“Los argentinos somos tremendamente capaces, pero generalmente desde lo individual”. Marcelo Loffreda adopta una mirada seria y mueve ambas manos acompañando sus palabras. Su planteo combina autocrítica y diagnóstico aunque, por contraste, remite al mismo tiempo a uno de los momentos más importantes de su vida: 2007. Sobre el césped del estadio Parque de los Príncipes, en París, Los Pumas festejaban el tercer puesto en el Mundial de rugby –uno de los grandes logros de la historia reciente del deporte nacional– mientras él, entrenador del equipo, hacía lo propio en el palco, junto a su equipo de colaboradores. “Para todos los que estuvimos involucrados en ese plantel y todo el proceso que se siguió hasta llegar a 2007, fue muy enriquecedor”, recuerda El Tano, de 56 años.

La imagen de cada partido de ese Mundial, con los 15 jugadores abrazados y gritando las estrofas del himno antes de cada una de sus presentaciones, circuló por todas las pantallas. Y, junto al éxito deportivo, condensó, para muchos, una imagen de unión, esfuerzo y carácter asociado a lo argentino.

Sin embargo, Loffreda, gestor de aquel logro, toma distancia de esa identificación y señala que el país, tanto en el deporte como en otros ámbitos, tiende a forjar sus éxitos más en nombre propio que desde el conjunto. “Hay una cantidad de argentinos que son referentes a nivel mundial, pero individualmente. Salvo algún seleccionado puntual y ejemplos aislados –como fue la década del básquet que tuvo tan buena gente, Las Leonas en el hockey o como puede haber sido el rugby en 2007–, en general nos cuesta conformar equipos”, describe quien fuera capitán de Los Pumas en el corazón del amateurismo, entre los ‘80 y principios de los ‘90. “Me cuesta encontrar un factor puntual que lo explique. Tal vez porque tenemos egos demasiado fuertes, porque queremos destacarnos, porque no apuntamos a la solidaridad, porque somos individualistas... También es posible que lo que hemos vivido históricamente en el país sea otro factor que colabora para que eso ocurra”, añade.

A medida que avanza la charla, el exjugador de San Isidro Club (SIC) y hoy director de Rugby de la Unión de Rugby de Buenos Aires (URBA) asume una postura más enérgica. Rodeado de banderines y trofeos que visten una sala de reuniones en la sede de la entidad en pleno barrio de Recoleta, levanta la voz y enfatiza algunas palabras, casi como un director técnico arengando a sus jugadores. Desde una responsabilidad de carácter más formativo, tras 20 años como jugador y más de una década como entrenador, hoy Loffreda embate contra el exitismo e insiste en que, para conseguir resultados, resulta fundamental concentrarse en el camino emprendido.


“El exitista transgrede porque lo único que le importa es el resultado. Entonces, no importa si hay que romper las reglas o lo que está establecido: lo único importante es ganar. Y no es así. Gana el que conquista la confianza del compañero, el que conforma un equipo, el que logra el compromiso necesario para que todos hagan un esfuerzo por el objetivo común. El resultado numérico no es tan importante”, dispara. Y pasa de lo deportivo a lo social: “Ahí está la gran diferencia entre el exitoso y el exitista. Y la Argentina está llena de transgresores. Somos tremendamente exitistas, pero ¿por qué no somos exitosos? ¡Seamos exitosos! Tenemos que entender que lo que vale es el esfuerzo, el proceso y el modo en el cual se lleva adelante ese proceso, y a partir de ahí vamos a empezar a valorar las cosas. No necesitamos ser campeones para ser exitosos. Podemos intentar serlo todos los días”. ¿Dónde identifica ese rasgo transgresor argentino? “Lo veo en la impaciencia, en la intolerancia... Cuando cruzamos en rojo un semáforo y no deberíamos, cuando un peatón tiene que pasar y no le das el lugar. Todo tiene una misma raíz, que es no seguir las normas. Me parece que es necesario recuperar eso para que todos estemos más ordenados y podamos vivir más tranquilos, ser más felices, estar bien con el prójimo, con quienes están al lado nuestro y con los que no conocemos pero nos cruzamos en la calle cada día”.

