La eterna pregunta sobre cuál es la actividad física más beneficiosa para la salud es objeto de numerosos estudios. Para los adultos mayores, o para aquellos que buscan un ejercicio de bajo impacto,caminar es a menudo la opción predilecta debido a su accesibilidad y simplicidad.

Sin embargo, cuando las circunstancias lo permiten, subir a una bicicleta puede ofrecer una serie de ventajas que superan con creces a la caminata, proporcionando una forma más eficiente y completa de ejercicio con un menor impacto.

Una investigación encabezada por el profesor Anthony Blazevich, de la Universidad Edith Cowan en Australia, ofrece una definición contundente sobre esta comparación.

Sus hallazgos sugieren que, en términos de eficiencia, andar en bicicleta puede ser hasta cuatro veces más efectivo que caminar. Esta afirmación se basa en un análisis biomecánico profundo que compara la forma en que el cuerpo humano genera movimiento y supera la resistencia en ambas actividades, revelando una clara ventaja para el ciclismo en ciertos aspectos.

La clave de la superioridad de la bicicleta radica en su diseño y la biomecánica del movimiento que facilita. Al caminar, cada paso implica una serie de "caídas controladas" donde el cuerpo se desplaza hacia adelante y cada pierna debe oscilar en amplios arcos, levantando su propio peso contra la gravedad. Este proceso, aunque natural, requiere un gasto energético considerable.

En contraste, el ciclismo permite que las piernas giren en un movimiento circular compacto y continuo, lo que reduce drásticamente la energía necesaria para superar la inercia y la gravedad.

La ingeniería de la bicicleta juega un papel crucial en la optimización del esfuerzo muscular. Los pedales y el sistema de engranajes están diseñados para maximizar la eficiencia de la fuerza aplicada. En lugar de levantar el peso corporal repetidamente, la energía se traduce en un movimiento rotatorio que propulsa la bicicleta. Esto significa que una mayor proporción de la fuerza muscular se utiliza para el avance, en lugar de para superar la resistencia de la gravedad o la fricción interna del movimiento corporal.

Además, el ciclismo permite una mejor gestión de la relación fuerza-velocidad en el uso de los músculos. Cuando se ejerce fuerza a altas velocidades, los músculos tienden a fatigarse más rápidamente. Los engranajes de la bicicleta ofrecen la posibilidad de ajustar la resistencia, permitiendo al ciclista mantener una cadencia óptima (velocidad de pedaleo) mientras los músculos trabajan dentro de un rango de fuerza adecuado, retrasando la fatiga y permitiendo sesiones de ejercicio más prolongadas y productivas.

Este control de la resistencia no solo previene la fatiga, sino que también reduce el impacto en las articulaciones. A diferencia de la caminata, donde las rodillas y los tobillos absorben el impacto de cada paso, el ciclismo es una actividad de bajo impacto. Esto lo convierte en una opción ideal para personas con problemas articulares, aquellos en recuperación de lesiones o adultos mayores que necesitan proteger sus articulaciones del desgaste.

No obstante, es importante reconocer que la bicicleta no siempre es la opción superior. Hay escenarios específicos donde caminar puede ser más ventajoso o incluso la única opción viable. Por ejemplo, en terrenos con pendientes pronunciadas, donde el ascenso supera los 1.5 metros por cada 10 metros de recorrido, caminar puede ser más simple y productivo. La resistencia adicional que requiere la bicicleta en estas inclinaciones puede generar una mayor fatiga muscular y cardiovascular que la que se experimentaría al caminar.

De igual manera, la evidencia sugiere que el ciclismo ofrece una alternativa más eficiente y con menores riesgos de impacto para muchas personas, convirtiéndose en una herramienta poderosa para mejorar la salud cardiovascular, la fuerza muscular y la resistencia, siempre y cuando el terreno y las condiciones físicas lo permitan.