“Vamos a tomar medidas en contra del espionaje de EE.UU”, decía, enfática y con tono amenazante la presidenta Dilma Rousseff días atrás, cuando los medios brasileños denunciaron un posible plan de investigación por parte de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) contra su gobierno y una de sus principales fuentes económicas: Petrobras.
La denuncia salió a la luz en momentos donde la mandataria se encontraba preparando su encuentro con Barack Obama en la Casa Blanca, pautado para el 23 de octubre. Todo quedó en stand by. Hoy se confirmó que, pese a los intentos de Washington, la mandataria decidió cancelar la visita de Estado. Fue el propio estadounidense quien, en medio de la crisis desatada ayer por el tiroteo en la base naval, mantuvo una conversación telefónica durante 40 minutos con su par brasileña. Pero las justificaciones no fueron suficientes.
Un comunicado emitido por el despacho de Obama intenta bajar el tono a la pelea y afirma que ambos mandatarios se pusieron de acuerdo para buscar una nueva fecha de encuentro que no esté "ensombrecida por un elemento singular". En este sentido, EE.UU. espera que este conflicto no perjudice los vínculos.
Sin embargo, esta no es la primera vez que hay un conflicto diplomático entre ambos gobiernos. En efecto, en 2010 Brasilia intentó una mediación con Irán sobre su programa nuclear y EE.UU estuvo a punto de suspender vínculos con el vecino país. Nada pasó. Los intereses eran más fuertes y es posible que en esta oportunidad, el final no sea distinto.
Brasil, que aspira a un puesto permanente en un Consejo de Seguridad de la ONU reformado, se transformó en un líder regional, aprovechando una tendencia cada vez más fuerte en América Latina hacia la autonomía de EE.UU., que por su parte se ha desinteresado en fortalecer los lazos con algunos países de la región. En este escenario, ambos países tienen mucho que ganar gracias a la relación bilateral: el país del Norte es el segundo socio comercial de Brasil, después de China, que lo desplazó en 2010.
Por otra parte, hay un factor trascendental: el político. La popularidad de Dilma no pasa por su mejor momento, en el marco de las protestas callejeras que aún se mantienen activas en varias ciudades brasileñas. El caso de espionaje puede ser un recurso “para la tribuna”, con el objetivo de encontrar el apoyo interno que necesita de cara a las elecciones presidenciales de 2014.
La ayuda de los amigos regionales también es un golpe de efecto. La semana pasada el ministro de Defensa se reunió con la presidenta Cristina Kirchner para plantear la necesidad de hacer causa común en contra del ciberespionaje. Además, se agendó una reunión por parte del Parlamento del Mercosur para el 11 de noviembre donde se debatirá el hecho.
Por lo pronto, y más allá de las especulaciones, el gobierno de Dilma analiza los pasos a seguir con el empresariado de su país marcando el paso. Negocios son negocios.