El próximo 18 de septiembre comenzará, con el partido entre Inglaterra y Fiji, la edición 2015 de la Copa Mundial de Rugby, que se disputará en tierras británicas. Los Pumas debutarán el domingo 20 frente a los All Blacks, actuales campeones, para luego continuar en la fase de grupos ante Georgia (25 de septiembre), Tonga (4 de octubre) y Namibia (11 de octubre). Con una breve pero crucial experiencia como DT en el país anfitrión, Loffreda conversó con Clase Ejecutiva sobre los desafíos que enfrenta el seleccionado argentino y su evolución con respecto a los tiempos del amateurismo, de los que fue protagonista privilegiado.

En lo personal y en lo deportivo, ¿cómo evalúa su etapa en Los Pumas?

Para nosotros fue un orgullo haber formado parte de eso, pero nunca nos olvidamos de nuestros orígenes. Veníamos de nuestros clubes y, gracias a que tuvimos la oportunidad de jugar ahí fue que ingresamos, primero en los selectivos provinciales y, finalmente, en el seleccionado nacional. El deporte en general, y el rugby en particular, es una cuestión totalmente formativa. Para mí, educarnos no es sólo algo que se da desde lo teórico, como puede ser el colegio. Creo que el deporte es también una escuela de vida.

¿Por qué siempre se habla de esa dimensión formativa del rugby?

Un montón de cosas del rugby me han ayudado en cuestiones sociales, familiares, laborales. Lo que aprendí en mi casa lo he tratado de llevar al rugby, y lo que aprendí en el deporte lo traté de aplicar profesionalmente. Se habla mucho de los valores del rugby, pero esos valores se transforman en virtudes cuando los llevás a la acción en otros ámbitos. Si no, son cosas teóricas que quedan muy lindas cuando se declaman pero no sirven. Por eso, creo que el deporte es una oportunidad para educarnos, para crear una cultura, para que el esfuerzo tenga sentido y, por supuesto, para que podamos probarnos y desafiarnos. Más allá de lo de 2007, valoro al rugby como un camino para crecer como seres humanos. Además, el deportista tiene una vida útil muy corta, y si no se acoraza y se prepara para después, no solamente económicamente sino también en lo personal, es un problema.

Como protagonista del tercer puesto de Los Pumas en el Mundial 2007, ¿cómo valora, a la distancia, aquel logro?

No diría que fui protagonista. En este deporte, los jugadores son los protagonistas. Nosotros, desde lo técnico, tratamos de colaborar con ellos y darles las herramientas para que puedan desarrollar todas sus capacidades. Yendo puntualmente a lo de 2007, sin lugar a dudas fue un momento de inflexión para el rugby argentino porque empezó a conocerse de otra forma, a considerarse el deporte de otra manera y a Los Pumas en particular. Posteriormente, se hizo un gran esfuerzo desde la dirigencia de la UAR, que también contribuyó mucho para que se abriera un mundo totalmente nuevo para Los Pumas. Eso no solamente afectó al seleccionado propiamente dicho, sino también a la organización de la UAR y a toda la población del rugby en la Argentina. Creció entre un 20 y un 30 por ciento la cantidad de chicos que juegan en el país y se ganó un espacio dentro del contexto internacional, como es jugar un Rugby Championship contra los tres mejores equipos del mundo (Nueva Zelanda, Sudáfrica, Australia). Todo eso requiere de un tiempo de adaptación, que fue lo que ocurrió: en la era de (Santiago) Tati Phelan (N.d.R.: Su sucesor como entrenador de Los Pumas) hubo una transición, con recambio y adaptación de jugadores, y un cambio en la estructura, con los Centros de Alto Rendimiento, algo inédito aquí.

¿Y cómo ve al equipo para el Mundial que arranca en septiembre?

