Las vidas que atraviesa una guerra están lejos de ser simplemente la de los implicados directos, los combatientes. ¿Qué pasa con las familias, con los hijos, con las esposas? Los costos de los conflictos muchas veces se cuentan por caídos, pero dejan de lado a los que quedan intentando entender una ausencia física, arrebatada con una fugacidad inexplicable.
Alicia Wutrich, Mirian Ibarra y Poly Cabrera son viudas de pilotos de la Fuerza Aérea caídos durante el conflicto de Malvinas. Los tres fueron declarados “Muerto Jurídico” a los seis meses y sus cuerpos aún permanecen desaparecidos.
Son tres mujeres que después de 30 años aún transmiten esa sensación de tristeza profunda, por haber perdido a sus compañeros en una edad en la que la muerte es una figura lejana y borrosa.
Luego de escucharlas, da la sensación de que sus relatos todavía son hechos por esas jóvenes, como si no hubiera pasado el tiempo.
“La palabra guerra no existía en mi imaginación”
Alicia tenía 26 años y una hija de meses cuando su marido, Jorge, fue declarado “desaparecido en combate”. En ese momento vivía en Córdoba, Jorge era piloto de la Fuerza Aérea y había solicitado el 2 de abril volver a su escuadrilla en Villa Reynolds, San Luis, para entrenarse.
Las comunicaciones eran escasas en ese momento, y de su marido recibió dos cartas. Una el día después de que su avión fuera derribado. Hasta ese momento, dice, “la palabra guerra no existía” en su imaginación. Después, la cosa se volvió confusa. Una lista de nombres de conocidos fue sumándose a los ausentes. Y entonces, el horror, la tristeza y ese sabor amargo de haber sido vencidos.
Esta mujer de 56 años se toma su tiempo para responder, es que “volver al pasado siempre cuesta”, dice, y quizás por eso nunca quiso conocer las Islas. Sería como poner el cuerpo en el pasado. Su hija, María Eugenia, sí viajó a Malvinas y así pudo soltar a su papá, a ese que apenas conoció, después de sentirlo cerca.
Subsiste en ella un reclamo secreto de Justicia sobre Malvinas. Por los que dejaron su vida allí. “Me dolió que los gobiernos no hayan marcado bien la diferencia entre los que fueron traidores a la patria y los que lucharon sólo por amor a ella”, reflexiona y sigue: “Actualmente se está haciendo uso del tema y la forma más clara de sentirlo es ver que al veterano se lo aparta del tema”.
“Esta pesadilla se va a terminar cuando a Galtieri y a la Tatcher se les ocurra”
Jorge Alberto Bono desapareció el 24 de mayo, el día de su segundo aniversario de casado. Había quedado con su esposa, Mirian Ibarra, en que llamaría ese día. La última comunicación con él había sido dos días antes, y ella lo notó preocupado. A esa altura, muchos de sus compañeros no habían regresado de las misiones. Ella le preguntó cuándo terminaría esa pesadilla de la guerra, y él respondió “cuando a Galtieri y a la Tatcher se les ocurra”. Una respuesta que luego de 30 años de Malvinas sigue doliendo.
El 25 a la noche llegaron a la casa de su madre, donde ella estaba con su pequeño hijo de 7 meses, su suegro, un Comodoro médico, un compañero de su marido y un sacerdote. “Jorge desapareció”, le dijeron. Mirian cuenta que todavía resuenan esas palabras en su mente. Le hablaron de una eyección, que había que esperar, que Jorge tenía un espíritu de supervivencia increíble.
Entonces se sucedieron meses de peregrinación, buscando entre los heridos, los prisioneros de guerra, se aferraron a la idea de encontrarlo con vida. “Fue una larga agonía, me sentía morir”, afirma, pero luego de un año decidió abandonar la búsqueda. “No era sano ni para mí ni para mi hijo”.
A los tres meses lo declararon “Muerto Administrativo” y a los seis meses “Muerto Jurídico”, pero nunca nadie le comunicó que su marido estaba muerto en la realidad, no en los papeles.
En el 2000 viajó a las Islas, luego de muchos intentos fallidos porque su esposo no está sepultado en Darwin, porque cayó en el mar. “Sentí que había elaborado un duelo de 18 años, fue cerrar un capítulo de mi vida”.
Su hijo, Nicolás, que creció con la idea de un padre héroe, sentía que nunca podría alcanzar esa figura paterna tan idealizada. Parece que viajar a las Islas le devolvió un poco de la tranquilidad de haber estado cerca y que ya no hacía falta alcanzar nada, porque había podido despedir a su papá.
“El reclamo por la Soberanía de las Islas debe continuar, rendirle homenaje a nuestros héroes es mantenerlos vivos”, dice convencida.
“Nunca nadie me informó de su muerte”
Luciano Guadagnini era Primer Teniente, tenía 29 años y un día antes de volver de relevo a su casa fue muerto en combate. Su mujer, Poly Cabrera, tenía 22 años, estaba embarazada y era mamá de Andrea, de 10 meses. Vivían en Villa Reynolds, San Luis, y entre las mujeres se juntaban para mandarles a sus maridos fuerza y tranquilidad.
“El 12 de mayo tuvimos nuestro primer simbronazo, cayeron cuatro de nuestros muchachos… ¡Cuánto dolor! Tuvimos varias caídas más, en cada una de ellas nuestro corazón sangraba con dolor”.
Para ella es difícil poner en palabras cómo vivió el conflicto. Siempre preocupada, porque estaba consciente desde el primer momento, aún a pesar de las bromas de los pilotos, de la potencia que se estaba enfrentando.
El 24 de mayo un sacerdote le comunicó la terrible noticia. Desde ese instante y hasta un año después, momento en el que el entonces Capitán Pablo Carballo le contó lo sucedido en la misión en la que estaba su esposo, la incertidumbre la ahogaba, porque nunca nadie le había informado de su muerte.
Poly habla de Lucho y lo describe como una persona llena de vida, siempre sonriente. Quizás por eso, por ese amor, ella pudo rearmar su vida, con sus niños y un nuevo compañero que la apoyó para seguir adelante.