de barras. Hoy, con apenas 30 años, lidera un equipo de doce personas desde una planta en la Ciudad de Buenos Aires y proyecta una facturación de un millón de dólares para este año.
Una necesidad como punto de partida
La idea empezó a tomar forma lejos de casa, durante una estadía en Holanda. Allí, Tomás se sorprendió por la variedad de productos prácticos y saludables que se conseguían con facilidad: snacks ricos en proteínas, sin agregados artificiales, pensados para comer en movimiento sin resignar calidad ni sabor.
Al volver a la Argentina, no tardó en notar la brecha. Las opciones disponibles eran escasas, en su mayoría ultraprocesadas. Esa diferencia lo acompañó durante años. Primero fue una observación pasajera; después, una pregunta que volvía una y otra vez: ¿por qué no se fabricaban productos similares en el país? ¿Qué faltaba para hacerlo bien? ¿Y por qué nadie estaba prestando atención a ese nicho?
La respuesta terminó dándola él mismo, cuando decidió dejar atrás su carrera y apostar por un proyecto propio, con un propósito claro: crear alimentos que mejoren la nutrición diaria sin perder la magia de comer algo rico.
Producción propia
Merlin Foods elabora sus productos en una planta ubicada en Villa Crespo, en la Ciudad de Buenos Aires, donde se producen sus barras proteicas, sin conservantes, sin aditivos ni ingredientes artificiales. Las recetas se crean desde cero y combinan proteína de arveja con frutos secos como base principal. La mayoría de los insumos proviene de proveedores locales, muchos de ellos vinculados a economías regionales.
Hoy, sus productos llegan a casi todas las provincias del país a través de una red de distribuidores que funcionan como socios estratégicos. La empresa ya exporta a Chile, avanza en Uruguay y mantiene conversaciones con potenciales distribuidores en México y Brasil.
Una categoría en transformación
Durante mucho tiempo, el mercado argentino de snacks giró en torno a productos azucarados, con exceso de sodio y poco valor nutricional. Pero en los últimos cinco años algo empezó a moverse. El auge de las proteínas, la preocupación por lo que se come y la demanda de alimentos más simples y reales abrieron un nuevo espacio dentro del canal saludable.
Aunque Argentina es uno de los principales productores de alimentos, un informe reciente de la UCA revela que apenas el 11% de la población accede a una dieta adecuada, mientras que el 39% consume productos de baja calidad nutricional.
"Hace 20 años el mercado de snacks era otro. Hoy, por suerte, hay más interés por lo nutritivo. Las barras tienen que ver con eso: son portables, resuelven una comida y encajan con un estilo de vida que busca practicidad, pero sin resignar calidad", explicó Andersson.
Un producto, muchas soluciones
Además de su marca propia, la empresa desarrolla productos para otras compañías que buscan ingresar al segmento de las barras saludables sin necesidad de montar una planta o diseñar sus propias fórmulas. Esa línea de negocio representa un 20% del negocio y funciona como una vía para diversificar ingresos y aumentar el uso de la capacidad instalada.
"Nos llegan muchas marcas que tienen buenas ideas, pero no saben cómo llevarlas a la práctica. Nosotros tenemos la estructura, el conocimiento y los procesos para ayudarlas a materializar esos productos, siempre respetando una lógica de alimentación consciente y sin atajos químicos", remarcó Tomás.