Desde 2007 pasaron ya 8 años, es decir, estamos en un segundo ciclo de Mundial. En 2011 se cubrieron las expectativas de llegar a cuartos de final, y este año todo indica que Los Pumas volverán a alcanzar una instancia superior a la de la fase de grupos. El hecho de haber participado del Rugby Championship le dio a los jugadores argentinos, que son los que tienen que competir permanentemente, un expertise muy grande. Fundamentalmente, lo que ocurre ahora es que no se encuentran con una sorpresa. Eso es muy importante para un deportista de alto rendimiento, sea fútbol, tenis, rugby o básquet. La realidad es que empezás a quitarte el miedo, ese temor escénico que te provoca, debido a la ansiedad, un bajo rendimiento. Hoy eso se ha sorteado y el grupo creció: ya hay cerca de 50 ó 60 jugadores que están en condiciones de competir a ese nivel, de igual a igual con los mejores, y eso es muy positivo. Ahora viene una etapa de maduración, de búsqueda de objetivos con resultados numéricos, y hay que ver si estamos en condiciones de conseguirlos.

El bronce en Francia también hizo que el rugby se popularizara en la Argentina. ¿Qué valora de ese cambio de perfil?

En la medida en que se pueda horizontalizar este deporte para que la mayor cantidad de chicos pueda jugarlo, para mí va a ser lo mejor. Más allá de que en el país surgió originalmente como una disciplina de élite para un sector social que estaba en condiciones de practicarlo, tenemos que tratar de bajarlo al llano lo más pronto posible. Y no es necesario que se profesionalice y haya plata de por medio. Ahí también hay una diferencia con el fútbol, que es el deporte más popular. Muchos eligen dedicarse al fútbol por la posibilidad de tener un futuro mucho más promisorio desde lo económico, ya que es más fácil poder trasladarse a un ámbito profesional. Pensá en la cantidad de futbolistas profesionales que hay en el país hoy, que son miles, mientras que en el rugby argentino hay 100 como mucho, un grupo muy selecto de alta competencia que tiene acceso a los seleccionados y a Los Pumas. Entonces, es más factible que un chico se vuelque a un deporte que les da la posibilidad de tener autonomía económica mucho más rápido si cumple con las expectativas de calidad. De todas maneras, el prejuicio hacia el rugby se va diluyendo lentamente. Y ojalá que se diluya al máximo.

Liderazgo 360º

Si bien es conocido por su desempeño como jugador y entrenador de Los Pumas, Marcelo Loffreda desarrolló una activa carrera como ejecutivo profesional de forma paralela a su trayectoria en el rugby. Entre los partidos con la camiseta del SIC y las giras con el seleccionado argentino, con el que debutó en 1978 y jugó 79 partidos, se recibió de Ingeniero Civil (Universidad de Buenos Aires) y –luego de trabajar en una consultora de servicios de ingeniería– fundó Lomafi, dedicada a la construcción. “Era uno de los tres socios y hacía de todo: estaba en la parte administrativa con temas más económicos, en el área comercial, en cuestiones operativas y también en cosas técnicas. Fue una empresa exitosa y llegamos a tener 250 operarios”, recuerda sobre aquella experiencia. Unos años después, en 2000, dio un nuevo paso al ser fichado por Alpargatas como gerente de Ventas. “Me incorporé por una propuesta de Guillermo Gotelli, quien en ese entonces era presidente de la empresa. Fue una sorpresa muy grande. Me dijo que en la compañía estaban conformando equipos porque estaba comenzando una reestructuración financiera. Fue una etapa completamente distinta, porque entré en el rubro comercial, una pata que a mí me faltaba. Fue un punto de inflexión en mi vida”, relata.

¿Cómo fue incorporarse a Alpargatas en esa etapa crucial de la empresa y del país?

Alpargatas había sufrido mucho en los ‘90, y en esos años empezaba a rearmarse. Por un lado, el plan era lograr crecer para cubrir todas las deudas que tenía en el marco de esa reestructuración. A partir de 2001, la compañía empezó a incrementar sus ventas ininterrumpidamente, y me tocó gestionar toda esa etapa de pleno crecimiento. En esos años, además, se la estuvo preparando para que una empresa brasileña terminara comprándola, que fue lo que ocurrió después, con Camargo Correas. En esa última etapa participé en una parte pequeña, pero sí víví muy plenamente los años de crecimiento. Los clientes siempre nos pedían más y, desde lo profesional, fue muy positivo.

¿Qué enseñanza de esos años como ejecutivo aplicó en su carrera en el deporte?

