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Durante mucho tiempo, opinar en público era un privilegio de pocos. Había que tener trayectoria, credibilidad o acceso a un medio para que la voz de alguien llegara lejos. Eso filtraba naturalmente quién tenía espacio para hablar. Y no porque esas voces fueran necesariamente positivas; de hecho, muchas estuvieron lejos de aportar algo valioso, sino porque no cualquiera podía ocupar ese lugar.
Hoy vivimos lo opuesto: la opinión se democratizó. Todos opinan. Todo el tiempo. De todos los temas habidos y por haber. Desde noticias y análisis serios hasta teorías conspirativas y tendencias del momento. Y si algo te interesa, lo vas a ver multiplicado en tu feed gracias a algoritmos cada vez más inteligentes, diseñados para mostrarte exactamente aquello que capta tu atención.
Y los “opinólogos de turno” comparten su versión de los hechos con una aparente absoluta certeza de que es la verdad. Desde esa seguridad muchas veces infundada, influyen sobre una audiencia inmensa que toma esas palabras como si fueran hechos incuestionables. Comentarios, historias, reacciones, videos, hilos interminables y mensajes que circulan sin filtro quedan registrados para siempre. Lo que antes se decía entre cuatro paredes hoy se amplifica con un clic.
Para los emprendedores, esta apertura tiene luces y sombras. Por un lado, más visibilidad y más oportunidades pero por el otro, también más juicios: comparaciones, críticas sin contexto, opiniones que vienen cargadas de frustración ajena. Y si no aprendés a filtrar, podés quedar atrapado en un océano de voces que no te pertenecen.
Lo primero que necesitamos recordar es simple: una opinión no es una verdad absoluta. Y casi nunca habla de vos.
Lo que percibimos de una persona, ya sean sus actitudes, palabras, reacciones o críticas, es apenas la parte visible de su programación subconsciente. Pero esas opiniones no nacen de la nada, sino que vienen de raíces formadas por creencias, heridas, miedos, modelos aprendidos y todo lo que esa persona vivió a lo largo de su vida. Por eso, cuando alguien opina sobre tu trabajo, tu crecimiento o tu forma de vivir, no está describiéndote a vos. Está hablando desde su historia, desde los límites que conoció y desde lo que cree posible o imposible para sí mismo.
No caer en la trampa
Entonces, cuando caés en la trampa de guiarte por la opinión ajena, tu GPS interno deja de funcionar. Ya no avanzás según tu propia verdad. Y cuando apagás tu brújula y seguís el banderín que levantan otros, terminás en un destino que no era el tuyo. Aparece esa sensación de estar viviendo la vida de alguien más, porque eso es exactamente lo que ocurre cuando seguís mil voces menos la tuya. Te confundís, perdés claridad y terminás haciendo lo que otros esperan, no lo que vos elegiste. Es decir, tu camino deja de ser auténtico para convertirse en una suma de expectativas ajenas.
En la educación formal casi no se habla de espiritualidad entendida como ese viaje hacia adentro donde el ruido baja y aparece la intuición. Nos educan para poner a la mente racional como la protagonista absoluta de nuestra vida, como si todo lo valioso tuviera que pasar por el análisis, la lógica y la explicación. Pero en ese proceso desconectamos de una capacidad humana real: la de acallar la mente, dejar de identificarnos con ella y escuchar esa inteligencia interna que muchos llaman gut feeling (corazonada), inner knowing (saber interno) o incluso spleen, esa percepción inmediata que surge en el cuerpo antes de que podamos explicarla.
Y lo más llamativo es que, en pleno 2025, todavía hay quienes lo descartan como algo “demasiado esotérico”, cuando cualquiera que se dé el espacio para experimentarlo sabe que no tiene nada de místico. La neurociencia, de hecho, lo estudia desde hace décadas.
El Instituto HeartMath, por ejemplo, realizó investigaciones en las que se observó que el cuerpo, especialmente el corazón, detecta estímulos emocionales antes de que la mente racional los procese. En esos estudios, el sistema nervioso respondía segundos antes de que la persona fuera consciente de lo que iba a ver, mostrando que existen mecanismos de percepción anticipada que funcionan de manera no racional.
Autosabotaje
Por eso, tomar cada comentario ajeno como si fuera un diagnóstico personal es una forma de autosabotaje. Terminás adaptando tus decisiones al tamaño de la visión limitada de quienes opinan sin empatía y muchas veces desde su propio dolor.
En redes sociales esto se intensifica. La gente comenta sin pensar, sin medir impacto y sin hacerse cargo de la energía que entrega. Muchas opiniones nacen desde frustración, enojo, envidia o simple aburrimiento. Pueden ser crueles, injustas o completamente desconectadas de tu realidad. Y si no entendés que nada de eso es personal, duelen más de lo que deberían.
El desafío no es evitar las opiniones. La libertad de expresión es necesaria y saludable. El desafío real es aprender a filtrar y discernir. Cuando aprendés a observar sin tomarte todo personal, a escuchar sin que te lastimen y a seguir adelante aunque haya ruido, recuperás tu poder. Volvés a tu centro. Volvés a vos. Volvés a lo que querés de verdad.
Cuando permitís que la opinión ajena decida por vos, dejás de liderar tu vida y tu negocio. Y un emprendedor que no lidera su camino, inevitablemente se pierde.
La opinión ajena siempre va a existir. Pero tu voz también. Y la única persona que puede decidir cuál vas a seguir sos vos. Porque tu camino no depende del lente con el que otros te miran, sino del lente con el que vos te mirás a vos mismo. Ese es el verdadero liderazgo: decidir tu camino incluso cuando todos opinen diferente.