El 19 de abril, Gustavo Beliz explicó durante casi dos horas el ambicioso plan integral de seguridad con el que el Gobierno pensaba responder a la aparición de Juan Carlos Blumberg, que tres semanas antes había convocado a 200.000 personas frente al Congreso. Enérgico y entusiasmado, Beliz anunció una nueva fuerza especial para combatir el delito, la creación del juicio por jurados y la inminencia de la reforma política: todos proyectos que habían surgido de su propio equipo y a los que el presidente Néstor Kirchner había recurrido cuando el huracán Blumberg lo convenció de que era posible hacer algo contra la inseguridad. El plan fue bien recibido y no sólo le permitió al Gobierno gambetear durante más de dos mes la urgencia contra el delito: pareció, además, que por fin el presidente Kirchner tenía intenciones de dialogar con la sociedad y que tenía un plan de largo plazo para responder a sus demandas.
Con el despido de Beliz y del secretario de Seguridad, Norberto Quantin, esas dos ideas han quedado muy malheridas. Si ninguno de los puntos principales del plan había logrado hasta ahora convertirse en ley –e incluso el lobby frenador de la inercia politiquera ya había comenzado a desgastarlo con éxito–, es poco probable que de ahora en más, con su padre intelectual fuera del Gobierno y desterrado políticamente, se produzcan avances. Por otra parte, la deshonrosa eyección de Beliz –telefónica, confusa, como si se echara a un apestado– sugiere que el famoso plan, la gran apuesta de largo plazo de Kirchner contra la inseguridad, no fue más que una (otra) manera de salir del paso, de eludir las urgencias del día a riesgo de comprometer las de mañana. ¿Retomará Horacio Rosatti, el nuevo ministro, el plan elaborado por Beliz? Resulta difícil decirlo. Quizás lo haga, pero la impresión es que aquel acto del 19 de abril en Casa de Gobierno no fue más que otro síntoma del anuncismo en el que caen todos los gobiernos y especialmente éste: excelencia en el atril, anomia en el escritorio.
La otra conclusión que deja el primer recambio ministerial de la gestión del presidente Kirchner es el abandono del complejo de inferioridad provocado por el 22% conseguido en las elecciones. Si entonces Kirchner designó a Beliz como una manera de ampliar ideológicamente a su gabinete, el nombramiento de Rosatti, un hombre muy cercano incluso afectivamente al matrimonio presidencial, profundiza la tendencia de Kirchner de gobernar sólo con los íntimos e incondicionales: pingüinos y unos pocos más. Lo único que no se perdona en este Gobierno es la deslealtad (y es una versión de la deslealtad tan estricta que parece rozar con la obsecuencia). Desde hoy, la Casa Rosada mostrará un caparazón más endurecido y batallador: más apto para dibujar la línea entre noso tros y ellos. Kirchner la ha pasado mejor cada vez que ha preferido conversar y escuchar: autoacuartelarse en Balcarce 50 no parece una señal en este sentido.
También quedará por verse, esta semana, si el Gobierno consigue cerrar de forma exitosa la crisis desatada hace diez días por el ataque a la Legislatura. En la misma semana en la que Kirchner se contradijo de forma muy poco elegante sobre el paradero de los famosos 46 casetes con escuchas sobre el atentado a la AMIA, el Gobierno tampoco ha dado explicaciones del todo convincentes sobre el alejamiento de Beliz. De su habilidad para manejar el tema esta semana dependerá que el Gobierno pueda seguir adelante y no sufrir estos tropezones en las encuestas, su principal sostén político. Se cierra una semana negativa para el Gobierno, en la que, empantanado por sus propios errores, tuvo que ver como pasaba inadvertido el lanzamiento (otro anuncio) de su millonario plan de vivienda social: salvar el día no siempre es suficiente.