Fue muy interesante vincularme con un área que no conocía, aprendí un montón. Esas dos etapas fueron aprendizajes que me ayudaron para llevar adelante mi tarea como jugador y como entrenador. Jugué 20 años en primera división también de forma amateur y, por entrenar a Los Pumas, trabajaba ad honórem, aunque después tuve un reconocimiento por viáticos por estar ausente cierto tiempo debido a los viajes, algo mínimo. Pero, más allá de eso, me ayudó profesionalmente para abrir mi cabeza y, desde el punto de vista del coaching, ver que las cosas no son de una sola manera.

¿Cuáles son las claves de su estilo de liderazgo?

No se puede liderar todo el tiempo a través del poder. Uno es líder también a través de la autoridad. Es distinto: el poder es la capacidad que tiene una persona para forzar o coaccionar a alguien y lograr que haga lo que quiere por su posición o cargo, mientras que la autoridad es el arte de conseguir que la gente haga voluntariamente lo que uno propone gracias a la influencia personal. Uno habla de imposición y de dar órdenes, el otro habla de la convicción y la confianza. Creo que entender eso cambia absolutamente todo. Y se tienen que combinar. Muchas veces tenés que recurrir al poder, pero en la mayoría de los casos hay que utilizar la autoridad. ¿Cuándo se usa el poder? En momentos críticos, de crisis. Pero también ahí va a ser conveniente y eficaz si la gente tiene confianza.

¿Cómo evolucionó en esa visión del liderazgo?

Fue un aprendizaje progresivo. Empecé a aprender mucho de los jugadores, de las personas que lideraba en Alpargatas y también de quienes me cruzaba como clientes en la empresa. En esos años teníamos alrededor de 600 clientes y me nutrí un montón de ellos. Eso me ayudó a incorporar cosas que no tenía y que fueron de una ayuda enorme, no para abrirme paso pero sí para manejarme en la vida de otra manera, no sólo linealmente sino también lateralmente.

¿Y cómo administraba los tiempos personales entre Alpargatas y Los Pumas?

Y... laburaba un montón (risas). Tenía que dividir mi tiempo entre la empresa –donde trabajaba 8, 10, 12 horas diarias, como cualquiera que tiene su trabajo todos los días–, mi familia –con mi mujer Dolores y mis cinco hijos, que eran los que más sufrían porque estaba mucho tiempo ausente– y Los Pumas. Entrenar una selección no es solamente acompañarlos en los viajes o en los partidos acá. Es mucho tiempo de preparación, planificación y relación con los jugadores. Tratábamos de informarlos a ellos de todo lo que ocurría a través de Internet porque muchos estaban afuera, pero eso te exige mucha dedicación. Mucho de ese tiempo se lo robaba al sueño, pero la familia también demandaba. En ese sentido, fueron tiempos difíciles.

¿Qué le reprochaba su familia?

Había reclamos, sin duda. Una de mis hijas, Olivia, cumple años en junio, y todos esos meses de esos 8 años que fui entrenador de Los Pumas teníamos la ventana internacional donde se jugaban test matches, por lo tanto estaba concentrado o de viaje, así que por todo ese tiempo mi hija me recriminó... Y me sigue recriminando: “Me abandonaste 8 años en mi cumpleaños”. Y le contesto: “Tenés razón, Oli” (risas). A la distancia, es una anécdota. No recuerdo esa etapa con dolor, ni mucho menos. Al contrario, la disfruté mucho. Mi familia sufrió por esas vicisitudes y mis ausencias, pero la cosa fue funcionando bien. Aprendimos mucho como familia y como seres humanos. Fue una experiencia muy profunda, muy enriquecedora.

Volver a empezar

Siguiendo a la ovalada, Loffreda se cruzó en 2007 con un inédito desafío que marcaría un nuevo rumbo en su carrera. El Leicester Tigers, un importante club de esa ciudad británica, lo convocó para que asumiera como entrenador del equipo luego del Mundial. Y El Tano aceptó la propuesta. Con la medalla de bronce sobre el pecho se mudó junto a su mujer y sus cinco hijos, seducido por la posibilidad de liderar a un equipo extranjero. “Nos instalamos todos: mis tres hijos menores fueron al colegio allá y fue una etapa muy enriquecedora”, recuerda el otrora centro de SIC, quien antes de viajar decidió renunciar a su cargo como ejecutivo de Alpargatas. Su proyecto original comprendía un plazo de dos años de trabajo en el club pero, al cabo de una temporada, los directivos decidieron prescindir de sus servicios. Pese a la frustración en la esfera deportiva, hoy Loffreda arroja una mirada positiva sobre aquella etapa: “Estuve un año, pero fue una experiencia muy buena. Y también para nuestros hijos, porque conocieron una sociedad distinta y una forma de actuar y hacer las cosas diferente. Eso les abrió un montón el panorama”.

¿Qué rescata de su experiencia en el Reino Unido?

Es una sociedad distinta a la nuestra, donde había un ordenamiento mucho mayor. Lo que más nos sorprendió fue que había cosas que ya estaban solucionadas. No tenías que ir a hacer una fila permanentemente para pagar una boleta, es algo que se hacía rápido. Ahora acá está tendiendo a hacerse así, aunque en algún momento del mes tenés que ir a hacer una cola, esperar, perder un montón de tiempo... Allá, hacer un trámite se resuelve muy velozmente; entonces, te sacás problemas de encima y es más fácil concentrarte en lo que tenés que hacer. Acá te tenés que dispersar un montón, aunque gracias a eso somos tan buenos improvisando o para salir del paso. Estamos con tantas cosas al mismo tiempo que hemos hecho casi un oficio del resolver las cosas. Otro impacto grande fue encontrar un respeto enorme por las personas. La sociedad, en general, respeta absolutamente todo lo que sea no molestar al otro. Cada uno hace lo suyo. Es una cuestión más de formación sajona que de formación latina.

Regresó en 2008. ¿Lo impactó el contraste?

En realidad, no me fui demasiado tiempo. Fue un shock volver porque la verdad es que teníamos planeado estar más tiempo afuera. Mínimamente iban a ser dos años, pero por distintas circunstancias nos volvimos antes. Y acá no había cambiado nada, así que seguimos con nuestra vida normal. Por supuesto, me tuve que insertar nuevamente en el ámbito laboral, pero en la medida en que mantenía los vínculos y las relaciones en el país no me costó demasiado. Sí, al principio, me generó cierta incertidumbre, pero después empezaron a aparecer propuestas y me acomodé. Seguí trabajando con emprendimientos propios.

¿Qué capitalizó de los británicos para su desempeño profesional?

La rigurosidad. Que no da todo lo mismo. Acá, le preguntás a un chico: “¿Cómo estás?”. Y te dice: “Todo bien”. Pero, pará... ¿Por qué “todo bien”? ¿Seguro que está todo perfecto: te va bien en el colegio, con tu familia, con tu novia? Muchas veces acá tenemos, incluso me pasa a mí cuando me preguntan, esa forma de responder que no es como debería ser. ¿Pudiste hacer tal cosa? “Sí, todo bárbaro”. ¿Pero lo resolviste bien? “No, bueno, tengo que volver mañana...”. No es todo lo mismo y muchas veces no está todo bien. Hay cosas que hay que retocar, corregir, experimentar. A veces, a los argentinos nos cuesta la responsabilidad de hacernos cargo de algo. No da igual que te vaya bien en un examen o no, que ganes o que pierdas, que te lesiones o que no te lastimes, que te entrenes o que no te entrenes. Son cosas distintas que, al final, generan resultados distintos. El resultado es una consecuencia del esfuerzo, de la preparación y del método con la que tomás cada compromiso. Soy de esa escuela y trabajar allá me reforzó ese enfoque.

¿Y hoy como está viendo al país?

Veo todo un poco convulsionado, hay demasiada rivalidad entre dos bandos, el grupo oficialista y el grupo no oficialista. Volviendo al tema del respeto, creo que debería existir respeto ante todo y apuntar a buscar los acuerdos. Un país dividido no sirve, como no sirve un equipo dividido, un grupo de trabajo dividido o una familia dividida. Deberíamos madurar en ese sentido y tratar de aportar lo máximo posible para que esa división se vaya cerrando, para que podamos tener diferencias. No busco que todos pensemos lo mismo, pero tampoco estar divididos.